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Todos los advientos leo los finalistas del Premio Adonáis. Es una actividad muy acompasada al tiempo litúrgico fuerte. Por un lado, cuántas buenas esperanzas latentes en esos inéditos; por otro, qué melancolía ver que demasiados de los libros que te emocionaron y te enternecieron no ganarán. Si fuese editor, tendría que dejar de ser jurado, porque me lanzaría a publicarlos. Me entristece este darwinismo lírico que conlleva la jungla de cualquier premio literario. Y me avergüenza ser uno de los pocos que tiene el privilegio de leer por ahora versos tan logrados, tan divertidos, tan hondos, tan verdaderos y emocionantes. Disfrutarlos sin poder agradecerlos.