Libros de poemas los hay de muchos tipos y que imponen lecturas diferentes. Estos días lo he podido comprobar leyendo prácticamente a la vez las entregas recientes de tres de los poetas más interesantes de la poesía viva española. Carlos Marzal (Valencia, 1961), Antonio Moreno (Alicante, 1964) y Rodrigo Olay (Noreña, 1989) han escrito tres libros diversos y gozosos.

Al Dios sin nombre, Cálamo, 2023, de Antonio Moreno, es un poemario total. Se escapa a la navaja del Barbero y casi lo haría a las tijeras de un antólogo. «La gota de agua ignora que es un prisma/ donde el sol se deshace hermosamente» son sus dos primeros versos, y luego va y los cumple. Sus poemas presentan matices irisados de una realidad superior que sólo se podría abarcar en un golpe de vista. Exige una reseña o, todavía más, el silencio atento de un lector cuidadoso. «Porque escribir es eso, oír el alma».

Quizá yo, Pre-Textos, de Rodrigo Olayes, como suyo, un libro divertidísimo, de gran dominio verbal y oído fino (porque ha leído –dice medio en broma– Antonio Carvajal). Me gustan mucho muchos poemas. Aquí sí podría entrar con tijeras un antólogo, porque hay un puñado de ellos que se destacan sobre el resto. Uno resulta magistral: «Ante el espejo». Ojalá memorizármelo, porque es un himno a la vida que puede venir muy bien para recitárselo uno a sí mismo en horas oscuras.

Euforia, Tusquets, de Carlos Marzal, es el que mejor se adapta a la labor del barbero. Aquí sí puede entrar la navaja. Quizá no sea extraño porque Marzal no sólo es uno de los poetas más significativos de la generación de los ochenta, sino también un aforista poderoso. Para aforizarle los versos, el barbero ha hecho un poco de trampa, en el sentido de que a veces ha unido dos o tres o ha retocado mínimamente una forma verbal. Poca cosa.

Más allá de los fragmentos, Marzal sigue en la línea celebrativa a la que ha virado muy vivamente la poesía de la experiencia en los últimos tiempos. Quizá el magnetismo de Eloy Sánchez Rosillo no sea del todo ajeno al cambio, aunque es mucho más evidente el magisterio de Claudio Rodríguez. Se ve de una forma indiscutible en el poema de Marzal que da título al libro. Y saltan a la vista las confluencias con Vicente Gallego y su nueva poesía híminica. En Euforia se nos confiesa: «Marzo y Marzal acatan al dios Marte». El amor al fuego, casi pirómano (él se lo llama), enraizado en Valencia (ciudad a la que dedica uno de los mejores poemas del libro) podría ser otro signo del libro. A veces condesciende a la anécdota, pero no seré yo quien le afee eso a un poeta. A veces a la anécdota muy anecdótica, incluso. Nos cuenta que la luna se aleja de la Tierra a razón de 4 cm. por año, y a mí me ha dado un disgusto del que no me repongo. A cambio nos regala un díptico taurino donde vuelve a reivindicar, como en «Valencia», sus raíces y que se convierte en signo, símbolo o categoría: «En el toreo / concluye la insolencia de estar vivos».

El barbero del rey de Suecia ha recortado para ustedes estos versos con lo que él también se ha quedado:

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Muchos actos de amor no lo parecen.

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Ir a cumplir 60 sin dejar de tener aún 18.

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[La madurez] Nunca la alcanzaré. Se me ha hecho tarde.

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¿Qué serían los jóvenes sin énfasis?

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Cada poema aspira a ser el último que escribas.

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Puede que te parezca conformismo, pero es conformidad.

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Determinó investirse de poeta […] y reclamaba que el mundo, en consecuencia, le otorgase algunos privilegios de aristócrata.

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[Conservar las cosas] Es una variedad de la estrategia con la que trato de matar el tiempo. Matarlo en su sentido literal.

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El corazón escribe a lápiz.

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Mi forma de bautismo es la escritura: poner nombre a las cosas.

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Sueño con la piña que no deje de arder ni se consuma.

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En la lectura hay que depositar todo el talento del que somos capaces. [El poema se llama significativamente «La inspiración»]

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Esa forma de habitar el mundo que hemos llamado arte.

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Hoy he escrito un poema. Y eso basta […] El iluso que soy resulta absuelto […] condenado a salvarme con tan poco.

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La profesión de escritor consiste en descubrirle al mundo su aventura.

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Un objeto […] vive de atención.

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La vida en los veranos es el doble de vida.