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Comento las notas con Carmencita. «Tienes que leer más», le digo. «Eso lo dices para cualquier cosa», me dice, «y los libros no son magia». Me rio. Se rie.
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Estoy leyendo (precisamente) en un bar. Me llama Leonor, preguntándome dónde ando. Leyendo en los bares, como José Hierro, le digo. No le gusta. Entiendo el motivo y sí me gusta. Ha asumido el sacrificio que supone tener un marido que se pasa la vida escribiendo y leyendo, pero como contraprestación espera que esté en casa cada vez que ella vuelva. Pago la cuenta y vuelvo.
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Carmen me dice que quiere ser profesora de Historia y de Filosofía. He estado a un tris de decirle que tiene que leer más.
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Leer sirve por ejemplo para hacer esta glosa tan finísima que se marca Ignacio Jáuregui a una foto de las tres ministras. Lo tiene todo: la gracia, el guiño culturalista, el epigrama político…

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Un petirrojo se ha colado en la casa. ¿Será buscando el calor de la chimenea? ¿Será el mismo que me rondaba el otro día? Consigo cogerlo sin que lo coja Aspa, menos lírica, ni se lastime él. Siento el latido a mil de su corazón. Lo saco fuera y sale volando con la elegancia de no hacerlo demasiado rápido ni demasiado lejos, que quizá es su manera de decir: «Gracias». Yo también le agradezco el privilegio de haber tenido su corazón en mi mano.
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«Leer«, me concede Carmencita, «es un buen recuerso para los que no tenéis imaginación».