Estaba dando clases y tenía varias llamadas de casa. Nos habíamos quedado sin agua caliente y Carmencita estaba en el baño con la cabeza enjabonada. Aquello era una emergencia. Mi mujer, que no lo había podido arreglar, me llamaba con ningún respeto por el pensamiento dominante: «¡¿A qué hora llegas hoy a casa?!». Por suerte iba ya.
¿Por suerte?
¿Sabría yo arreglar la caldera de agua caliente? ¿O cualquier otra cosa? ¿Supe alguna vez? ¿No tengo yo una única herramienta para hacer frente a las averías de la casa: la resignación —que es la que tenía Morel, el de Bioy Casares—? ¿No quedaría como Cagancho en Almagro?
Mi llegada en diez minutos fue recibida con salvas heteropatriarcales. Y para más INRI, Enriquito y yo fuimos y salimos solos, como en una expedición al Tíbet, al cuarto del gas, mientras que Carmen y Leonor cruzaban los dedos en un cuarto de baño gélido (una) y calentando ollas de agua en la cocina (otra).
Sonaba un silbido raro y Enrique me advirtió: «Este sonido en las películas no anuncia nada bueno». Me alumbraba con el móvil, y le dije que menos mal que no era una cerilla, como en las historias de Tintín. Nos reímos.
Toqué el botón (uno es el que hay, para evitar confusiones) y giré la tuerca (otra hay, no más). Estoy seguro de que Leonor hizo lo mismo antes porque no existe ninguna otra posibilidad de hacer nada distinto.
Sin embargo, la caldera, que por el tiempo que tiene es capaz de tener hasta veleidades franquistas, quiso arrancar. El silbido peliculero se interrumpió. Mi hijo y yo lo celebramos como un gol en el último minuto en una final de Champions, apretando los puños, saltando y dándonos un abrazo. Sabíamos la potra que habíamos tenido. Luego nos pusimos muy serios para entrar en casa. Más celebraciones femeninas absolutamente reaccionarias.
Y ahora no sé qué me emocionó más, si el beso tibio (uno) que me dio Carmen cuando salió repeinada y colorada de su baño o que Quicote, sin decir nada, se fuese para mi colección de tintines y cogiese dos para irse a la cama esa noche. Se le había puesto el espíritu en modo aventura, peligro y camaradería, y quería seguir.