De pequeña, una sobrina mía arrastraba a su madre a los escaparates señalando alguna cosa que le gustaría que le comprara. Mi cuñada solía decirle que eso era muy cursi. “Cursi” se convirtió, para mi sobrina, en sinónimo de deseable y estupendo, en lo mejor de lo mejor, y en su cumpleaños muy educadamente te daba las gracias por el regalo tan cursi que le habías hecho.

Me acordé de esta anécdota familiar al toparme con la historia de tres niños pequeños que viajan en tren con su respetable tía, y escuchan de labios de otro pasajero un cuento que les encanta y que ella califica de poco apropiado. Durante mucho tiempo los niñitos la acosarán pidiendo que les cuente cuentos “poco apropiados”.

La historia es “El narrador de cuentos”, y da título a una recopilación de relatos de Saki de la editorial Eneida.

Saki parece un nombre japonés, pero es el pseudónimo de un autor británico, H. H. Munro (1870-1916). Que sea británico es ya un buen motivo para leer a alguien cuando has crecido con Enid Blyton o Agatha Christie, y luego oyendo a los Smiths. Encima hay quien lo relaciona con Wilde, Evelyn Waugh o Wodehouse, y con eso ya está todo dicho.

Saki tiene varios libros de cuentos y un par de novelas. Lo descubrí gracias a un amigo que me regaló Alpiste para codornices (Alianza Editorial), un puñado de cuentos deliciosos donde mezcla la sátira social sobre la Inglaterra eduardiana con un toque macabro. No te ríes a carcajadas sino que esbozas una media sonrisa a veces horrorizada. Esto –y que sea un libro liviano en todos los sentidos- lo hace muy adecuado para leer en el transporte público, por ejemplo, con la mascarilla puesta.

Saki nació en Birmania, su madre murió tras ser corneada por una vaca, él se crió en Devon con una tía soltera muy puritana llamada Augusta, fue corresponsal en los Balcanes, jugó al bridge en el club Cocoa Tree y se alistó voluntario con los fusileros reales en la Gran Guerra. Lo mató un francotirador en una trinchera de Beaumont-Hamel, en Francia; sus últimas palabras fueron “Apaga el maldito pitillo”. Estos datos sacados de la Wikipedia son otro motivo de peso para que te interese Saki. El nombre de la tía, por ejemplo, me tiene fascinada.

Quizá Saki se inspiró en ella, en Augusta, para crear a esa bienpensante señora del tren. Hoy en día podría inspirarse en mucha gente: hoy queremos imponer a la infancia lecturas edificantes y retocar mitos y censurar cuentos y cancelar autores. Imagino a las generaciones futuras entrando de tapadillo en webs como esta para buscar literatura infantil de la de antes. Y en las reseñas escribirán regocijados: “Este me ha encantado. Es tóxico de verdad”. 

No sé de qué tratan los otros relatos de El narrador de cuentos, pero solo por ese – aun si Saki no hubiera nacido en la Birmania colonial ni jugado al bridge ni perdido a su madre por culpa de una vaca; aun si yo no me lo imaginara como Steward Granger con un salacot-, este libro va a ser mi próxima lectura.