Su filosofía era la del calcetín: si había dinero no trabajaba y si había que llenar la nevera o ir al médico tocaba escribir” (César de Navascués, hijo de César González-Ruano). Puedes leer la entrevista completa aquíAsí me topé con el Diario de González-Ruano: buscaba yo por la red una edición antigua de sus Memorias (mi medio siglo se confiesa a medias), y de repente veo, por menos de diez euros, el Diario Íntimo (1951-1965) en un solo tomo. Edición de Visor, con colaboración de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, arreglo público-privado con resultados admirables. Tapa dura, diseño espartano, algunas fotos en blanco y negro, que nos muestran a un enjuto señor formal de desconcertante parecido con Salvador Dalí, si sustituyéramos las engomadas puntas del bigote de este, como efes de violín, por el subrayado coqueto y rectilíneo de aquel. Por una suerte de cálculo cantidad/precio, me embarqué en el ladrillo contundente, en el tomo de categoría, que hacía exclamar a mis hijos “¡Hala! ¡Qué cosa más gorda!” al verlo en la mesilla junto al vaso de agua, el cargador del móvil y los varios Chesterton en alegre montón. No recomiendo este libro para leerlo en el metro, por tanto. Han sido los diez euros mejor empleados de mi vida, si exceptuamos el Live after Death, de Iron Maiden, (1600 pesetas en Discoplay). Por el precio de una entrada de cine y una cocacola de las pequeñas (en Sevilla), adquirí horas y horas de elegante prosa, que te apresa sin prisa (Nota: esta ridícula aliteración es un gesto de humildad, para que no me consideren ustedes un gran autor; en el fondo, es una captatio benevolentiae más). En suma, que está muy bien irse de librerías, las librerías son una maravilla lujuriosa que celebraremos siempre, pero es verdad que a veces da un gusto enorme esta pesca con caña digital. En esta casa somos partidarios de ambas modalidades del mismo deporte, desde luego.

 

Recado de escribir

 

“Llegaba al café hacia las nueve de la mañana y se proveía de cigarrillos egipcios, a juego con las uñas lacadas, de café intenso en vaso largo, de periódicos, folios y el recado de escribir de la casa o la propia estilográfica. A veces empezaba los periódicos por detrás, buscando en las esquelas el muerto del día, pues se sabía perteneciente a una generación en declive y, como alguna vez había dicho, “a mí los muertos se me dan como nadie”. Muerto o vivo, empezaba a escribir”. Así comienza Francisco Umbral su prólogo a la edición mencionada, y me recuerda a mi abuelo Florentino: también él, como tantos españoles, empezaban el ABC por detrás, diciendo al posar los ojos sobre las esquelas: “Vamos a ver… quién ha dejado de fumar”. Este escenario cotidiano, recado de escribir (“avíos”, diría mi abuela), el café, el ABC, conforma un cuadro que, durante al menos dos siglos ha sido en el que nos hemos imaginado al escritor bohemio y borrachín; nada más alejado de nuestro articulista, cuya constancia en ganarse cada día el jornal recuerda al funcionario en su oficina, por un lado (café y mesa fija), y por otro al trabajador autónomo, que si no trabaja, no cobra; sobre todo cuando decía: “esta mañana he escrito 5.000 pesetas. Ayer escribí 10.000”. Pareciera que, en este juego de espejos en que, por un lado, revela su intimidad y, por otro, la esconde en la apariencia de una autobiografía en marcha, nos estuviera vendiendo una especie de desapego de su propia vocación de escritor. Ruano declara muchas veces en sus notas que el artículo de prensa es más rentable, de largo, que la novela. A tantas pesetas la página de artículo, que escribe en media hora, con un libro no le salen las cuentas. Se queja a menudo de que, ya cobrado el anticipo, o incluso el dinero por completo, tiene ahora la tediosa tarea de acabar tal o cual encargo, una guía literaria o una semblanza. El artículo de diario era la medida de su día a día, valga la redundancia. Y ese latido rítmico tiene su epicentro en el Café Gijón. De hecho, como para dejar constancia de que sólo ha habido rutina y nada reseñable, a menudo la anotación del diario consta de una sola palabra: “Gijón”. Con eso quedaba claro el esquema de la rutina. Otras veces se explicita el detalle, para dar la misma impresión: “Por la mañana el café está muy bien. Sin apenas gente y poco calor, mientras fuera se achicharra la chicharra. Son ya las doce. Me encontraba tan a gusto en la cama que no me hubiese levantado, pero el prejuicio es más fuerte que la pereza. Parece que hay que levantarse, que hay que desayunar café con leche, que hay que leer los periódicos, que hay que salir para poder entrar y dejar la cama para merecer ante uno mismo echar la siesta”. Por mucha naturalidad cotidiana que tenga su prosa, no puedo dejar de ver un puntito de sobreactuación en la languidez del final del párrafo. Recuerda al Pla que afirmaba que, si había que hacer cola para comprar el pan, no merecía la pena vivir. Y sin embargo… Cuántas veces hemos sentido el peso muerto del día malogrado, tiempo perdido o sin brillo, y que necesitábamos algo más para “merecer la siesta”.  Ruano sabe expresarlo sin gesticulaciones, con seca conformidad.

