–
Me ha pasado como mínimo dos veces antes. Otra vez hoy he tenido que preparar un texto jurídico, argumentando con la ley por delante, haciendo mi exposición de motivos, mis considerandos, mis solicitudes y todo eso. Y me ha producido un gran placer físico. Se siente la potencia que tienen las palabras, las referencias a la ley, la limpidez del argumento.
–
Como las veces anteriores, en ésta he recordado que somos una multitud los escritores que tenemos formación jurídica. Tantos que no puede ser una casualidad. Aquilino Duque, que también, sostenía que mientras un filólogo tira palabras como un marinero tira millas, el jurista sabe que en cada palabra se juega el éxito del pleito o la eficacia del contrato y que no da igual una cosa que otra. Creo que fue Olivencia quien dedicó a la cuestión una conferencia que luego publicó.
–
Más allá de la precisión, está la potencia. Creo que esa es la gran lección que el Derecho debe darnos a los escritores. No condescender con ningún texto que no tenga esa fuerza interior de un preciso escrito jurídico. La diferencia es que en el jurídico, esa energía es la potestad que emana del Derecho positivo; y en el literario tiene que ser la autoridad que nace de la belleza y la verdad. Mucha diferencia, sí, pero poderío, el mismo, si puede ser.