Esta mañana el barbero no sólo recorta, sino que tiñe, digamos, porque tiene que traducir las citas de este libro del portugués: O conservadurismo, de João Pereira Coutinho. El libro, por tanto, no se puede comprar en España, a la espera de que Homo Legens (u otra editorial) lo traduzca (por favor). Para no faltar al rito de esta página de recomendar un gasto, vayamos por Roger Scruton: Cómo ser conservador. Son dos libros paralelos en su intención de proponer el conservadurismo con el mismo método optimista: convencidos de que basta explicarlo bien para que caigan de inmediato de sus respetivos caballos los revolucionarios y los reaccionarios. El conservadurismo explicado a revolucionarios y reaccionarios es el título —mucho más explicativo, valga la redundancia— de la edición brasileña de este mismo ensayo.

 

Scruton es más sistemático y flemático; Coutinho es más generoso con otros ensayistas conservadores que cita con tino barberil (incluyendo a Scruton) y se gasta un humor más fino. Sir Roger Scruton incide más en la racionalidad del conservadurismo, que asume lo bueno de las doctrinas rivales; y el Sr. Coutinho pone el acento en el amor feliz al presente, frente al amor fati del reaccionario al pasado y el amour fou del revolucionario al futuro.

 

El joven João Pereira Coutino (Porto, 1976) es burkeano hasta el punto de dedicar «lo mejor de su ensayo a los alumnos presentes, a los pasados y a los que aún están por llegar». Es precioso eso de dejar lo más endeble del libro de uno sin dedicar.

 

El resumen al libro se lo hace Michael Oakeshott: «Ser conservador, entonces, es preferir lo familiar a lo desconocido, es preferir lo probado a lo probable; lo actual a lo posible; lo limitado a lo ilimitado; lo próximo a lo distante; lo suficiente a lo superabundante; lo conveniente a lo perfecto; la risa presente a la felicidad utópica».

 

Aunque Coutinho se esfuerza por mantener una equidistancia entre revolucionarios y reaccionarios que a mí me parte el corazón, tiene la inteligencia de salvar «reaccionar» como verbo imprescindible, aunque no como sustantivo. A fin de cuentas, como sostiene Huntington, el conservadurismo es una ideología que surge sólo cuando «los fundamentos de la sociedad están amenazados». Es, por tanto, «una ideología de emergencia». Salva pues, frente a inmovilismos rajoyanos, la reacción en marcha, aunque no como postura ni ideología. Más tarde también le echa una mano al liberalismo, que considera útil, como un excelente caballo, siempre que un conservador lleve las riendas (que es lo que dijo Matthew Arnold y también Rémi Brague, cambiando el corcel por un taxi, signo de los tiempos, en Manicomio de verdades).

 

Además de mirar atentamente a los amigos, propone no perder de vista a los rivales tampoco, porque el conservadurismo posicional no les quita ojo. Con un gusto en sus maestros muy conservador, se recrea en las citas. Para esta idea, en una oportunísima de Winston Churchill: «Por muy absorto que un general esté en la elaboración de sus estrategias, a veces es importante tener al enemigo en cuenta».

 

Por supuesto, se recrea en Burke («Cuando desearais agradar a cualquier pueblo, debéis darle el beneficio que os pide, no aquello que pensáis que es mejor para él»); en Isaiah Berlin («La total libertad para los lobos es la muerte para los corderos»); en John Gray (que ideó una simpática definición [sic] para hablar de Thatcher y sus fanáticos del liberalismo: «Un maoísmo de derechas»); en el barón de Quinton («Un reaccionario no es más que un revolucionario al revés»).y, por supuesto, en T. S. Eliot: «El motivo por el que no existen “causas ganadas” en política es porque tampoco existen “causas perdidas”: para un conservador el imperativo de la continuidad es más importante que la promesa de que algo va a triunfar».

 

A tal panteón de autores conservadores nosotros sumamos a João Pereira Coutinho:

 

 

Portugal y Brasil, dos países que, en las inmortales palabras de Millôr Fernandes, se empeñan en vivir separados por la misma lengua.

 

*

 

El conservadurismo no existe. Existen conservadurismos en plural.

 

*

 

Leemos a Aristóteles, leemos a Cicerón, leemos a Santo Tomás de Aquino y encontramos vestigios de un pensamiento conservador…

 

*

 

Todos somos conservadores. Por lo menos en relación a lo que amamos. Familia, amores, amigos. Lugares, libros, memorias, incluso. Conservar y disfrutar son dos verbos caros a los hombres cuando estiman alguna cosa.

 

*

 

El primer ministro Salisbury se planteó criminalizar todo tipo de pensamiento abstracto [Supongo yo que se frenaría en seco al descubrir con horror que, al sopesar tal proyecto de ley penal, estaba incurriendo ya en el tipo delictivo de un pensamiento abstracto]

 

*

 

Esa violenta repulsa del presente que parece definir la teoría y la práctica de revolucionarios y reaccionarios.

 

*

 

«Historia», «tradición», «cultura» y «prejuicio» son los cuatro caballos del apocalipsis progresista. [Los prejuicios son, según definición de Burke, «la sabiduría sin reflexión»]

 

*

 

El conservador no es un personaje de Voltaire, creyendo que vive en el mejor de los mundos posibles.

 

*

 

Invirtiendo la máxima de Burke, una sociedad incapaz de conservar es una sociedad incapaz de reformar.

 

*

 

«Para qué cambiar las cosas si ya así están bastante mal» [Chiste portugués, profundamente conservador y serio. La versión castellana, más piadosa es: «Virgencita, que me quede como estoy».]

 

*

 

[Pero bromas aparte:] La reforma no sólo no excluye una tradición, sino que la exige, como punto de partida.

 

*

 

[Y todavía más, por si caben sospechas de inmovilismo] La reforma es, en sí, un imprescindible mecanismo de conservación. [«Un estado sin posibilidad alguna de cambiar es incapaz de conservarse», advirtió Burke]

 

*

 

[Esa flexibilidad constitutiva de la doctrina que defiende, permite concluir a Coutinho:] O conservadores o monomaníacos.