“Una vulgar noche de sábado acabó contigo. Moriste de manera estúpida y violenta, y no tuviste los medios para defender tu vida.
Tu huida a la seguridad fue un breve respiro. Me llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena suerte. Te fallé como talismán; por eso ahora me presento como tu testigo.
Tu muerte define mi vida. Quiero encontrar el amor que nunca tuvimos y explicarlo en tu nombre.
Quiero hacer públicos tus secretos. Quiero borrar la distancia que nos separa. Quiero darte aliento”.
Esta es la dedicatoria que se lee en la primera página de mi edición de Mis rincones oscuros. En el primer capítulo, James Ellroy describe de manera aséptica, fría, con una redacción casi de atestado policial, las primeras 16 horas desde que se encuentra, entre la vegetación que linda con una acera, el cadáver de su madre. Él tiene 10 años en ese momento y los policías que le dan la noticia lo recuerdan como nervioso pero entero y quizá, ligeramente aliviado. Sin embargo, el suceso marcaría no sólo la carrera profesional de Ellroy, sino también una atormentada y dura existencia.
Soy partidaria de dejar la biblioteca familiar al alcance de los niños. Mi padre es un gran aficionado a la novela negra y recuerdo haber leído la obra de Ellroy al inicio de la adolescencia. Su forma de escribir, casi telegráfica y, sobre todo, el uso de la aliteración tienen mucho que ver conmigo ahora. Esta concisión incide en que no resulte, a mi entender, un escritor de noir especialmente macabro ni morboso. Su literatura son sentencias que golpean como un jab de boxeo. Expone hechos, no sentimientos. Y sin embargo, éstos son tan elocuentes, crudos y desnudos que desgarran. Hard boiled, le llaman los expertos. El más avezado discípulo de Dashiell Hammett o Raymond Chandler, diría yo.
Dos hitos resumen la obra de Ellroy: El Cuarteto de Los Ángeles (con su secuela) y la Trilogía Underworld USA.
Puede que no hayan leído nada de “el perro demoníaco de la novela negra”, sobrenombre que acepta y fomenta, pero seguro que tienen en algún lugar no muy escondido del sistema límbico a Kim Bassinger y sus turgencias (como diría González Pons) vestida de blanco y carmín para el cartel de la película L. A Confidencial. La obra cinematográfica es una adaptación, con el mismo nombre, de la tercera novela del cuarteto, escrita en 1990. Contrariamente a lo que ocurre con el resto de adaptaciones de sus novelas, Ellroy bendice la de Curtis Hanson. El director Brian de Palma no corrió la misma suerte en el estreno de La dalia negra. A pesar de que James Ellroy despachó a la prensa con un “mirad, tíos, no vais a conseguir que diga nada negativo de la película, así que dejadlo ya”, era un poco tarde para enmendarse: previamente se había mofado del director y del casting y había hecho recortar una hora de metraje.
La dalia negra es la novela que inicia el Cuarteto de Los Ángeles. No es difícil percatarse de que el interés del autor por el caso, nunca resuelto, del asesinato de Elisabeth Short, parte de las similitudes con el de su propia madre. Quizá aún no estaba preparado para hablarnos de ello en primera persona. La dalia negra fue escrita en 1987, Mis rincones oscuros en 1996. Tardó un año en escribir la primera: “me encerré, viví durante un año con una mujer muerta y con una docena de hombres malos”. Cuando lo acabó, lloró, se lo dedicó a su madre y decidió que su obsesión con Elisabeth Short, su víctima favorita, tendría continuidad (El gran desierto – 1988, Los Ángeles Confidencial – 1990, y Jazz blanco). Después escribiría Perfidia (2014) y Esta tormenta (2019) donde tomaría personajes del cuarteto y de la trilogía Underworld USA y los situaría en Los Ángeles durante la II Guerra Mundial.
Su madre, la pelirroja, tendría que esperar aún algunos años para volver a sus pensamientos, ser perdonada y exorcizada, si es que alguna vez lo logró.
