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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Feliz cumpleaños a todos

¡Hoy cumple Gilbert K. Chesterton 150 años! Llevo todo el día queriendo venir a la fiesta aquí; pero se me ha echado el día encima. Apunto varias cosas. La primera es que no se me va de la cabeza hoy lo que dijo de él Dorothy L. Sayers: que había sido una bomba benéfica y que había salvado a su generación. También en parte a la mía, también a mí, desde luego, con su alegría, con inteligencia, con su risa y su hondura sin pedantería. La bomba.

También puede salvar a las generaciones venideras. Tiene mecha para rato. A mi hijo Enrique le pusimos Gilberto de segundo por nuestro Chesterton, sin ánimo de faltar a san Gilberto tampoco. Leonor me acusa de haber —nomen omen— marcado el destino del niño, que crece, como Domingo, en todas las direcciones, que no deja de reírse y que anda todo el día despistado y somnoliente pensando, sin embargo, agudas preguntas teológicas o intrincadas cuestiones históricas. Hoy le he celebrado el día bastante.

Cuando preparé el prólogo de la biografía de Pearce para Encuentro, me di cuenta de que la biografía de Chesterton es la más redonda de las novelas, sin ánimo de faltar a las otras. Su historia de amor con Frances estremece.

Y porque la poesía tiene una intensidad especial, y este poema también habla de amor, he pensado acabar la fiesta recitando un poema de Chesterton que traduje hace años y que creo (puedo equivocarme) que no he publicado nunca. La versión estupenda recogida en Lepanto y otros poemas era de José Julio Cabanillas. Aquí la mía:

Hojas de oro

            (G. K. Chesterton)

Llegué al otoño, mira,

cuando todas las hojas son de oro.

Que el año y yo somos más viejos

mis canas y las hojas nos lo cantan a coro.

De joven yo buscaba al príncipe encantado

para seguirle fiel en todas sus querellas,

incluso en las más cósmicas. Podíamos

desafiar furiosos las estrellas.

Pero ahora un milagro en plena calle

es que alguien nos diga: «Hola» o «adiós»;

porque cualquiera es, en nuestra democracia,

una entre los millones de máscaras de Dios.

De joven yo busqué la flor dorada,

el Dorado, el Parnaso y La Cueva del Moro;

pero llegó el otoño y, mira,

todas las hojas son ahora de oro.

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