 

Elogio de lo breve

 

Pero, al margen de la boutade de lo rentable (aunque no tan boutade, Ruano vivía al día en lo económico), su estilo se decanta a lo largo de los años desde un manierismo inicial, de frase con meandros, hasta la lacerante concisión de las últimas páginas de su diario. Hay una compresión, propia, sí, de la greguería, en la anotación de lo obsevado, y una creciente potencia de la expresividad de la frase. Esta decantación estilística viene a concordar en espíritu con el punto de partida que establece Ruano en la “Nota a modo de prólogo” de su diario: “No deja de ser una coincidencia esto de que se me ocurra empezar un “Diario” en la época menos expresiva y menos movimentada de mi vida. (…) Mi vida actual se presenta muy monótona y más aún si se compara con lo que antes ha sido. Apenas salgo de casa. Más bien rehuyo las relaciones. Vivo dentro de este piso de Ríos Rosas, 54, como dentro de una caja. No me intereso por las cosas ni por los hombres. La salud anda peor que mediana”. Es una curiosa declaración de principios, toda vez que sus Memorias habían sido un éxito editorial, y en ellas la acción sucedía en Roma y en Berlín, y en el París ocupado por los alemanes, y es apresado por la Gestapo, y escribe la biografía de Mata-Hari. Con este contraste abrupto entre dos vidas antagónicas, se revela el escritor que no depende de lo novelesco para suscitar interés. Su sola prosa hace interesante lo narrado; o, mejor aún, descubre y señala lo significativo, sin pose alguna, en lo cotidiano minúsculo. Aunque ya no pasee por Vía Veneto, ni se esconda de los nazis en Montparnasse, sino que baje al café, en Madrid o en Cuenca, para escribir un artículo y poder llenar la despensa.

 

“Sombras de mi corazón”

 

