En su excelente manual de instrucciones para el joven crítico, Juan Marqués le pedía, entre otras cosas, que fuese capaz de reconocer también la excelencia de una estética que no sea la suya. Yo no soy joven, pero me considero en condiciones aún de aprender una buena lección. Es lo que me propongo hacer con esta reverencia barberil a Mariano Peyrou (Buenos Aires, 1971, aunque vive en Madrid desde 1976). Poeta exquisito, que no practica la misma poesía que yo intento, ni falta que nos hace ni a él, para haber escrito un libro precioso, ni a mí, para disfrutarlo como el que más. Se trata de Posibilidades en la sombra (Pre-Textos, 2019)
Muy rápido he zanjado que nuestras diferencias son estéticas, porque también son metafísicas. Peyrou es partidario de los bordes difuminados de la realidad, aunque (estética de nuevo, con cuánta belleza; y metafísica otra vez, con mucha verdad). Véanse estos versos de línea zigzagueante y difusa: «Pero tal vez donde tú ves una montaña,/ yo vea un río; donde tú ves un dolor/ leve, yo vea una promesa; donde/ tú ves agua, yo vea sangre. O tal/ vez yo vea un símbolo donde tú/ ves un rastro; yo vea una mirada/ limpia donde tú ves una cosa;/ y donde tú ves un jardín, yo/ vea una silla caída».
Hay puntos de contacto, por fortuna. Peyrou parte hacia lo real y yo parto de lo real. Ahí nos cruzamos. Además, tiene una mirada muy Luis Rosales: «El miedo es el estado líquido del/ dolor, como una herida es el estado sólido/ del miedo». Yo diría que la lección de La carta entera la trae muy bien aprendida.
Domina Peyrou la música. Se ve —se oye— en el sabio uso de los estribillos temáticos (esa silla caída que aparece y vuelve a aparecer, entre otros objetos rítmicos a la par que simbólicos, como los distintos estados, sólido, líquido y gaseoso). Otro sabio uso es el de los encabalgamientos que contribuyen a marcar el ritmo versal y, a la vez, a recordar la fluidez del proyecto. La importancia de la música es fundamental para que el libro no devenga en una estupenda colección de aforismos, que también lo es.
Lo es. Entre los aforismos, se ha puesto las botas el barbero, con unas tijeras que, al cerrarse, daban —plas, plas— una ovación cerrada:
La belleza de la belleza alude a otra
cosa: lo que yo veo bello es lo que me
hace ver cosas
que no se ven.
*
El estado sólido de mi soledad son mis recuerdos.
*
Tus ojos me interrumpen cuando estoy mirándote.
*
La belleza no se encuentra buscando la belleza, sino buscando la verdad.
*
Confiar es desafiar el tiempo, estar en dos momentos a la vez.
*
El dolor, que es el estado líquido de la libertad.
*
No sé lo que es el destino más que con la memoria: un lugar donde todo el pasado fluye en la misma dirección.
*
El destino hay que ganárselo.
*
A veces parece que entendemos las cosas cuando ya es tarde, pero lo que sucede es que las cosas ya no están ahí para desmentirnos.
*
La alegría es un lugar donde todo lo que soy fluye en la misma dirección.
*
Tal vez el mejor encuentro sea el segundo encuentro, el encuentro no con lo desconocido, sino con la corrección del primer encuentro.
*
[…] y tú no me crees
cuando te digo que nombrar las cosas
equivale a tenerlas; no te das cuenta de
que si no las tenemos, es porque
no sabemos nombrarlas. Dices que la
palabra lluvia no moja y yo
veo que la palabra lluvia moja,
la palabra ojo mira y la palabra beso
cambia las cosas de lugar y nos
desplaza en el tiempo. […]
*
El destino no es el lugar donde todo está
escrito, sino donde se puede empezar
a escribir con libertad
*
Quiero aprender a entrar en lo real
*
y lo real tiene que ver contigo […] como entro en tu ojo para verme/ o te doy la mano para entrar en lo/ real.