El cóctel no puede ser más atractivo. La gran narradora Natalia Ginzburg nos cuenta la vida del gran narrador Ánton Chéjov en Antón Chéjov: Vida a través de las letras (Acantilado, 2006). No sé a cuál de los dos admiro más. Como resumió Diego Doncel en El Mundo es «un relato bellísimo, triste y trágico que se lee como una novela. Una delicia».
El encanto indiscutible de Natalia Ginzburg en este libro fluye entre líneas. Se quita de la escena, pero qué forma de quedarse. También invisible pero presente el carácter de escritora. Y todo sin robarle ni una coma de protagonismo a Chéjov.
El libro es brevísimo. Se nos cuenta la vida del gran autor a cámara rápida, pero con un ojo infalible para los pequeños detalles y para las sugerencias. Quizá el verdadero protagonista es Suvorin, el reaccionario. Qué gran amigo, qué apoyo constante, qué perdón a los desplantes y desdenes que Chéjov le hace. Suvorin es un gran amigo incluso para el estándar Bloy. ¿Recuerdan el criterio del francés? Amigo es quien te da un billete de los 50 francos. Suvorin, con Chéjov, eso y mucho más. Le pasa todo: «Había decidido no enviar más cuentos a Tiempo nuevo y remitirlos a Pensamiento Ruso, de tendencia más liberal. Suvorin lo lamentó, pero lo perdonó y siguieron siendo amigos».
Otra figura que se engrandece es la de María Chejova, la hermana que vivió para su hermano y a la que éste, con enorme insensibilidad, ay, frustra dos noviazgos.
Nada de eso entorpece el aprecio de Ginzburg por Chéjov, al que estima de un modo muy humano y con una admiración literaria muy profunda. La mano firme de Natalia Ginzburg resulta prodigiosa en los spoilers que se marca de muchos cuentos del ruso. Los resume en cuatro líneas sin que pierdan ni su gracia ni su temblor.
He subrayado esto:
El padre manifestaba cierto amor por el arte, extraña característica en un temperamento beato y rapaz como el suyo [Lo que es extraño, querida Natalia, es que consideres (¡siendo italiana, además!) que beato es contradictorio a amor por el arte y te resulte casi un complemento de rapaz.]
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[Antón Chéjov] Más tarde dijo que la pobreza de aquellos años era para él como una muela picada, que le producía un dolor persistente y sordo del que no se liberaba jamás.
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La medicina era su legítima esposa y la literatura su amante [Afirmaba él; no se sabe qué pensará Natalia Ginzburg, que se calla.]
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[El escritor y crítico Grigóriovich le muestra su aprecio y le da unos consejos. Chéjov, que se alegra lo indecible por ese reconocimiento, sin embargo] hizo caso omiso de estos consejos. [Eran que firmase con su verdadero nombre, que no utilizara detalles excesivamente crudos como uñas irregulares o pies sucios, y que no escribiese demasiado ni demasiado deprisa. Yo los veo espléndidos. Me hace gracia la alegría por el elogio junto con la indiferencia por las indicaciones.]
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Al principio, la mujer de Suvorin, le pareció estúpida y charlatana […]. Sin embargo, cuando la trató le resultó simpática y descubrió que su cháchara era como el canto de un canario.
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Soñó con comprar algún día una casa en el campo y unas tierras.
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Iba a dedicar tres días a la semana a escribir el informe sobre Sajalín y los tres restantes, a «El duelo»; los domingos a alguna novela breve. […] Chéjov se levanta a las cuatro de la mañana para poder trabajar en silencio. Escribía el informe sobre Sajalín con inmenso aburrimiento, y «El duelo» con inmenso placer.
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Le fastidiaba también Tolstói, a quien siempre había admirado mucho, y cuyas obras amaba con pasión, pero por entonces le pareció que adoptaba aptitudes de profeta y que derramaba ríos de palabras superfluas.
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Junto con la casa y el terreno adquirieron tres caballos, una vaca, cuatro patos, dos perros y un piano.
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[Ay] Solía decir y repetir que no sabía por qué María era contraria al matrimonio.
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Paseaba por los bosques con sus dos perros a los que había llamado Bromuro y Quinina.
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«El monje negro» es de enero de 1894. Le contaron a Chéjov que cuando lo leyó Tolstói, siempre cauto con los comentarios elogiosos, exclamó: «Qué hermoso es! ¡Ah, qué hermoso es!»
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[Cuando se puso muy enfermo.] Fue a verlo Tolstói. Le habló de la inmortalidad del alma. Le dijo que al morir, todos, hombres y animales, se unen en una esencia única, compuesta de razón y amor. Chéjov refirió luego que había imaginado esa esencia como una gran masa gelatinosa. Con la voz débil de esos días, le comentó a Tolstói que no tenía ganas de sobrevivir de esa manera. Tolstói se puso pálido.
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Tolstói en cierta ocasión le dijo a Chéjov: «Como ya sabrá, detesto a Shakespeare, pero las comedias que usted escribe son todavía peores». [N es una crítica que a uno pueda hacerle ningún daño en absoluto.]
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[A Bunin, que le contaba que no tenía inspiración] «Hace mal. Lo esencial, como sabrá, es trabajar toda la vida, sin cesar».
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El médico le puso una inyección de alcanfor. Luego quiso mandar a buscar un tubo de oxígeno. Chéjov le dijo: «Es inútil. Cuando lo traigan me habré muerto». Entonces, el médico mandó que le subieran una botella de champán. Chéjov aceptó y dijo: «Hacía mucho que no bebía champán». [Fueron sus últimas palabras; y son bellísimas, como de un cuento suyo.]