En la obra de James Ellroy es importante digerir el contexto; el escritor lo expone, metabolizarlo es cosa nuestra. Los que acusan al escritor de racista, homófobo, pesimista, machista y decadente presumen de ignorancia. La sociedad americana tras la Segunda Guerra Mundial lo era. El ambiente policial y de boxeo que describe en La dalia negra no es muy diferente en cuanto a vicio y corrupción al político. Si lo que quieren son titulares, ahí los tienen: “Soy un maestro de la ficción. También soy el más grande novelista de género negro que ha existido nunca. Soy para la novela negra lo que Tolstoi para la novela rusa o Beethoven para la música”. El humor oscuro, su oposición a la pena de muerte -en privado- y al control de armas, hacen de él un tipo de fiar.
Es más, Ellroy es un gran conocedor, y sin embargo admirador, del departamento de policía de Los Ángeles. En sus novelas retrata la corrupción, brutalidad y vicio que también les salpica. Por lo general, está muy lejos del ánimo del escritor maquillar la realidad en todos los aspectos.
Cuando la policía le interrogó, a la edad de 10 años, para intentar esclarecer el asesinato de su madre, un joven y regordete James habló sin tapujos de la afición de ésta por el bourbon Early Times y los hombres. Por su lengua afilada, la dificultad para mantener un empleo y su impresión de que se habían mudado a la localidad de El Monte, en el valle de San Gabriel, huyendo de algo. El fin de semana en que Jean Ellroy (Geneva Hilliker de soltera) fue asesinada, James lo pasaba con su padre en Los Ángeles. Ambos estaban divorciados.
El padre obtiene la custodia y malviven en un apartamento de una sola habitación. La adolescencia de Ellroy transcurre entre una dieta anárquica, robos, fracaso escolar, alcohol y drogas, filonazismo y libros de crímenes. Su padre, contable y antiguo gerente de Rita Hayworth, le había regalado The Badge de Jack Webb, un libro sobre casos del departamento de policía de Los Ángeles.
James Ellroy es ya el más famoso escritor de novela negra contemporánea cuando decide hacer público el caso de Jean Ellroy. Había llegado el momento de devolverle lo que ella, madre imperfectísima, le había dado. Le debía, a su memoria, descubrir la verdad.
Trabajó codo con codo con Bill Stoner, un detective privado al que contrató para recopilar e investigar los archivos de la violación y asesinato de su madre. Mis rincones oscuros es una larga y tediosa investigación policial. Son pistas infructuosas, un rosario de nombres anodinos, un trasiego de personajes miserables, desesperanzados y atrapados en la oscuridad. Pero también es una fascinante autobiografía y un ejercicio de perdón. “No encontré al asesino, pero la encontré a ella. Solo desde entonces tuve paz al pensar en mi madre”.
James Ellroy tiene nueva novela en el mercado: Widespread Panic (2021). Me temo que aún no se comercializa traducida. Como protagonista rescata -marca de la casa- a Freddy Otash, un secundario de sus anteriores novelas, policía y confidente, valga la redundancia, de la revista Confidential. Un vendedor profesional de chismes de celebridades y fact checker vintage. Las confesiones de Otash para redimirse muestran al Ellroy más salvaje. Y que entre el pecado y la redención no hay nada en medio. Es un bufón -dice Ellroy de Freddy- entre cómico y satírico. Con sus estupideces con las mujeres, su brutalidad, su autocompasión y su alegre codicia y avaricia.
Vuelven los 50, las cloacas de Hollywood, las mujeres hermosas, el alcohol, los polis corruptos, y el humo de cigarrillo haciendo de la vida una película en blanco y negro.
Este verano, además, pueden disfrutar a Demon Dog en su serie de podcast James Ellroy´s Hollywood Death Trip. Vanity Fair y GQ se han interesado por los episodios, Ellroy por el dinero que le pagaban. El escritor no tiene presencia en redes sociales, televisión, ni, hasta ahora, ordenador. Lo que sí tiene es nihilismo y subversión a espuertas. Pas mal.