Pasan los años desde su muerte, y la obra de Julián Marías sigue vigente. Por el agradecimiento y la memoria de sus lectores exclusivamente. Hasta donde sé no se le ha puesto su nombre a ninguna estación de trenes ni se ha convocado un año Marías ni un premio de ensayo a su nombre ni nada por el estilo. Su manera de ver el mundo, en cambio, sigue contando, porque enseña a mirarlo con sencillez, profundidad y responsabilidad.

En un recuento rápido, son muchos los ámbitos en los que las maneras de Marías han dejado su marca. Pienso en una forma particularmente humanística de ver el cine, de la que tanto sabe Alfonso Basallo. O en un amor a España y a Hispanoamérica en su historia y su legado que, en cierto modo, se adelanta a la labor de Elvira Roca y de José Luis López-Linares. O en una explicación tan transparente y sistemática de Ortega y Gasset. O en su defensa acérrima de la vida y su oposición al aborto.

Particularmente personal es su visión del cristianismo, desde una fe profunda, partiendo desde su propia filosofía. Su libro La perspectiva cristiana (1999) es un ejemplo de cómo el cristiano tiene que quitarse el sombrero al entrar en una iglesia, pero no la cabeza, y desde luego no su razón, su razón vital, en este caso. El barbero ha escogido estas oraciones o frases:

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El concepto de gracia es la clave. Está el «llena de gracia» de la Anunciación, cuya contrapartida es la aceptación libre, rigurosamente personal.

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«Hagamos al hombre», frente al «hágase» impersonal del resto de la Creación, incluye el plural de la Trinidad y una forma verbal que conlleva una indefinición que es la imagen finita de la infinitud.

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La vida como misión es el núcleo del cristianismo.

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Homo Viator: la sucesión incesante de estilos artísticos, formas literarias, sistemas intelectuales, formas políticas… se puede interpretar como una de las consecuencias de la perspectiva cristiana.

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El sentido primario y más usual de peccatum es tropezón.

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La resurrección de la carne no se puede pasar por alto. Se trata de la realidad entera tal y como es. […] El amor es personal y carnal.

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La realidad total, cuyo principal activo es Dios mismo: el balance total es superabundantemente positivo.

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Se espera salvar todo lo valioso, todo lo auténtico: cuando se dice en el Evangelio que se habrá de dar cuenta hasta de una chucharada de agua o de una palabra vana…

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[La vocación] Consiste en decidir ahora que se va a ser para siempre.

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Los teólogos han insistido, sin duda justificadamente, en la «visión beatífica»; pero se puede ver en ello un ejemplo de «deformación profesional». [Hay que imaginarse, propone Julián Marías, otra «otra vida».]

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La raíz última de la persona humana es lo que llamamos «vocación». Nos sentimos llamados a hacer algo y, más aún, a ser alguien.

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[Propio de nuestro tiempo, y ha empeorado desde 1999] Hay una voluntad de degradación del hombre como si irritara su posible excelencia. […] Un extraño deseo de aniquilación: esa voluntad de extirpar en los demás la esperanza de seguir viviendo después de la muerte. […] Lo que no se entiende es que se sienta hostilidad y repugnancia a algo que en todo caso sería admirable.

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Soy forzosamente libre por lo que la vida humana es intrínsecamente moral.