«Al muchacho le habían dicho que el hombre se convertía en algo completamente diferente en una batalla. En este cambio veía él su salvación» (fragmento de La roja insignia del valor, de Stephen Crane).
La guerra es tan antigua como el hombre. Se ha cantado en poemas épicos como La Ilíada, que comienza destacando cómo «la cólera funesta» de Aquiles «precipitó a los infiernos las almas valerosas de muchos héroes».

Valor y muerte. Heroísmo e ira. Soldados capaces de lo mejor y de lo peor. Ese aire que discurre entre el mito y la suciedad mundana caracteriza a la última gran serie bélica emitida por televisión: Valley of Tears (HBO). Este producto procedente de la atrevida pantalla israelí cuenta, en diez vibrantes y realistas episodios, la guerra del Yom Kippur. Un drama humano, sin apenas concesiones, ubicado en primera línea de fuego.
Valley of Tears refleja cómo un puñado de hombres aceptan un sacrificio necesario por el otro, tu hermano de sangre en el frente, tu madre e hijos en la retaguardia. Es la misma épica —unas veces grandiosa, otras bastarda— que caracteriza el doblete bélico que Tom Hanks y Steven Spielberg produjeron para la pequeña pantalla. Justo estos días se cumplen veinte años de la emisión de Hermanos de sangre, aquella obra maestra con un diseño de producción que aún quita el hipo. El detallismo de los uniformes y la maquinaria de guerra, el realismo de las heridas, la recreación de los paisajes de la campiña europea, el olor a Francia o esa fotografía gris, tristona, que nos va conduciendo por las geografías del horror. Hay sangre, dolor y llanto; pero también hay espacio para la compasión y la amistad. Porque, al final, Band of Brothers es eso: un relato de un grupo de soldados obligados a ser héroes para poder sobrevivir. Desde su instrucción militar o el desembarco de Normandía hasta la victoria sobre Berlín, la narración nos va mostrando la batalla externa e interna (los miedos, las soledades) de un puñado de hombres.

El díptico de Hanks y Spielberg se completó una década después, cambiando esta vez al enemigo alemán por el japonés en The Pacific. Sangre, mosquitos, playas, paquetes de cigarrillos, barcos, fusiles, gritos en la noche, brutalidades, medallas, munición… todo –¡todo!– está cuidado con un naturalismo extremo, detallista, que consigue que hasta la Muerte huela. Que apeste a heroísmo y odio. Sin embargo, desde el punto de vista dramático, a los personajes les falta un punto de complejidad y autenticidad.
Es muy posible que los guionistas de The Pacific hubieran tenido en el cajón de los referentes novelas célebres ambientadas en aquel curtido rincón de la historia. La mítica de Aquí a la eternidad, llevada al cine con éxito por Fred Zinneman en 1953, o el libro que catapultó a la fama al indomable Norman Mailer: la monumental, cruda, Los desnudos y los muertos. Con el desembarco en la isla de un escuadrón norteamericano en Anopopei, una pequeña isla (ficticia) del Pacífico Sur, Mailer recrea un microcosmos de su país, con un manojo de desclasados asediados por la violencia y la muerte. En su momento, la crítica alabó la obra de Mailer, emparentándola con Hemingway, que había narrado la guerra española en Por quién doblan las campanas, e, incluso, con el Guerra y Paz de Tolstoi.
Esta última, a pesar de su ingente caudal narrativo, gozó de una reciente adaptación televisiva de la mano de la BBC, en 2016. Sus seis episodios retratan la grandeza de la aristocracia rusa, pero también la espectacularidad nevada de los enfrentamientos contra el ejército napoleónico. No ha sido la única traslación directa de una novela bélica. La delirante sátira que Joseph Heller ideó para ejemplificar los contrasentidos de la guerra (Trampa-22) fue llevada a los canales de streaming en 2019, con George Clooney al frente del reparto. Su tono de comedia negra no terminó de cuajar entre el gran público, aunque no se puede decir que la televisión no mantenga un referente de primera línea… de batalla: la inolvidable M.A.S.H. —paradigma de la comedia televisiva de los setenta— tenía lugar en un hospital de campaña en la Guerra de Corea.

Escribía Clausewitz en su tratado clásico: “La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios”. Parafraseando al general prusiano, podríamos afirmar que las novelas y las series de televisión también son la continuación de la guerra por otros medios… pero contemplada a una prudente y reflexiva distancia.

Autores citados

Stephen Crane fue un poeta y novelista estadounidense, que vivió en el último tercio del siglo XIX. Adscrito al realismo, Crane saltó a la fama con La roja insignia del valor, ambientada en la Guerra Civil estadounidense. Ernest Hemingway destacó la novela como una de las más grandes obras de la literatura americana.
Joseph Heller es básicamente conocido por Trampa-22, una sátira sobre la guerra y la burocracia. El éxito de su obra fue tal que en inglés se emplea el término «catch-22» para describir una paradoja de la que no se puede escapar porque las reglas que la conforman son contradictorias.
Norman Mailer es uno de los nombres de referencia de la literatura norteamericana del siglo XX. Su trabajo se extendió durante seis décadas. Hombre de carácter volcánico, es conocida su aficción al boxeo y su cultivo del periodismo. Se casó y divorció seis veces. Entre sus libros destacan Los tipos duros no bailan, Los ejércitos de la noche y La canción del verdugo.

Libro + frase definitoria

La roja insignia del valor: desmitificador

Guerra y paz: Monumental

Trampa-22: Satírico

Los desnudos y los muertos: Sórdido

De la guerra: ensayístico

 

La Ilíada: fundacional