Cristian Campos es jefe de opinión en El Español y autor de La anomalía catalana (Deusto, 2019). Durante muchos años trabajó como editor de libros de arte y diseño en Loft Publications (Barcelona), y a veces –muchas menos de las que nos gustaría– aún nos regala listas de recomendaciones de libros.
Usted trabajó como editor durante mucho tiempo y hace un año publicó su primer libro como escritor. ¿Cómo se ve el sector editorial desde ese lado de la barrera?
Cuando era editor pensaba que todos los autores son unos sacos de ego incapaces de comprender que su libro jamás generará el beneficio con el que ellos fantasean. Ahora que soy autor creo que los editores me esconden el tsunami de dinero que generan mis libros. No, estoy bromeando. Lo que pienso de verdad es que editar libros en 2021 es una hazaña digna de Heracles, así que doy gracias al cielo por el hecho de que haya alguien (en este caso mi editor Roger Domingo, de Deusto) lo suficientemente valiente como para arriesgar dinero editando un libro mío. Soy intrínsecamente antimarxista en esto: nunca pongo el foco en el dinero que otro puede ganar con mi libro, sino en la inversión que está arriesgando al publicarlo.
Es usted muy aficionado al cine y tiene buen ojo para la crítica. ¿Habría alguna manera de tentarlo para escribir reseñas cinematográficas?
Ese halago es 100% merecido e incluso le diría que se ha quedado usted corta. La verdad es que me encantaría escribir más de cine, pero ando salvando España desde la sección de Opinión de El Español y no me da la vida para ponerme encima a salvar el séptimo arte.
¿Los lectores nacen o se hacen?
Quiero pensar que es una combinación de ambos factores. Si naces con una cierta tendencia natural a la curiosidad intelectual o al gusto por la fantasía, crecer en un ambiente lector va a potenciar esa tendencia natural. Y al revés, crecer en un ambiente no lector matará las muchas o pocas que puedas tener. Es como comprarte un Ferrari y utilizarlo para correr en el circuito de Monza o para ir a recoger a los niños al colegio. En la vida real, en cualquier caso, ambas circunstancias suelen aparecer juntas. Ese mito del niño genial que ha brotado como una coliflor de una familia de cabestros puede ser muy consolador para los cabestros, pero es sólo eso, un mito. ¿De dónde ha sacado ese niño los genes? Si yo soy un imbécil y me sale un hijo lector le haría al chaval una prueba de paternidad, la verdad.
¿Cómo cree que ha afectado a los libros la digitalización de las herramientas con las que se publican? ¿Le parece que el balance final es positivo?
No me lo había planteado nunca así. La tecnología evoluciona y yo simplemente me adapto a eso, sin planteármelo demasiado. Pero ya que me lo pregunta, voy a aventurar una opinión: creo que a partir de determinado nivel, ampliar más y más las opciones tecnológicas a nuestro alcance no añade nada útil al arte de hacer libros, sino solamente caos y despiporre. Es como esos restaurantes con cartas de 18 páginas y 235 platos. No, hombre, con una docena buenos hay más que suficiente.
¿Qué elementos del diseño de un libro son fundamentales y solo ve un profesional?
Todos los importantes. Un diseño está bien hecho cuando el lector ni siquiera se da cuenta de que eso está pensado y repensado. Cuando era más joven (no hace tanto, no vaya usted a creer) yo creía que el diseño editorial estaba ahí para el lucimiento del diseñador. Así que yo mismo he hecho cosas que son el equivalente de un circo de cinco pistas y que ahora prefiero no mirar para no sufrir un ataque epiléptico. Aunque hay otro vicio aún peor, que es el del minimalismo, ese pobrismo del diseño. Así que si he de escoger entre dos males, escojo el del exceso. Ya sabe, por aquello de que el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría. Yo ya he llegado a ese palacio y no ha sido haciéndome el monje, la verdad.
¿Cree que dentro del optimismo racional cabe pensar que cada vez se lee mejor?
