Hay hombres que están hechos de otra pasta, que están cocinados con unos ingredientes que no son frecuentes en la mayoría de las personas que nos encontramos a lo largo de nuestras vidas. Hay hombres que tienen ese algo, ese toque, que te hace tener, te despierta —al haber estado con ellos, digo— una de las sensaciones más bonitas que se pueden sentir: la curiosidad. Y es que al estar en compañía de esos seres anómalos y escasos uno se marcha, después, a su casa con las ganas de ponerse tal o cuál película, regresa à la maison dando un buen rodeo para pasar por la librería de guardia —ojalá existiesen— y comprarse no sé qué título del que le habló el susodicho durante ese paseo, esa sobremesa, ese capítulo de libro, ese podcast o esa columna. Porque el medio da igual, es contingente, lo que importa de verdad, lo necesario, es cómo de llenos tenga esa persona los vasos de la pasión y de las ganas. Y, amigos, en José Luis Garci esos vasos rebosan.
¿Y qué puedo, entonces, decirles yo de un hombre que cuenta en su haber con casi una veintena de libros, si he contado bien? ¿Y qué puedo, entonces, decirles yo sobre el mismo hombre que cuenta con casi el mismo número de películas, si, de nuevo, he contado bien? ¿Y qué puedo, entonces, decirles yo de alguien del que no quiero, por otra parte, ni imaginar el número de artículos que habrá publicado porque me entra vértigo y un poco de envidia —de la buena, eso sí— y con razón? Lo que les puedo decir y asegurar, que a eso he venido, es que, aunque José Luis lleva hablando sobre películas desde que el cine es cine, no sé cuántos años hace de eso, no ha perdido ni un solo gramo de frescura. Y eso a pesar de que cada día que pasa, cada artículo publicado, cada ¡Qué grande es el cine! revisto, cada libro nuevo, cada Cowboys emitido, Garci nos cuenta lo mismo de siempre, eso de que el cine es la vida de repuesto. Pero el director nos lo ha contado de tantas formas y colores que esa idea recurrente siempre nos parece nueva, diferente. Supongo que esa es la clave de la genialidad; tener una o un par de ideas, de pensamientos, realmente brillantes, excepcionales, y dedicar tu vida entera a darles vueltas y vueltas, a removerlos, a desarrollarlos, a contarlos y ponerlos aquí y allá, contagiándolos. Y lo de Garci es realmente contagioso.
Lo de Garci, quiero decir, ese toque Garci, tan sencillo y, a la vez, enigmático, lo ha transmitido, sobre todo, a través de su palabra, hablada, rodada y escrita, da igual. El Maestro Garci ha conseguido difuminarnos, hace ya muchos años, esa frontera entre la realidad y la ficción, entre la vida y la vida de repuesto. Y lo ha hecho muriendo, bebiendo, latiendo, queriendo y mirando de cine [1], sucesivamente; A este lado del gallinero (Reino de Cordelia, 2018) en los cines de Madrid o insertando monedas [2] en las gramolas de los Estados Unidos. Lo ha hecho hablando con la misma pasión sobre —y con— Ray Bradbury, ese humanista del futuro (Helios, 1971), sobre su amigo Enrique Herreros (Notorious, 2019) y su admirado Robin de los bosques (Reino de Cordelia, 2019). Lo ha hecho hablando Sólo para mis (sus) ojos (Notorious, 2009), para mayores de edad algunas veces, y para todos los públicos la mayoría. Ha hablado con autoridad sobre el boxeo y el Campo del gas (Notorious, 2016), sobre Cole Porter, Begin Again y el Noir (Notorious, 2013), sobre su Atleti, el Football y otras taquicardias pop (Notorious, 2014) y sobre la radio y sus Apuntes en el aire (Notorious, 2013). Nos ha hablado de todo, en realidad, y nos lo ha inundado de cine, de toda clase de cine, de literatura, de toda clase de literatura y de vida, de toda clase de vida.
Yo, en definitiva, no sé muy bien qué más puedo decirles para convencerles, pero Paco Umbral dijo una vez —y aquí uno se fía mucho de Umbral— que Garci no es que escriba bien, sino que es escritor, y de los mejores. Así que al César lo que es del César y si Umbral locuta, causa finita. Aunque también me gusta mucho aquello de Chicho Ibáñez Serrador, que escribió en el prólogo a Adam Blake (Castellote, 1972) que José Luis es un escritor con personalidad, con talento, con una gran carga de imaginación y fantasía, y afirmaba que no creía equivocarse augurándole una carrera de éxitos como escritor. Ahora lo sabemos bien, y aunque no harían falta, los premios Puerta de Oro, Continente, la Pluma de Plata, el Clarín, el González-Ruano o el Mariano de Cavia —¡el Mariano de Cavia!— por su Mi siglo se confiesa a medias, dan buena cuenta de ello.
Definitivamente José Luis está hecho de esa otra pasta de la que estaban hechos los grandes, llámese El toque Lubitsh y otros roces (Reino de Cordelia, 2021) o El toque Garci y otros telegramas cinéfilos. Y es que José Luis Garci se ha ganado ese derecho a existir en el mundo, ahora y siempre. Si no me creen —allá ustedes—, léanlo, escúchenlo y véanlo, pero si ya lo han hecho y me creen, háganlo de nuevo. Porque lo de Garci está ahí por los siglos de los siglos, amén, para quien sepa verlo, siempre lo mismo y siempre diferente, les decía antes. Quien lo probó, lo sabe. Qué suerte.
[1] Morir de cine. (Caja de Ahorros de Asturias. 1990); Beber de cine. (Nickel Odeón. 1996); Latir de cine, (Nickel Odeón. 1998); Querer de cine, (Nickel Odeón. 2003); Mirar de cine, (Notorious Ediciones. 2011).
[2] Insert Coin (Reino de Cordelia, 2018).