Me cuesta no gastarme lo que no tengo cuando entro en una librería, pero si hay un género con el que de verdad tengo que amarrarme las manos para no caer en la ruina caracolera, ese es el de los libros de divulgación para niños. Creo que estamos en la época dorada de la divulgación infantil y que nuestras criaturas están creciendo rodeadas por los mejores títulos como si fuera lo más normal del mundo. Yo diría que nunca ha habido la variedad ni la calidad que tenemos ahora mismo, tanto en lo que se refiere a los contenidos como al diseño y las ilustraciones, y eso es algo que debería alegrarnos mucho. Estas navidades Violeta pidió un libro de la tabla periódica. ¿Cómo es posible que a una niña de 10 años se le ocurra pedir una cosa así? Pues porque ese libro en cuestión lo había publicado Usborne, y Usborne tiene la habilidad de convertir cualquier tema en algo que no sabías que te interesaba una barbaridad. Si Usborne lo publica, lo quieres. Pero lo mejor de todo es que no son los únicos, no hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor. Y como todo el mundo sabe que el día del libro es el día perfecto para perder los papeles sin ningún tipo de remordimiento, aquí va una pequeñísima muestra con cinco de mis libros favoritos de divulgación infantil.

 

¡Eureka! Los descubrimientos científicos más asombrosos de todos los tiempos (Siruela, 2014), del Dr. Mike Goldsmith

Me temo que a pesar de todos los descubrimientos científicos maravillosos que aparecen en el libro, con lo que yo me he quedado ha sido con el cochino de Antonie van Leeuwenhoek. Leeuwenhoek inventó una forma de hacer lentes de aumento con cristal fundido para construir microscopios sencillos y vio todo tipo de cosas minúsculas e increíbles que no se habían podido ver bien hasta ese momento, pero yo ya solo puedo recordarlo como el hombre que metía huevos de mosca entre los senos de su mujer para mantenerlos calentitos hasta que se abrían –para estudiarlos después, se entiende, pero qué hombre (¡y qué mujer!)–. Bueno, miento, también porque dejaba que le criaran piojos en las piernas y porque no se lavaba los dedos de los pies para investigar los bichos que se criaban en su suciedad. A ver, que están también Linneo, Darwin, Curie, Copérnico, Newton, Fleming, Pasteur… pero nos ponen a Leeuwenhoek el primero y claro, es difícil de superar –es broma, el libro es estupendo y me encanta entero, y este verano lo pasamos muy bien leyendo un científico por noche en el orden que escogían los niños–.

 

La línea del tiempo (Maeva , 2016), de Peter Goes

Me gustan muchísimo las líneas del tiempo, no lo puedo remediar. Me encanta poder hacerme una idea de un vistazo de la cronología de cualquier tema y cuando vi este libro de Peter Goes me tiré de cabeza, naturalmente. Está muy bien porque cada doble página se dedica a una época o a un tema concreto: una civilización, los dinosaurios, la I Guerra Mundial, los viajes espaciales o los exploradores de todos los tiempos, por ejemplo. No tiene desperdicio. El contenido es estupendo aunque el diseño me marea un poco, seguramente porque no está pensado para señoras de 44 años –no he oído quejarse a mis niños–. En octubre del año pasado Maeva publicó La línea del tiempo. Ciencia y tecnología, que aparentemente complementa a este que tengo yo en mis manos. Estoy buscando una excusa para hacerme con él más pronto que tarde.

 

Historia del Arte (Usborne, 2013), de Rosie Dickins

Ya he dejado claro al principio mi amor incondicional por Usborne, así que a nadie le extrañará que asomen la patita por aquí. La historia del arte me encanta, pero es que además creo que le puede interesar a cualquiera cuando está bien contada –como es el caso–, y es un tema perfecto para disfrutarlo con niños. Hace un par de años fui al Museo Sorolla con mi madre y con mi hija. Fue una excursión estupenda y no solo porque Violeta saliera de allí hablando de Clotilde y de Joaquín como si los conociera de toda la vida, sino porque en la tienda nos estaba esperando esta joyita. Mi madre lo compró para dárselo a su nieta pero primero se lo quiso leer ella, así que tuvimos que esperar un par de meses antes de hacernos con él. Me gustan mucho los libros que van cambiando según cambias tú. Me refiero a los que, si dejas pasar algo de tiempo sin abrirlos, es como si se renovasen. En realidad, ellos no han cambiado pero tú sí y como los ves con ojos diferentes reparas en cosas en las que nunca te habías fijado antes. Imagino que todos los libros son un poco así, pero creo que los de historia del arte quizá más que los demás.

 

El profesor Astro Cat en las profundidades del océano (Barbara Fiore Editora, 2020) del Dr Dominic Walliman y Ben Newman

Tengo debilidad por el profesor Astro Cat y me ha costado un poco escoger uno de sus libros. Me temo que me he decidido por este porque nada más empezar a leer te enteras de que la mayor parte de la hermosa arena blanca de Hawái es en realidad caca de pez loro. Creo que no hace falta que diga mucho más, en fin, a mí con eso ya me ha conquistado para siempre y el resto del libro me lo bebo, claro. Las ilustraciones de Ben Newman son una chulada y me gusta mucho el formato cuadrado de los libros, lo encuentro muy cómodo y muy bonito. De todos modos yo recomendaría en realidad cualquiera de sus libros, caca de pez loro aparte, porque todos son igual de buenos. En casa empezamos con Las fronteras del espacio y tenemos además este del océano y el de La aventura atómica. Ya solo nos faltan La odisea del cuerpo humano y El sistema solar. Todo se andará.

Alpha, Bravo, Charlie. El gran libro de los códigos náuticos (Phaidon, 2016), de Sarah Gillingham

Este libro me chifla por muchas razones. Una de ellas es que a mí los códigos en general me parecen una cosa muy divertida, y aquí tenemos cuatro: el Código Internacional de Señales –las banderas de colores que usan los barcos para entenderse entre ellos–, el alfabeto fónetico –alfa, bravo, charlie, etc.–, el código morse y el semáforo –es decir, la persona que con una bandera en cada mano te va representado el alfabeto entero según la posición de los brazos–. Y otra es que, además de las ilustraciones y el texto, que son estupendos, el diseño en sí es una pasada. A cada letra se le dedican cuatro páginas, con toda tranquilidad. En la primera y la cuarta viene toda la información de los cuatro códigos de los que hablábamos y la de en medio es la bandera en sí, por delante y por detrás, en un papel distinto al del resto, más plasticoso, gustosísimo.