Bueno, se lee más compulsivamente y es evidente, porque hay estudios que lo demuestran, que nuestra capacidad de atención se está reduciendo a ojos vista. En cierta manera, ese nuevo hábito de lectura obliga a pulir los textos para que estos divaguen lo menos posible. Se ha vuelto al “recto, claro y en español”, lo que sólo puede ser bueno. No lo veo intrínsecamente malo, me preocupa más la simplificación del fondo que la simplificación de la forma. A mí, además, la gente con estilos muy literarios, muy adornados, me parece muy pesada. “Léame, por favor, léame, mire qué bien escribo”. No, no escribes bien. Escribes mal y repipi, que es diferente.
¿Está de acuerdo con la afirmación de Gregorio Luri de que la atención es el nuevo cociente intelectual?
Así, como aforismo, me parece bastante acertado. Pero está por ver que en el mundo del futuro la atención tenga algún valor o sea una virtud irrelevante porque el mundo se haya adaptado a humanos con la capacidad de concentración de una sardina. La inteligencia no es una virtud intrínsecamente buena desde un punto de vista evolutivo. Quizá los mejor adaptados al medio durante las próximas décadas sean los lentos de mollera.
¿Tenemos remedio? Es decir, ¿la atención se educa?
Por supuesto que se educa. Yo mismo llegué a un punto en que era incapaz de leer textos de más de 1000 palabras sin aburrirme. Y eso que soy periodista. Así que me he obligado a volver a los libros de papel y a leerlos de cabo a rabo, sin dejármelos a medias. Ahora ya no parezco un niño en una tienda de chucherías. Sigo queriendo comérmelas todas, pero soy capaz de controlarme, como hace un adulto. El objetivo es dejar de ser un yonqui del estímulo constante.
¿Tiene entre sus favoritos algún libro que no incluiría en ningún canon pero al que usted tiene cariño por algo en particular?
Bueno, diría alguna genialidad, pero voy a decir una cursilada. Guardo el librito con el que aprendí a leer. Ya sabe, la pe con la a, pa. La pe con la e, pe. Mi papá fuma en pipa. Esto es de cuando los padres todavía fumaban en pipa mientras las mamas te mimaban. Ahora los padres te tatúan a los 10 y las madres te regalan un cambio de sexo a los 16. Me fascina lo inocente que era mi mundo entonces. Así que no lo metería en un canon de la literatura universal, pero ese librito claramente es uno de mis favoritos.
¿Cuál es el mejor libro que le han regalado nunca? ¿Por qué?
Tengo un problema de mala educación y es que no recuerdo qué libros me he regalado yo a mí mismo y cuáles me han regalado los demás. Además, yo creo que regalar libros no es muy buena idea porque obligas al otro a leerse algo que a lo mejor malditas las ganas y sólo porque a ti te ha parecido “imprescindible”. Prefiero regalar comida, que eso va pa’l buche seguro y no exige tanta inversión intelectual. Así que no sabría decirle. Por si acaso algún fan está leyendo esto, que tenga en cuenta que James Joyce está bien, supongo, pero un jamón 5 Jotas es la leche. Así que, si depende de mí, mejor el jamón.
¿Cómo ordena sus libros?
Tengo mi orden propio. La distinción básica es ensayos, novelas, libros de arte y cómics. Dentro de los ensayos, separo a españoles y guiris. Y dentro de esa división, subdivido por temas: ciencia, política, periodismo, historia… Me gustaría ser como esos idiotas que los ordenan por colores y lo cuelgan en Instagram, pero tengo la desgracia de haber nacido con cerebro.
¿Qué disfruta más de proceso, escribir o reescribir (corregir lo escrito)?
Eso es como preguntar si disfruto más cortándome o echándome alcohol sobre el corte. Hombre, si pudiera ahorrarme los dos, mejor. Pero si he de escoger, diría que disfruto más editando. Ver cómo la frase adquiere fluidez a medida que le quitas adornos innecesarios, generalmente en forma de adverbios y adjetivos, es un gustazo. Supongo que es el mismo placer del escultor que pule los últimos detalles de su obra para que esta sea perfecta. Marie Kondo es un coñazo de tía, pero su filosofía aplicada a la escritura me parece correcta.
