Haber sido alumno de don Álvaro d’Ors añade, sin duda, unas gotas más de emoción a la lectura de esta apasionante biografía, aunque no le hacen falta y hasta sin ellas a veces rebosa el vaso. No es talmente una semblanza intelectual, de esas que desgranan las aportaciones y el pensamiento del biografiado. Por eso, antes de haber terminado Sinfonía de una vida, ya he empezado a leer de nuevo los libros de d’Ors. Eso demuestra: 1) lo atractiva que es la biografía y 2) las ganas con que te deja de profundizar en sus ideas.
Como el barbero se va a concentrar en frases de Álvaro d’Ors, hay que señalar antes que el libro de Gabriel Pérez está magistralmente escrito. El autor es un periodista de raza que, además, está casado con la hija mayor del protagonista. Lo que le permite un juego literario de mucho mérito por su pudor y su gracia, con un desdoblamiento milimetrado y balanceado entre el autor y el yerno. El cariño a la esposa asoma entrelíneas, como un guiño privado o una dedicatoria diseminada, pero más aún la cercanía, la verosimilitud del testigo directo y el respeto al suegro. Gracias a ese juego, emparenta con los mejores clásicos del género, como la biografía de Tomás Moro escrita por su yerno, y que tanto influyó en Shakespeare; la Vida de Samuel Johnson por su íntimo amigo James Boswell; o el monumental Borges de Bioy Casares.
Por añadir otro interés consanguíneo, el hijo mayor de don Álvaro es el poeta Miguel d’Ors, uno de los más importantes de nuestro tiempo. Para el conocedor de su poesía, hay abundantes claves de inesperadas influencias paternas. Una, asombrosa. La poesía de Miguel d’Ors ha erigido un territorio mítico, aunque real, que en su caso es Wyoming, donde se parapeta su esperanza, como ha estudiado muy bien Diego Reche. Pues bien, don Álvaro d’Ors, durante la guerra civil, se buscó un lugar utópico y real que cumplía exactamente esa función de refugio del alma. Para él, fue Mallorca.
El título del libro sigue una inspiración del biografiado, que dividió su vida en cuatro grandes movimientos, cada cual con su melodía: una infancia marcada por la personalidad y la relevancia de su padre intelectual y de su madre artista; su intervención en la guerra civil, como voluntario requeté, que fijó para siempre su pensamiento político y su temple espiritual; su fecunda carrera universitaria y, por último, su jubilación, donde ejerce plenamente de patriarca y se prepara para la muerte con una densidad de caballero antiguo, con ecos de la muerte del marqués de Marchmain en Brideshead Revisited, pero con el trasfondo de la muerte del maestre don Rodrigo.
En todo momento, el lector tiene conciencia de que está ante una inteligencia de primer orden. Aprendió a leer en una sola tarde la mano de su madre y ya a escribir aprendería por su cuenta (y riesgo). El gran Carl Schmitt le escribe deslumbrado por sus observaciones: «Los buenos lectores son hoy tan escasos como las buenas publicaciones». Pero estamos a la vez ante un alma delicadísima, capaz de habitar en una limpia infancia espiritual. Rezaba esta jaculatoria: «Mamá mía y san José/ quiero ser bueno, y no sé». Su pertenencia al Opus Dei permite atisbos muy interesantes para quien quiera conocer de verdad esa institución de la Iglesia, sin vaguedades de un signo u otro.
Con gran sentido del deber, el barbero se ha ceñido a unos pocos ejemplos de su pensamiento. Contra su costumbre, esta vez sí ponemos la página de la cita, porque suelen ser a la vez citas de fragmentos de cuadernos personales, de libros o de cartas de Álvaro d’Ors, y es muy probable que alguien quiera seguirles la pista:
Lo que está ocurriendo es una sublevación contra una subversión. [Descripción de la situación de España en el verano del 36; p. 138]
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Contra preocupación, ocupación; contra prejuicio, juicio… pero no hay juicio ni ocupación sin previo prejuicio o preocupación. La preocupación es el impulso para la ocupación. El juicio no sirve más que para verificar y corroborar un prejuicio. [p. 151]
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[Tras una batalla, del macuto de un soldado republicano muerto sobresale un libro negro, que, con esa curiosidad irreprimible del hombre de letras, Álvaro d’Ors hojea: es un misal. Lo toma y apunta en él] † Encontrado en una posición cogida al enemigo en el frente del Ebro, cerca de Gandesa, el mes de Agosto de 1938. […] Lo conservo, no como botín, sino como cuasi-reliquia. ¡Qué emoción! Aquel «rojo» al que habíamos matado en guerra justa, quizá fuera un cristiano más piadoso que yo, pese al «detente» que colgaba de mi camisa sudorosa de católico requeté. [p. 209]
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Leo a Virgilio y me traslado a un mundo mejor. [p. 213]
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No escribo porque no se publica; si se publica, no se lee; si se lee, no se entiende; si se entiende, no se acepta; si se acepta, se me dice que hubiera sido más prudente no escribir. (1991) [p. 380]
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De él [de su padre Eugenio d’Ors] aprendí cosas importantes, como el gusto por madrugar y el odio al ocio y a la vulgaridad, el desprecio por los nacionalismos y por el papanatismo de los intelectuales de izquierda, la poderosa intelligentsia de mi juventud; también aprendí el amor a Roma y la Gramática, y la exigencia de una íntima confluencia intelectual de coordinar la parte con el todo, la anécdota con la categoría, lo que bien puede llamarse, como él mismo hacía, la syntaxis. [p. 390]
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Todo lo que no es tradición es traición. [p. 392]
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Procura siempre que, en el espejo de tu rostro, puedan otras almas descubrir un fulgor de su propia belleza. [p. 397]
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[Sobre la pereza y la falta de objetivo en la vida.] Se trata de dos caras de la misma moneda. [p. 398]
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Dentro de la Universidad, la Docencia es el deber del maestro, deber de autoridad. La Disciplina es el deber del estudiante, de control de sí mismo, que es una forma de potestad, y de libertad. Cuando el maestro se preocupa por la Disciplina, está asumiendo funciones de potestad que no le corresponden. Y el control del aprovechamiento —los exámenes— es cosa de disciplina. [p. 425]
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Morir sin heredero es tan triste o más que no tener qué heredar. [539]
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Qui magna tantum curat, parvus; qui parva etiam, magnus [«Quien tan solo cuida las cosas grandes es pequeño; quien, también cuida las pequeñas, grande». p. 547]
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Usar el lenguaje del enemigo es ya declararse vencido. [p. 556]
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¡El humanitarismo perjudica a la Humanidad! [p. 579]
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Est qui dat; habet qui accipit. [«Es el que da; tiene el que recibe» p. 583; ¡y cuánto hemos recibido nosotros de lo que fue don Álvaro d’Ors!]
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