Bobby Batista Fernández (Nueva York, 1947) es hijo del General Batista y su segunda esposa, Marta Fernández. Tiene un trato extremadamente afable y educado. A pesar de haber vivido en el exilio desde su infancia y residir actualmente en Madrid, conserva esa ceremoniosidad en las comunicaciones que los españoles nos dejamos en el Caribe. Tras recibir diversas sugerencias sobre la conveniencia y el interés general de sus memorias, acabó finalmente aceptando los argumentos de Pío E. Serrano. Sin duda, su vida singular y recuerdos que forman parte de la historia política lo merecían. La narración abarca desde los recuerdos de Bobby en Kuquine, la residencia familiar en Cuba, la terrible noche del exilio y el cruel recibimiento en el aeropuerto de Nueva York que tuvo junto a su hermano Carlos Manuel –con 11 y 9 años respectivamente- hasta la estancia en Daytona Beach y el traslado posterior de la familia a Portugal. Una vez en Europa, Bobby tiene recuerdos prolijos para su itinerario académico que incluyó un internado en Suiza y sus estudios universitarios en Madrid.  El relato mezcla de forma natural los acontecimientos históricos,  y las reflexiones que suscitan en el autor las decisiones políticas de su padre, con confesiones íntimas en relación a cómo modularon su personalidad las circunstancias que le rodearon.

La muerte del general Batista en Marbella sorprende a la familia que recibe un nuevo y duro golpe y concluye Hijo de Batista, una aproximación valiente y sincera a una figura controvertida que, como no podía ser de otra manera, es visitada retrospectivamente con mirada de hijo que ha disfrutado de un padre entregado, cercano y responsable. El mérito del autor, por tanto, es grandísimo: enjuicia al padre, lo redime en su faceta familiar y expone sus heridas. Como adenda, la lectura resulta agradable-a pesar de transmitir angustia vital- gracias a la pluma educada y sopesada de Bobby.

Le agradezco, además, que se haya prestado a responder unas cuantas preguntas sin eludir ningún tema y con gran diligencia.

 

PINCHA AQUÍ PARA LEER LA RESEÑA

 

 

Por un lado parece que su intención inicial en “Hijo de Batista”  era dar a conocer a Fulgencio Batista como padre, mostrar su lado familiar y reflexionar sobre su figura política. Sin embargo, creo que la escritura ha tenido algo de catártico para usted. ¿Sirvió para exorcizar algún viejo demonio?

Siempre pensé que el escribir estas Memorias contribuiría a cicatrizar heridas. Hubo capítulos que redactarlos fue un verdadero placer, como por ejemplo el del reencuentro familiar en Lisboa y posterior viaje a las Islas Madeira. Me recreé en revivir esos recuerdos. Sin embargo, otros, como el de la llegada a Nueva York, un 30 de diciembre de 1958, fueron dolorosos y hasta intimidantes. Recordar tantos acontecimientos no cerró la herida abierta entonces. En este sentido la escritura no logró ser terapéutica, tampoco exorcizó demonios. Ojalá hubiese sido catártica, pero no pudo ser.

 

 

Me llama la atención, además de su prodigiosa memoria, que hay una constante que se repite cuando describe ciudades, personas o situaciones nuevas: recuerda con asombrosa nitidez tres cosas: la comida, el entorno -la decoración- pero, sobre todo, cómo les trataron aquellos con quienes fueron relacionándose en la vida.

Mis recuerdos son fuertes, profundos e inalterables. Y así lo fueron porque al principio del exilio y los años siguientes éramos una familia de “apestados”. Por eso infundí al relato toda la emoción que las situaciones dolorosas encerraban.  Todo aquél que en esas circunstancias nos tendía una mano impactó lo más profundo de mi alma. Fue el caso de la familia Menasce que en 1960 nos hicieron un hueco en su hogar de Ginebra cuando el mundo entero nada quería saber de nosotros.

