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En mi columna política de hoy, hay una división matemática con los millones de condonación de la deuda de Cataluña que está fatal. Pero eso no es lo peor. La atribuyo a unos alumnos míos, con lo que los dejo fatal. Pero si la cuenta es suya –dirá algún amable lector– la culpa será de ellos, ¿no? ¡No! El error es mío. Decía JRJ que «el poeta es ante todo responsable» y así es, el poeta, en lo suyo, y el profesor, en lo suyo.
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Yo tendría que no haber dado por buena a la primera la cuenta que mis escandalizados alumnos me ponían por delante. Pero tengo la costumbre de darles por bueno casi todo, porque me emociona su interés, sus ganas de participar de los debates nacionales o, en otro orden superior de cosas, su afán por conocer mejor también el alma humana. Sin embargo, lo cortés no quita lo valiente, y tengo que revisarles con cuidado sus cuentas. Si no, los dejo mal, quod erat demonstrandum, y es peor, y no se lo merecen. Yo también quedo mal, y es una pena, porque el resto del artículo estaba bien, pero ya eso no me importa tanto porque sí me lo merezco.
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Me alivio al menos pensando 1) que no he dicho qué curso era y 2) qué podré explicarles todo esto el martes y sacar una conclusión interesante. Un profesor bondadoso, hace mal a los alumnos. Un poco de prevención y de jugar al contrataque tiene su valor pedagógico. Yo, por lo menos, lo he aprendido hoy. Tarde, pero bien.