Un libro que le haya hecho cambiar de opinión.
Yo soy como Chuck Norris: soy yo el que hace cambiar de opinión a los libros. Pero la respuesta no sarcástica es que, al contrario de lo que seguramente opinan mis troles de Twitter, cambio de opinión muy fácilmente en función de lo último que he leído. Si el argumento está bien construido, tiene sentido, es lógico y no se deja llevar por el sentimentalismo o la ideología, a mí me convence cualquiera. Dicho lo cual, hace falta que ocurra todo eso al mismo tiempo: construcción, sentido, lógica y ausencia de Pachamama. Y eso es raro de ver, así que cambio poco de opinión.
¿Lee con un lápiz en la mano? ¿Subraya, anota, señala…?
No. Lo he intentado, pero nunca me acostumbro a subrayar o señalar. Sencillamente, no funciona así mi cabeza.
¿Tiene algún libro en la cabeza que publicaría por puro placer?
Siempre tengo en la cabeza algún libro de esos que, en mis mejores fantasías, va a provocar una toma de conciencia universal y revolucionar la historia del pensamiento, pero me da una enorme pereza ponerme a escribirlo. El mundo tendrá que apañárselas sin mí. O pagarme un adelanto estratosférico.
¿Qué le parece el concepto de literatura para niños?
A mí no me gustan los niños, con la puntual excepción de los hijos de alguna amiga que me parecen especialmente simpáticos, así que la idea de hacer algo “pensando” en ellos me parece absurda. Creo que la literatura es literatura y punto, y de la misma forma que no haría “literatura para jubilados” o “literatura para andaluces del Betis” no la haría “para niños”. Simplemente, habrá libros que les llamen la atención por vete tú a saber qué motivos y otros que queden fuera de su alcance y de sus intereses. La “literatura infantil”, así como género propio, me parece un perfecto criadero de idiotas. A ver por qué cojones no se va a poder leer a Mark Twain a los 8 y también a los 88. “No, es que es para niños”. O “no, es que no lo van a entender”. Mira, tú dáselo y a ver qué pasa. Eso de darte la papilla masticada, segmentada por identidades y edades y razas y gustos sexuales… Me parece soplapollez contemporánea.
¿Se publica demasiado?
Pues depende de cuál considere usted que es el objetivo final de publicar. Si se trata de conseguir un equilibrio perfecto entre producción y demanda, evidentemente sí. Pero no creo que sea ese el objetivo, ¿verdad? En cualquier caso, es problema del que edita. Allá él si cree que hay mercado donde no lo hay.
¿Cuál es el último libro para niños que ha regalado?
El socialismo funciona. No, en serio. Probablemente algún cómic para mi sobrina, pero soy incapaz de recordar el nombre, lo siento.
Cuando era niño, ¿se sentía obligado a terminar los libros que empezaba? ¿Y ahora?
No me imponía esas autotorturas. Me los acababa si me gustaban, y si no, los dejaba tirados. Es cierto que había un pequeño sentimiento de culpa por haber “desistido” y otro pequeño sentimiento de inseguridad provocado por la sospecha de que a lo mejor lo mollar del libro estaba justo al final, en la parte que no había leído, pero no creo que fuera algo que me ocupara mucho tiempo de cabeza.
¿Se atrevería a hacer una predicción sobre el futuro del sector editorial?
Sí, hombre, y si quiere le digo cuáles serán las próximas Amazon, Facebook y Google para que invierta usted 1.000 euros hoy y se conviertan en 10 millones de euros en 2030. La verdad es que no tengo ni la más remota idea. A corto plazo no creo que el libro desaparezca. A largo plazo, creo que estamos al final de la era de la letra impresa, pero ese final puede ser muy largo. El imperio romano tardó tres siglos en caer y si a un romano de la época le hubieras preguntado por su decadencia te habría dicho: “¿Decadencia? ¿Qué decadencia? Aquí se vive de cojones”. Y tendría razón. Los grandes cambios históricos se ven muy claros al cabo de 15 siglos, pero son muy difíciles de ver (y pasan casi inadvertidos) si los vives de primera mano.