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Hemos cruzado España de oeste a este, y las cuatro estaciones: salimos en primavera, en Antequera nos salió un sol otoñal, en el Puerto de la Mora nevaba y en Murcia hacía un frío a traición. ¿El verano? En nuestros corazones. Al menos en el mío. Me hacía ilusión este viaje por mis hijos, pero ahora veo que el que más lo está disfrutando soy yo. Miro por la ventanilla recordando al niño que miraba por la ventanilla. La misma fascinación ante las casas en las cuevas, ante el Cristo de Monteagudo, ante todo. No hemos visto la noria.
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Qué bonita es España. Mi consejo es cruzarla, al menos en el sur, cuando han florecido los almendros. Se pone uno un poco japonés, del blanco al rosa y vuelta.
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Otro recuerdo delicioso. Las conversaciones familiares en el coche. Hablo mientras recuerdo la de los viajes a Murcia de mi niñez. Enrique piensa que me repito. Carmen responde: «Te repites mucho, papá, pero no te preocupes, es la edad». Leonor acude ¿en mi ayuda?: «Yo lo conocí con 25 y ya se repetía». Yo les contesto: «Yo no me repito, insisto». Me dicen que eso ya se lo he dicho. Sin embargo, no saben que es de Ramón Gaya (Murcia, 1910) y, mientras no lo sepan, toda repetición será poca.
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Les digo: «Yo acababa de terminar un libro y, cuando consigues eso, durante unas semanas todo te importa un carajo». Y e dicen que eso no se lo he dicho nunca, mira. Lo acabo de aprender de Hemingway