Cronista de los crímenes más famosos de su tiempo, incluido el estrangulamiento de su propia hija, Dominick Dunne fue mucho más que un narrador de la actualidad: fue un novelista brillante, de fondo y forma. La publicación de tres de sus principales novelas en España, en el catálogo de Libros del Asteroide, ha devuelto a la actualidad su singular figura.

Todo empezó en una cabaña en Oregón. Cuando Dominick Dunne (1925-2009) llegó a su refugio, en el que pasaría seis meses aislado entre 1979 y 1980, su vida en Hollywood había tocado fondo. Con solo un puñado de guiones en su haber creativo, además de una columna en el Saturday Evening Post, Dunne era más una figura de la farándula que un escritor prestigioso. Por sus fiestas, bien surtidas de alcohol y drogas de moda, pasaban las estrellas más rutilantes de su tiempo: Frank Sinatra, Jane Fonda, Steve McQueen, Gary Cooper o Elizabeth Taylor, entre otros muchos, se contaron entre sus amigos.

Pero la actividad constante pasó su factura en forma de una profunda crisis creativa y personal. Si no hubiera cogido el coche para recluirse en el campo, es posible que hoy no estuviéramos escribiendo este artículo y Dunne fuera solo una nota al margen de las crónicas del Hollywood loco de los 70. Lo cierto es que lo hizo, y medio año después dejó Oregón con su primera novela terminada, limpio de drogas y decidido a escribir en serio.

Solo dos años después, una tragedia familiar cambió su vida y derivó su carrera hacia el ámbito de la crónica judicial. Su hija Dominique, actriz de éxito incipiente que había aparecido en Poltergeist, fue estrangulada por su ex novio. Con gran entereza, el padre vivió todo el juicio desde el banquillo, indignado por la levedad de la condena -homicidio involuntario-. Con sus notas, preparó un relato para Vanity Fair, en primera persona. El éxito fue atronador, y fue seguido de crónicas de otros muchos juicios mediáticos, como el de O. J. Simpson, al que siempre consideró culpable, o el del caso Von Bülow.

Dos hermanas y un cronista

Nuestro hombre había nacido en una adinerada familia irlandesa –decir irlandesa católica sería redundante- de la Costa Este. Hermano menor del también escritor John Gregory Dunne, pasó con honores por el frente de la II Guerra Mundial antes de instalarse en Los Ángeles, decidido a triunfar como guionista y productor. Cambió de esposa –la segunda fue la escritora Joan Didion– y trabajó en varias películas de talante rompedor, pero no logró el reconocimiento que deseaba hasta mediados los 80.

Su primer gran éxito llegó en 1985, con su segunda novela, Las dos hermanas Grenville, basada, precisamente, en un caso criminal mediático, el asesinato del millonario Woodward, que fue tildado en su día de “el disparo del siglo”. Pero la novela no es una mera disección forense, sino que aprovecha el crimen para retratar la élite estadounidense de mediados del XX, el llamado “dinero viejo”, con todas sus contradicciones y sus puntos de fuga.

La joven corista Ann Arden choca pronto con la histórica familia de su nuevo esposo, los Grenville, y en especial con sus dos hermanas, que aceptan la boda a regañadientes. Años después, la muerte del marido sacará a la superficie años de tensiones. La narración es elegante, llena de personajes carismáticos y de intriga bien construida.

“La forma en que los muy ricos son admirados en América”

Cinco años después, Dunne cambió de costa y repitió el éxito con Una mujer inoportuna, ambientada en esta ocasión en la alta sociedad de Los Ángeles, que conocía tan bien. 

El primer párrafo, brillantísimo, sienta el tono de la narración: “Con el tiempo, acabó siendo vilipendiado y deshonrado; el arzobispo Cooning le denunció desde el púlpito de Santa Vibiana como un pervertido, y las palabras del arzobispo se esparcieron por la tierra. Pero antes de la deshonra y del vilipendio, Jules Mendelson se encontraba, al menos en apariencia, en la cima del mundo: tenía un aspecto impresionante, una magnífica esposa y era admirado de la forma en que los muy ricos son admirados en América”. La caída estruendosa de Pauline y Jules Mendelson, debido a un escándalo de faldas, completa el perfil –caricaturesco, pero creíble- de la clase dirigente que ya había trazado en su anterior libro.

La tercera de sus novelas publicadas en España es mi favorita. Una temporada en el purgatorio se centra en la familia Bradley, irlandesa como la del autor, y que recuerda, obviamente, a los Kennedy. Aunque decir que se trata de una mera caricatura de la familia irlandesa más poderosa del mundo sería, claro, limitar mucho el alcance del libro. Es, ante todo, una gran novela de intriga y de secretos familiares, con un patriarca acostumbrado a lavar los trapos sucios en casa, por muy sucios que estén.

Juicio a Dunne

Acostumbrado a seguir los escándalos desde detrás de los acusados, con su bloc en la mano, cuesta imaginarse a Dunne en el banquillo. ¿Los cargos que se le podrían imputar? Un excesivo apego a lo sórdido, a las caídas con estrépito, a las ovejas negras, a los rincones oscuros de las familias luminosas. Quizás una cierta tendencia repetitiva en sus historias.

Pero, sin duda, la defensa tiene argumentos más que sobrados. Leer sus novelas es un placer nada culpable. Basta con elevarse de lo anecdótico –las muertes, los juicios y los escándalos- a lo universal. 

Sus libros hablan sobre las familias ricas norteamericanas, pero hablan también sobre la naturaleza humana en general. Y no cuesta intuir entre sus líneas, y en sus personajes, el poso de su formación católica –irlandesa, ya saben-. Hasta en los fracasos más ruidosos y más crueles es capaz de poner una pizca de piedad. Así que, juzgada su obra, más que su vida, Dunne queda absuelto.