La editorial Encuentro ha tenido el buen tino de editar una antología —El agua pura de mi pobreza— de la poesía de Ada Negri (1870-1945). La muy interesante poeta italiana ha quedado muy olvidada porque su poesía, muy sentimental, bogó contra las modas estéticas vanguardistas. Y porque, aunque tuvo unos comienzos de musa socialista —la «virgen roja» fue aclamada en sus exitosos inicios—, después su viejo camarada de inquietudes socialistas, Mussolini, le dio un premio que llevaba su nombre, y la empujó, sin querer, fuera de la posteridad. Tampoco las inquietudes cristianas de su última etapa ayudarán mucho, me malicio.
Yo conocía algunos poemas traducidos por Eloy Sánchez Rosillo, otros por José Luis García Martín en Jardines de otoño y otros dos por Miguel d’Ors. A pesar de mi proverbial mala memoria, se habían hecho un hueco agradecido en mi alma. La edición de Encuentro a cargo de María Giussani me ha refrescado el recuerdo, avivándomela con razones más personales y especialmente oportunas. La editora hace unas pequeñas introducciones a la selección de cada libro muy atinadas en lo biográfico y en lo estético. He descubierto que la poesía realmente interesante de la poeta es casi de senectud y escasa. En el libro titulado significativamente Vespertina (1930) aparecen los primeros poemas estupendos, cuando la autora tenía ya sesenta años. En Il dono (1935), con 65, están los mejores. Antes había escrito muchísimos poemas correctos, con algunos versos realmente emocionados que testimoniaban un temple auténtico, pero poco más. La misma poeta lo reconoce con emocionante acento: «Llevaré conmigo a la tumba la disonancia entre la desmedida popularidad que rodea mi poesía y su real valor artístico: la llevaré como una herida que no se cura».
Yo, que tengo puestas todas mis esperanzas literarias en mi edad madura, he recibido este libro con los brazos abiertos y cuando más falta me hacía. Qué puñado de poemas más maravillosos, más inolvidables, más eternos se marca Ada Negri a última hora. ¡Nunca es tarde! Léanse «Pensamiento de otoño», «El don», «Remordimiento», «Fin» u «Ojos».
Reproduzco aquí la traducción de «El don» que hizo Eloy Sánchez Rosillo para la revista Clarín. Además de precioso el poema y precisa la traducción y viceversa, fue mi primer encuentro con Ada Negri, que el libro de Encuentro ha revivido. Y, sobre todo, habla de que el amor a la vida queda por encima de si se logra o no escribir un gran poema con la edad que sea. La vida que fluye es el poema que permanece.
Post scriptum.- He releído las traducciones de d’Ors y vamos a terminar mejor con un «Fin» como Dios manda. Esos «días de mi tiempo/ fugaz: intactos» no podían quedarse fuera de esta entrada:
FIN
Traducido de Ada Negri
La rosa blanca, sola en una copa
de vidrio, en el silencio se deshoja
y no sabe que muere y que la miro
morir. Uno tras otro se desprenden
los pétalos; intactos, impolutos.
Uno al lado del otro, con un toque
leve, se van posando y se quedan, dispuestos
por si un prodigio los reanima y los
devuelve, aún vivos, cándidos aún,
al tallo despojado. Así siento caer
sobre mi corazón los días de mi tiempo
fugaz: intactos; y el corazón quisiera,
y no puede, volver a componerlos
en una rosa nueva, sobre un tallo más alto.
5-V1-2012