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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Halo romántico

 

Mis hijos han heredado el abrigo de su tío abuelo Andrés Villar, que murió en Rusia, expedicionario de la División Azul. Con él ha entrado en casa un halo de romanticismo. Jovencísimo médico, se alistó por un desengaño amoroso (anticomunismo aparte, desde luego). Hizo toda la guerra y qué no vería y justo el día antes de su vuelta a España, cuando la estaban celebrando, un inesperado rompimiento de líneas le situó en medio de una batalla, donde encontró la muerte mientras atendía a los heridos sobre el terreno. Esa conjunción de mala suerte, de amor misterioso y guerra lejana, de celebración aliviada y muerte en acto de servicio tiene un aire novelesco que dispara la imaginación. ¿Quién sería la chica que lo despechó? Tanto Quique como yo nos hemos probado el abrigo, que tiene peso de coraza, y yo sé decir que me ha recorrido un escalofrío en plena ola de calor. A Quique no le he querido preguntar, porque hay cosas que se sienten mejor en silencio.

 

De una manera más cotidiana, haberlo recibido tan impecable y bien cuidado, habla del amor de los compañeros de armas, que se lo devolvieron a su hermano, y de cómo éste lo conservó como una reliquia, y luego lo hizo su viuda, y después mi suegra, que ahora nos lo ha pasado a nosotros. Que el vuelo de su memoria no caiga.

 

Había pensado acompañar esta entrada con un recuerdo a los recuerdos de Rusia de Dionisio Ridruejo; pero luego he recordado lo que, viendo sus arrepentimientos, le dijo Eugenio Montes: «Cuando uno ha conducido a tantos hombres a la guerra y a la muerte, si luego se retracta, sólo le caben dos salidas: o pegarse un tiro, si no es creyente, o encerrarse en la Cartuja, si lo es». No es un soneto de piedra, pero la frase de Montes pide mármol. Uno de los arrastrados a la muerte fue el tío abuelo de mis nietos, pero la muerte no es el final. Aquí le recordamos.

 

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