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De mi juventud echo de menos poquísimas cosas, pero una es la vela. Si tuviese tiempo de navegar, haría un poder y trataría de comprarme un barco, nuevamente. He conseguido ser un marinero en tierra («ay mi blusa marinera/ siempre me la hinchaba el viento/ al divisar la escollera«) sin moverme del Puerto. Dando paseítos por la orilla cual jubilado voluntarioso o novio reciente.
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Si la nostalgia iba ya a todo trapo, se me ha escorado furiosamente al leer este poema de Eduardo del Pino, en su último poemario de hermoso título A ras del universo (Númenor, nº 35, 2024), que me está gustando mucho. El poema parece poca cosa. Describe una trasluchada, aunque con qué emoción retrata o recoge la emoción de trasluchar y su instante de comunión cósmica. En pocas maniobras se siente tanto la fuerza del viento, del sol y del mar.
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TRASLUCHAMOS
¡Trasluchamos ahora! —nos gritabas.
Y todos en cubierta trepidábamos,
y con el cuerpo fuera de la borda
nos dábamos al viento, al mar, al sol.
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Asíamos la escota como si los planetas
dependieran en algo de nosotros.