 

 Usted muestra sin tapujos una personalidad sensible y no sé si su hermano quedó afectado de la misma manera por, por ejemplo, el recibimiento de la prensa y los opositores en Idlewilde (ahora Aeropuerto Internacional JFK), la incertidumbre del destino de su padre en República Dominicana, el exilio y el peso del apellido. Esas experiencias traumáticas le han acompañado siempre, causándole gran angustia y marcando su existencia. ¿Ha pensado que su texto puede abrir una reflexión acerca de lo que podríamos llamar “daños colaterales”; niños que “heredan” las consecuencias de las acciones de sus progenitores?

Los daños colaterales en la infancia deben evitarse a toda costa. El más mínimo detalle que a nosotros nos pasa desapercibido deja impronta en la piel del niño. Nadie puede adivinar las consecuencias posteriores. Si en estas Memorias aparezco como sensible es porque hubo motivos de sobra para que un niño, casi adolescente, recibiese el azote de tantas falsedades y atropellos como se cometió con nosotros. Es poca toda importancia que pueda darse a la Declaración de los Derechos del Niño de la ONU que, igual que nuestra salida de Cuba, es del año 1959, año negro en mi mente, año temible en mis entrañas por el pánico que cundió a nuestro alrededor entonces.

 

El homenaje que hace al final a los días de pesca con el General es precioso. La pregunta obligada es si cree que volverá a bañarse en las azulinas aguas de la Patria.

El poema que cierra las Memorias brotó sin querer escribirlo. Allá por el año 2006 la escritora cubana, residente en Paris, Zoé Valdés, en plena redacción de su “Pájaro Lindo de la Madrugá”, nos pidió a los hermanos Batista que escribiésemos el recuerdo de un momento importante al lado de nuestro padre. Es así como surgió “ Recuerdo Mañanas Tan Azules”, evocación de la ternura más explícita de un padre hacia su hijo. ¿Cómo entonces no dar pie suelto a rememorar tan dulce ocasión? En consecuencia, no cabe duda que echo de menos la frescura y el azul del mar cubano al cual, Dios mediante, volveré algún día en compañía de mis hijos y nieto. Volver a la patria, es volver al hogar, igual que Ulises, después de un largo viaje.

 

En el juicio político al gobierno de su padre usted deja claro que no está de acuerdo con  el “Gobierno de Marzo” y alaba los logros económicos y sociales conseguidos durante el democrático. ¿Uno de sus mayores quebraderos de cabeza es no llegar a entender por qué tuvo lugar el golpe de estado? Usted está casi convencido que no tuvo por objeto el poder por el poder o por el enriquecimiento.

El golpe de estado del 10 de Marzo de 1952 fue sin duda alguna el gran error político de mi padre. También lo fue ejercer clemencia y dejar en libertad al Tirano de Birán y sus cómplices en 1955, presos por el atentado terrorista al Cuartel Moncada en 1953. En mi opinión, que someto a mejor criterio, se trató de un verdadero golpe de estado porque se suprimió en parte el orden constitucional previo. No fue un “cuartelazo” como también se le llama a este incidente político,porque mi padre en aquel momento no era militar. Contrariamente a lo que se cree, Batista entonces era senador de la República, escaño que había conseguido en 1948, cuando “in abstentia” fue elegido para este cargo.

Nunca llegué a comprender porqué mi padre, quién iba camino de convertirse en un verdadero y respetado estadista, tomó esta decisión. Pienso que él tenía una visión de prosperidad y de oportunidades para todos y, usando de esa fuerza interior que le caracterizaba, decidió hacerse con el poder para poner en marcha un gobierno de reformas sociales, laborales y económicas que llevaron a la República al mayor grado de riqueza jamás conocido.

 

Fulgencio Batista fue un hombre hecho a sí mismo, del campo a sargento taquígrafo y a la presidencia de gobierno de Cuba. Eso requirió un carácter determinado y un cierto ego que conjugaba con un gran interés por la cultura y por la gente y sus vidas. No sólo es lo que refleja su libro sino la opinión de colaboradores.

Alfredo Sadulé, su edecán, habló de él en el mismo sentido. ¿Usted rechaza las acusaciones de corrupción y desmanes acontecidos bajo la dictadura porque le cuesta conciliar la ternura y el amor a su familia con el retrato de hombre despótico?

