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Un problema de hacer en mi blogg y en mis artículos como los viejos relojes de sol, que nada más que dan las horas luminosas, cuando brilla el sol, es que puedo terminar angustiando a quienes me leen, encima, como si tuvieran bastante encima con mis anacolutos. Así que, después de sopesarlo mucho, voy a contar mi día de ayer, para que quede constancia de que en todas partes cuecen habas.
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Leonor se fue a la bodega tempranísimo, aunque también tendría que ir por la noche. Ya ha empezado la vendimia. Me despertó con su despertador, que, por mucho que sea suyo, suena en el cuarto de los dos a voz en grito. Me venía bien, porque tenía mucho trabajo pendiente en esa mañana. Tenía que escribir dos artículos, el de hoy de La Gaceta y el de mañana de Joly, además de otras cosas pendientes, como un prólogo a un manuscrito propio y otro a un libro ajeno. Me tomé varios cafés para prepararme.
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Pero como lo primero es la misa, fui a Misa. Luego, corriendo, llevé a Carmen a montar a caballo en vespa. El viento me hinchó, felizmente, la camisa. Tras dejar a Carmen y disertar un buen rato amablemente con el profesor y luego con la profesora, tomé un café y fui corriendo a comprar el pan y a recoger no sé cuántas cosas de la costurería que me había pedido Leonor, porque llevaban un siglo allí. Les costó encontrar todos los pedidos. Volví corriendo a tomarme algo con mi padre y mis hermanos a un bar. Fue otro café. Salí corriendo para ver si me daba tiempo a escribir alguno de los dos artículos antes de recoger a Carmen de la hípica. Iba tan lanzado en la moto que tuve que dar un frenazo, pero estuvo bien. Llegué a casa. Tenía pendiente rellenar una factura. Lo hice. No me dio tiempo a los artículos. Salí. Recogí, tarde, a Carmen. Corrí de vuelta a ver si podía escribir algún artículo. La factura la había hecho mal y tenía que rehacerla. No me dio tiempo. Había quedado a tomar una(s) cerveza(s) con un desconocido que me lee. Fui en estricto cumplimiento del deber, pero sabiendo que era seguro que le decepcionaría. Lo hice. Y además tuve que pagar y salir corriendo y volver (para que me diesen en la cervecería un ticket del parking) para recoger a mi hijo y a mis sobrinos de clases de vela. Llegué el último. Sólo esperaban ellos en la solitaria y abrasada dársena. Querían —mis sobrinos— venirse a comer a casa. Los traje. Comieron y comimos. Por la tarde, Leonor que había venido un rato «a descansar» estuvo moviendo muebles y alfombras porque se le ha ocurrido una mejora. Me parece bien porque sé que al final será una mejora, aunque mientras tanto. Yo llevé a Quique a montar a caballo. También compré las entradas de la fiesta infantil de mañana. Se fue Leonor a la bodega. Recogí a Quique. Jugando con la manguera mientras que yo intentaba escribir algo de alguno de los dos artículos pendientes, con los prólogos que no hago sobre mi conciencia, se mojaron los breeches y el casco de montar. Mala cosa. Pusimos la mesa. Hicimos la cena. Me levanté tras la acción de gracias, encargándoles que recogiesen la mesa. Me puse a trabajar. Les dejé ver la tele. Les dije que se acostasen. Rezamos. Traté de terminar al menos un artículo. Me puse a ver el documental Hechos probados para el segundo artículo. Y, en estas, a las 12:30 llegó Leonor. Qué bien. «Has visto cómo está la cocina», me dijo. «No», confesé. «Ven». Fui. Pensando que los niños no la habían recogido como les pedí. Di un suspiro de alivio. La habían recogido, pero, en vez de meter los platos en el friegaplatos, los habían dejado apilados más o menos en el fregadero. «Sinceramente, no la veo tan mal». «Está fatal». Y Leonor se puso a recogerla de una manera bastante ostentosa, a ver si el entrechocar de platos repercutía en mi conciencia. Yo me volví a ver Hechos probados.
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Y eso fue mi día de ayer. He caído en que no he vinculado ningún título a la librería del Corte Inglés. Digo yo que éste viene que ni pintiparado. Aunque un libro de Sempé, como homenaje y espíritu, tampoco vendría mal.
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