Para conocer a Robert Redeker (1954), esta estupenda entrevista de Esperanza Ruiz.
En su libro Los centinelas de la humanidad- Filosofía del heroísmo y la santidad (Homo Legens, 2021), el filósofo francés desarrolla y adapta a nuestro tiempo esta idea de Baudelaire: «Sólo son grandes entre los hombres el poeta, el sacerdote, el soldado. El hombre que canta, el hombre que sacrifica y el que se sacrifica». Cuando la he citado con veneración —que es con frecuencia—, he solido encontrarme a quien se empeña en meter a toda costa al médico. El médico no es más que un imprescindible procrastinador, pero aquí hablamos de la trascendencia, y Redeker lo subraya. Los médicos que se dedican a menudo a la literatura son bien conscientes de esto.
Redeker convierte al soldado en el héroe y al sacerdote en el santo, tirando por elevación. Lo hace con algunas matizaciones temporales. Afirma: «El heroísmo es un sprint; la santidad es una carrera de fondo. Nadie puede ser heroico a lo largo del tiempo; nadie puede ser santo sino a lo largo del tiempo». Pero el sprint de la santidad es el martirio y la carrera de fondo del heroísmo es la caballerosidad. O sea, que si se le dan vueltas a la idea todo termina armonizándose.
Llevo peor que deje en cierto claroscuro al poeta. Porque hay indicios a lo largo de todo el libro de que está pensando en la triada de Baudelaire. Escribe: «En términos más generales, héroes, santos y poetas entrelazan en el imaginario una alianza para cimentar el entorno y la consideración humanas, la estabilidad y la continuidad».
El libro se entiende muy bien haciendo pareja con El retorno de los dioses fuertes de R. R. Reno. No es la única referencia esencial del mensaje de Redeker. Está presente Solzhenitsyn y su advertencia de que la decadencia de Occidente es el declive del coraje. Según Roberto Calasso en La actualidad innombrable (2017): «También se nos ha incitado a renunciar a la valentía coma hacer de la cobardía una virtud coma para ver si, de esta forma, se puede acabar con las guerras y con la necesidad de bizarría». Es lo mismo que dice R. R. Reno. R. Redeker recoge el reto y responde: «Nuestra necesidad de héroes es, al mismo tiempo, social, política y psicológica».
Hay otras referencias más al fondo, pero imprescindibles. «El verdadero guerrero, en medio de la sangre que derrama, es humano igual que la esposa es casta en los pasajes del amor», escribió el conde de Maistre en Las veladas de San Petersburgo. Tampoco hay que olvidar la sombra de René Girard, que no termina de citarse explícitamente, pero ahí está, benéfica. Ni una idea muy de Eric Voegelin, muy presente: «El hombre existe en el mundo como un ser al que Dios dirige su palabra». Porque la idea central de Redeker es que lo propiamente humano es superarse, en efecto, pero por elevación, y no por el truco tecnológico de lo transhumano.
Como homenaje al poeta implícito al que se ha sacado un poco de su triada natural, el libro está estupendamente escrito (y traducido por José María Sánchez Galera). Aquí algunos atisbos:
La matriz de la heroicidad y la santidad es la misma: la sustitución y el coraje que emana de la libertad que se opone al determinismo.
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Héroes y santos […] tienen cierto parentesco con el optimismo.
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Sólo hay dignidad allí donde hay jerarquía.
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Por Logos entendemos: la inseparabilidad del lenguaje y la razón.
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¡Quien no es un pequeño guerrero no es un filósofo! El coraje es el sello distintivo del auténtico filósofo. [Lo dice Redeker después de complacerse en las aptitudes de espadachín que tenía Descartes, que escribió un Arte de la esgrima. También nuestro Quevedo fue un consumado tirador.].
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Nuestra época rezonga al admirar. Prefiere mancillar, a veces so capa de agudeza.
[…] Nuestra época está admitiendo que cae en la cuenta de que la admiración supone un coqueteo más o menos clandestino con el espíritu de la aristocracia. Admirar, en cierto modo, viene a ser como render culto a la desigualdad. Admirar es decir que hay un abajo y un arriba, algo superior y algo inferior; por tanto, admirar es escapar del nihilismo que salmodia: «Todo vale, todo es igual». […] La verdadera admiración es incompatible con el nihilismo, esa idolatría de lo relativo.
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También Juana de Arco pertenecía a un partido mundano, el de Carlos VII.
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El honor es la virtud que todo hombre se debe a sí mismo.
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Mientras que la desgracia de la víctima apunta hacia el determinismo […] la santidad y el heroísmo apuntan hacia la libertad. […] Convertirse en víctima es democrático; comportarse como mártir voluntario —grandeza que presupone libertad— es aristocrático.
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[Sobre el transhumanismo.] El hombre aumentado ¿no es un hombre mutilado? Para empezar, una sustracción: se le quita la trascendencia.
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El cuerpo humano es como la mirada de los animales. [La frase más bella del libro, para recordar que nuestros cuerpos son como vidrieras del misterio]
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La exigencia es para el espíritu lo que el deseo para el cuerpo. El cuerpo desea, el espíritu exige.
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Para ser uno mismo, para elevarse a la altura de uno mismo, no hay más que una sola ley: superarse a sí mismo.
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Una fusión de la identidad y del ideal. [Eso es la caballería. Lo clavó el vizconde de Chautebriand, en El genio del cristianismo: «Únicamente la caballería ofrece la hermosa mezcla de verdad y ficción»] Cervantes es mil veces más profundo que Kant [porque mientras que el filósofo sostiene que el deber mana de la razón en la forma del imperativo categórico, el novelista concibe y articula la importancia de los modelos] Son la instancia que apremia al ser humano a actuar.
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La admiración es una mirada profética. [Redeker se refiere a uno mismo, en cuanto la admiración eleva, lo que haría de la admiración una autoprofecía implícita; pero también es profética en relación a la persona admirada, y más si cabe.]
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Por avergonzarse de su historia, Francia está muriendo de tedio.
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La pobreza cuando se elige es desapego. [La pobreza como virtud no es miseria, sino libertad.]
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Se espera del héroe que cultive dos pasiones que el filósofo, según Schelling, debería abandonar: la esperanza y el anhelo.
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La imitación exitosa genera diferencia.
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El contagio heroico y el contagio santo son contagios aristocráticos.
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«Animal político» significa animal habitado por los demás. Los demás conforman la substancia del ciudadano. De ahí la idea de que la transmisión —cuyo vector más importante, aunque no el único, es la educación pública— es el acto que mantienen en vida a una comunidad política.
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PIERRE BOUTANG a la pregunta qué es el hombre responde: «Un heredero»
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Christiane Rancé define a los santos como «mejores que los rebeldes; son los insumisos mayúsculos, los centinelas del futuro» [Diccionario amoroso de los santos]
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Es dentro de la poesía donde sucede todo. [En la última página del ensayo concluye Redeker, comentando a Hölderlin («Fundamentar lo que permanece es el cometido de los poetas»)].