Se ha escrito mucho sobre todo lo que no cuenta Ruano. La llamativa expresividad de lo no dicho. Él mismo, en sus memorias, aborda alguna vez este asunto, como en lo concerniente a las relaciones amorosas: “Todos vivimos y este es gran problema de las “Memorias”, en lo que se refiere a historias amorosas; problema tan fastidioso que luego pienso no hablar ni mucho ni poco de las principales sombras de mi corazón. ¿Para qué, si no se puede ser sincero sin herir, sin molestar, sin poner sobre aviso de una curiosidad pública a gentes que andan por la calle y por las calles del tablero de nuestra propia vida? Nosotros no entendemos las cosas como las entiende por ejemplo un francés. ¡Hay que ver qué “Memorias” han publicado algunos escritores franceses y también ingleses y norteamericanos! Aquí eso es casi imposible, y no por uno, que a mí me tendría muy sin cuidado decir de mí mismo cosas bastante más indiscretas y delicadas que lo que puedan ser los amores de un hombre con una mujer, sobre todo con una mujer libre, ni por la ferocidad con que parte del público juzgara las cosas, sino porque nunca se tiene un pleno derecho a disponer de la intimidad y ponerla en la plaza pública, ya que la intimidad no es sólo nuestra, sino también de seres que no piensan tal vez como nosotros, o a quienes, en todo caso, no puede divertir mucho que se les haga una disección como simple juego y ensayo de sinceridad literaria (González-Ruano, 2004a: 78-79)”. Ruano explica sus omisiones por la presión de la opinión pública, y el daño a terceros. Sin embargo, es sorprendente que, con tanta omisión de las circunstancias de su vida más íntima  –hasta el punto de referir un escueto “nosotros” para hablar de cualquier viaje o actividad, y esto muy de tarde en tarde–, sigan ofreciendo estas páginas una deliciosa sensación de cotidiana verdad. Cómo mostrar sin revelar, cómo mostrarse sin abrir la puerta que no se quiere abrir. Ahora, en pleno auge (y van ya varios auges) de la “literatura del yo” (fíjense en Carrère), el debate entre biografismo y ficción sirve para entretenerse un poco, como con tantos debates estériles, pero no arroja ninguna luz. El escritor Antonio Agredano decía en su cuenta de Twitter el otro día: “(…) Que parecéis ursulinas. Que cada uno escriba de lo que le venga en gana, de sus diarreas, de su infancia acomodada o ya si quiere de dragones y pontífices del siglo XI. La literatura está por encima de eso. Lo que vale, vale”. “Todo es ficción (…). Hasta cuando llamo a mi madre y le cuento lo que han hecho los niños en el cole ficciono un poco. Busco su sorpresa, omito partes, alargo lo más divertido para que sonría. Hasta nuestro día a día está narrado”. Sin entrar en la interminable polémica sobre si el Salón de los pasos perdidos de Trapiello es, como él ha sostenido siempre, una “novela en marcha”, podemos estar bastante de acuerdo con lo que apunta Agredano; y afirmar que, al fin y al cabo, da igual si Ruano (o Periquito de los Palotes, por citar a mi abuela de nuevo) narra la verdad, toda la verdad, o un 10% de la verdad. La verdad en Literatura es algo distinto y que tiene más que ver con la Belleza, y una intuición de sentido en el fondo de cada frase, antes de cada coma y cada punto. Que los hechos no empañen la verdad, que diría –en extremada paradoja, es decir, a su estilo– G.K. Chesterton. (Y sí: citaremos a Chesterton siempre, aunque hablemos de Isabel Pantoja). Pese a todo lo dicho, Ruano sostiene la bandera de lo biográfico, con formulaciones extremadas. Parafraseando a Eugenio d’Ors (“lo que no es tradición, es plagio”), llega a escribir: “Todo lo que no es, directa o indirectamente, autobiografía, es plagio. Todo lo que en literatura no es nostalgia, es simulación”. La clave está en ese “o indirectamente”, pequeño matiz por el que se produce la transformación de la intimidad en literatura. El sábado 18 de julio de 1953, Ruano soslaya las efemérides patrióticas, para darle vueltas a estas sutilezas: “Lo más difícil me parece vencer el pudor que nos da lo que creemos anodino y no falsearlo con simple literatura efectista, que sería muy fácil”. A este respecto, dice Umbral: “Sí. Se tragaba el ingenio, se tragaba el hallazgo, se tragaba la frase hecha, se tragaba la cultura y se tragaba la greguería de Ramón, de quien tiene algo, hasta que empieza a influirle André Gide en su Journal y elige la anotación corta, una línea o un folio para dejar ahí, limpia y redactada, una verdad pequeña, pues su gran obra está hecha de verdades pequeñas y valiosas”

 

La soledad es blanca

 

Dice José Manuel Benítez Ariza: “Todavía, no obstante, han de pasar algunos años y mediar algunas interrupciones para que estos Diarios se desprendan definitivamente de sus lastres periodísticos y mercantiles y alcancen la estremecedora simplicidad y la humanísima verdad de los cuadernos correspondientes a los dos últimos años de su vida”. 

Así, el miércoles 29 de noviembre de 1965 anota, al final del día: “Hacia las ocho, en el bar San Jorge, no me encuentro bien. Tengo que volver a casa. Respiro con dificultad. Me acuesto. Yo mismo quiero engañarme y me digo que es frío o nervios. No. Evidentemente me ocurre algo que no sé lo que es, pero que es”. 

No creo que se pueda hacer spoiler de unos diarios: toda vida acaba en el mismo mar. Para terminar, transcribiré, no sin un temblor de piedad y misterio, las últimas frases que anotó en el diario:

 

Lunes, día 29

 

(…) Tarde: dos horas solo. Apiádate, Señor, de mi inmenso y miserable miedo. El miedo me une a Ti como un animal necesitado. He rezado largo tiempo.

 

Martes, día 30

 

El terror es blanco. La soledad es blanca”.

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