Todo lo que se ha escrito referente a la corrupción en la época de los gobiernos de mi padre, años 1952-1955 y 1955-1958, es producto de un gran movimiento de propaganda nefasta y antipatriótica. Si hubo corrupción, que se pruebe. No se ha hecho, porque no hay pruebas. Lo que existe es un sinfín de falsedades que han llevado al pueblo cubano a la pobreza más extrema.

 

Nuestro Hombre en La Habana de Graham Greene -se desarrolla en la Cuba de finales de los 50 y trata el asunto de las conexiones con la mafia- o la segunda parte de la película El Padrino, ¿han contribuido más a la propaganda contra Batista que la propia dictadura castrista?

Repito lo dicho anteriormente, pero deseo añadir que todo aquel que acusa a mi padre de conexiones con la mafia debe primero leer el ensayo del Profesor Argote-Freyre (Kean University, New Jersey), titulado “The Myth of Mob Rule in 1950s Cuba: Challenging the Touristic Interpretation”, publicado por Harvard University Press, dónde se prueba que Batista nada tenía que ver con la mafia y que por lo tanto estamos ante una repetición de las mentiras urdidas sobre la figura pública de mi padre.

 

¿Le entristeció particularmente al General la retirada del apoyo de los EEUU por su pasión juvenil por Lincoln y su cercanía a Roosevelt?

Mi padre era un lector ávido; devoraba libros a derecha e izquierda. Daba la bienvenida a todos los libros, fuesen de la tendencia que fueran. Siempre se interesó mucho por la figura del Presidente Lincoln. Creo que así era pues ambos compartían origen campesino y alcanzaron la primera magistratura de sus respectivos países.  ¿Cómo no iba entonces entristecerle la retirada del apoyo de los E.E.U.U.? Además, fue partidario de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial colaborando a la protección del Vecino del Norte en aguas cubanas. Dos veces recibido por el inigualable Presidente Roosevelt, su amistad con el pueblo americano no dejaba duda. En el año 1956, habiendo ya comenzado una guerra civil en Cuba, fue nombrado Ciudadano de Honor de Daytona Beach, Florida, ciudad dónde había residido a finales de los años 40.

 

¿Habló alguna vez con su padre de la noche del 31 de diciembre de 1958? ¿De lo sucedido en el Palacio Presidencial y posteriormente en el vuelo nocturno a República Dominicana?

En numerosas ocasiones le oí relatar la tristeza de esa noche que nada tuvo que ver con la imagen difundida por la película “El Padrino II”. Esa noche fue de luto. El ambiente era austero, triste y silencioso. Tuvo lugar en la Ciudad Militar de Columbia, en el segundo piso. Poco después de la medianoche, mi padre bajó al primer piso dónde presentó su dimisión de conformidad con la Constitución de 1940, al amparo de la que había sido elegido presidente en 1955. De ahí marchó a la República Dominicana tal como queda descrito en “Hijo de Batista”.

 

¿Es cierto que Trujillo hubo de prestarle ropa porque huyó al exilio con lo puesto?

No tengo conocimiento de que tal haya sido el caso. Puedo afirmar con autoridad que fue todo lo contrario.

 

En Hijo de Batista usted nos habla de su pasión por las letras y sus lecturas de Stendhal, Corneille o Racine. Fulgencio Batista era un lector voraz. Como Leer por Leer es una web literaria, ¿qué recuerdo tiene de las lecturas de su padre, qué autores frecuentaba?

Como queda dicho anteriormente mi padre disfrutaba con toda clase de lecturas, de historia, literatura, arte, política. Le daba la bienvenida a todos los libros que caían en sus manos. Leía hasta muy entrada la madrugada y al día siguiente gustaba compartir sus lecturas con nosotros. La noche anterior al ataque al Palacio Presidencial estaba leyendo “The Day Lincoln Was Shot” por Jim Bishop, en inglés, porque como era autodidacta aprendió a leer y hablar inglés por su cuenta.

 

Tal es la figura de Fulgencio Batista.