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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

La primera mañana de instituto

Confundirme de camino yendo al centro donde llevo 25 años trabajando es una prueba gozosa de que las vacaciones han sido intensísimas… y extensas.

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He pasado por el campo que se quemó este verano. La imagen de la devastación, unida al primer día laboral, me ha traído a la imaginación el mundo contemporáneo. Entonces me he fijado en las excepciones: hay algunos árboles entre los calcinados a los que el fuego misteriosamente ni ha rozado. Y otros que, aunque han ardido, no se han carbonizado completamente. Y otros que se han quemado del todo, pero que se ve que van a retoñar. Las analogías salían solas.

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Alegres saludos postvacacionales.

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Hablamos mucho de mi fugaz carrera política. Algunos confiesan que temieron (Dios les pague la simpatía) perderme de vista por culpa del Senado.

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Uno se lamenta amargamente de haberme votado: «¡El voto más inútil de mi vida!». Como es amigo, le digo que no me sea Sancho Panza, o sea, de aquellos que dicen: «Viva quien vence». Le con-vence.

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Hablo con unas profesores sobre el hecho de que el debate público jamás afronta los temas esenciales: el hundimiento demográfico, el sistema de pensiones, la enseñanza… Una profesora asiente, muy convencida: «¡Ni del cambio climático!». No digo ni mu, pero cambia el clima de la conversación.

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Un compañero no me dice si me ha votado o no, y me emociona más. Está leyendo Gracia de Cristo. Cada mañana me ha hecho caso. ¿Cómo?, preguto. Como propongo, al despertarse le dice a su alma: Thalita kum, esto es, «Muchachita, a ti te digo, levántate». Si uno no escribe para esto, ¿para qué?

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Conozco a dos nuevas profesores de mi departamento. Hay algo extraño cuando saludas por primera vez a alguien con quien vas a trabajar codo con codo al menos durante un curso.

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Paso de nuevo por el campo quemado. Ya es parte de mi paisaje y casi no me fijo. Hasta que caigo que esa es otra analogía muy potente.

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Me adelanta una chica en una vespa con su hija de paquete. Cuando la acompañante se vuelve a mirarme veo que tiene síndrome de Down. El casco rosa se hace más tierno. Quiero ver si conozco a la madre, pero por más que acelero no las alcanzo. Van en la vespa lanzadas y toman las curvas tumbándose como dos campeonas. Cuando llegamos a un atasco, ellas ni frenan, no se paran, se alejan y alejan serpenteando velozmente entre los coches.

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De vuelta no me he confundido de camino ni una vez.

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