Riego las plantas y leo. En algunas personas la danza del amor es la de Júpiter y Venus en el cielo de estos días primeros de marzo: se acercan, se alinean, se separan. Y así hasta el año que viene; aunque he leído que en 2024 no se verá el fenómeno porque el sol estará demasiado cerca y lo cegará todo. Eso también nos pasa.

¿Dónde están las personas que amamos cuando no lo saben? Crecen en nuestra memoria como damas de noche, fragantes y gozosas, después de cada crepúsculo, mientras en algún lugar del corazón ajeno no son más que siemprevivas anegadas de aridez e indiferencia. Pasado el tiempo, si no hay beso, se cierne sobre nosotros el olvido o la locura. Sea en la abulia de la enésima barra de un bar, buscando los «paraísos artificiales» de Dorian, o en la antesala de un frenopático, hay un hilo intangible que nos une a cada alma que un día nos hizo soñar.

Esos recuerdos convocan los demonios de la veinteañera Alicia Western en las sesiones del hospital psiquiátrico en Stella Maris: «Pensé que él me tomaría entre sus brazos y me besaría pero no lo hizo. Hasta esa noche no supe que el peor de los casos de lujuria puede estar muy cerca de la angustia». «Un amigo me dijo una vez», confiesa en terapia, «que quienes eligen un amor que jamás puede ser satisfecho terminan acosados por una furia que nada logra aplacar». «Es muy posible que el amor también sea un trastorno mental», dirá más tarde. Ahora tú lo leerás con una sonrisa.

Las entrañas de la pasión. El terror al olvido. La furia o la belleza. Competición a las puertas del infierno de un corazón en llamas. No siempre el otro lado, el de la calma, resulta mejor. «Todas las piezas de mi vida estaban en orden», relata el capitán marino Andrea en Una gran historia de amor, «pero ese orden estaba bañado por la luz monótona y mortecina de quien vive sus días lejos del fuego». Sin fuego, la elección ha de ser perfecta, dentro de un orden. Con fuego, las ideas y venidas del amor purifican la razón, pero sus consecuencias también pueden ser devastadoras. Y la ausencia de un cariño de ayer, siempre a medio camino entre la libertad y la muerte.

«Desde que tu voz y tus pasos han dejado de resonar por la casa, yo he empezado a descuidarme», Andrea experimenta el ruido del silencio: «cuesta existir cuando no te reflejas en la mirada del otro. Quizá sea más cierto en los hombres que en las mujeres: los hombres tenemos menos recursos cuando nos abandonan a nuestra suerte». Por eso ganan tanto dinero hoy los terapeutas que recetan la autosatisfacción como remedio a todos los males del hombre. Otra mentira más. Todo eso a la Venecia del primer rubor primaveral le resulta indiferente. San Marcos es luz por fuera y penumbra por dentro, como un mal noviazgo.

«Cuando volví a mi piso, que llevaba mucho tiempo cerrado, me asaltó la tristeza de mi vida de soltero», el capitán mira a los ojos de la vida. Tú también conoces esa sensación. Notas que te mueres lentamente cuando las barbas se rizan fuera del contorno de lo que fuiste, la ropa ha pasado de moda y no sabes dónde has dejado el teléfono móvil, y nadie recoge los libros de poesía que se te caen de las manos mientras cabeceas en el sofá con una botella de vinho verde, poca luz y una balada triste americana.

La desafección. La vida que no interesa. Las musas del poeta se han suicidado arrojándose hacia dentro desde el borde del tintero. «¿Cuánto hacía que no experimentaba la alegría infantil de maravillarme?», de nuevo Andrea, «dos años de rencores y abatimiento habían borrado de mi horizonte la vivificante presencia de la belleza». ¿A dónde iremos cuándo no sepamos vislumbrar lo bello en el horizonte? Tal vez a los días insulsos, a las vidas anónimas, al tiempo en que la emoción más excitante es sentir la velocidad del vacío en el cristal ahumado del metro.

Pero a veces, como en la nueva novela de Susanna Tamaro, algo tira del hilo por alguno de los dos extremos, incluso al cabo de los años, de los muchos años. «La vida está hecha de muchas fases y el amor no es otra cosa que la capacidad de entrar y salir de las varias mutaciones con la certeza de que la única forma de salvarse es tener ese hilo en la mano, como Teseo en el laberinto de Cnosos». Y todo puede volver a arder, si te acercas, o a quemar, si lo tocas. «Las atenciones que tenían el uno con el otro, aquella ternura en la mirada, todo aquello que ella había interpretado como una cariñosa amistad amorosa, como una última coquetería del corazón, era un sentimiento mucho más profundo», el narrador de Y nos llovieron pájaros, «aquellos dos se amaban como se ama a los veinte años». Y suspende la síntesis Jocelyne Saucier con pregunta que afirma demasiado: «¿Puede uno ir en contra de la voluntad del amor?». Sabe Dios.