Ni tan siquiera Jaime, que, al fin y al cabo, es escritor con dos o tres nombres. La escribe mi hermano Nicolás. Aquí va:
Os voy a contar una historia, porque esta mañana se la he contado a otra persona y tiene su zumo…
En el año 1988 fui con mi madre, esa señora que se ríe en la foto que hice del marco y en la que yo me reflejo, a Gibraltar a comprar cosas propias de allí (eso entonces era divertido y casi una aventura de contrabandistas de Villalón) y a mí se me antojaron estos zapatos que a día de hoy veis .
Mi madre me dijo: «Hijo, se salen del presupuesto familiar».
Y yo le dije: «Mamá, me gustan mucho y los voy a cuidar con especial esmero».
Me contestó: «Vale, pero será un secreto entre tú y yo, que tu padre no se entere del precio de los zapatos, que se va a enfadar con los dos».
Pues bien, hoy ha venido mi padre a la farmacia y me ha preguntado por los zapatos, que le han llamado la atención. Le he contado la historia, y sólo, solamente, me ha dicho: «Tu madre era única cuidándonos y tú eres único cuidando los zapatos. Vamos a tomar una copa y a brindar por esos zapatos de más de 30 años».
