Me cuenta Santiago Isla cuando me intereso por una evolución en su escritura respecto a Buenas noches que, “sí, claramente. Cuando escribí mi primer libro no sabía lo que era escribir un libro. Cuando escribí el segundo ya sí”. Para no saber escribir por aquella época, como asegura, Buenas noches fue una de las revelaciones del año y supuso su confirmación como un escritor que tiene mucho que decir en este mundo literario. Mantiene intactas la frescura y la elegancia que le dieron a conocer. Tanto que Espasa se fijó en él y con ellos ha editado Los Juegos Florales, su segundo trabajo. Isla escribe libros cuando termina de trabajar en Movistar, “en mi casa, en silencio. Sin el silencio me cuesta concentrarme”, además de canciones para su banda, Chelsea Boots, y las entradas de su blog, Sonajero. En esta novela sobre promesas y frustraciones, “el acostumbrado a elogios no sabe encajar el fracaso, y se frustra. Por eso el acostumbrado al desprecio no sabe encajar el éxito, y naufraga”, y decepciones sigue siendo un flâneur a través de un narrador que destila ironía a raudales y aun así sigue conservando la esperanza. Una tragicomedia que cuenta las tribulaciones de Ignacio Benavides, un joven aspirante a escritor que entra en un mundo frívolo que desconoce. Para complicarlo todo aún más, Benavides ha elegido la literatura como tabla de salvación, eso de lo que ya sabemos que es muy difícil vivir… Los escenarios no son meros telones de fondo y así viajamos desde Madrid y sus zonas residenciales a Puerta de Hierro sin olvidar la gastronomía, desde cafeterías y baretos para estudiantes que Isla describe con la exactitud del connoisseur a degustar platos en restaurantes como el Numa Pompilio, en Velázquez, o el mítico La Vía Láctea, en la calle Velarde. De ahí saltamos a Manchester, Sanxenxo y el hotel O Son do Mar, Marbella, Prádena, las playas de Mazarrón… Mientras la joven generación del desencanto sigue sobreviviendo, Ignacio decide tirarse a la piscina del pijerío cultural madrileño “que viven de las rentas acompañados de sus musas de cartón piedra”. El humor asalta al protagonista que es otra forma de reírse del escritor quitando pomposidad e importancia a la tarea de escribir, “en cualquier profesión hay una parte de pose, y las artes no se libran de eso. El problema es cuando el personaje se come a la persona. De eso conviene reírse.”
Elegante y muy educado, con honestidad confiesa, “he intentado hacer lo que me gustaría leer a mí, dentro de mis posibilidades”. La crítica le adora y él se deja adorar, aunque no se lo cree mucho; eso sí, agradece el cariño y el reconocimiento de sus lectores. El primogénito del CEO de Inditex se mueve muy bien en el terreno de las apariencias, no le es ajena la experiencia viajera y siempre acompañado de amplias lecturas, que le aportan el necesario aprendizaje para no tomarle demasiado apego a las cosas y a las gentes y sí al gusto por la diversión y la curiosidad.
¿A qué huelen estos Juegos Florales?
A libro nuevo, que es un olor fantástico (eso el eBook no puede replicarlo, todavía). Más allá de eso, es un libro sin moralina, sin lecciones, sin señales de tráfico. A cada uno le sabrá diferente.
Con un lenguaje fresco, una narrativa sugestiva y destacando el buen uso de la lengua, con muy buen gusto por las descripciones. Como si no le costara trabajo escribir es, “un muchacho que enciende palabras como cerillas”, como dijo de usted Karina Sainz Borgo…
Te lo agradezco mucho. Mi forma de escribir va ligada a lo que he leído y a la musicalidad. Tengo el sentido del ritmo muy presente. La frase que citas de Karina tiene especial valor porque ella es una escritora como la copa de un pino.
¿Reconoce en su segunda novela una evolución en su escritura?
Sí, claramente. Cuando escribí mi primer libro no sabía lo que era escribir un libro. Cuando escribí el segundo ya sí.
No se le atisba ningún rasgo de presión de esos que hablan los escritores cuando afrontan su segunda novela temerosos de no gustar a los seguidores que los acogieron tan bien con el debut…
Mil gracias. He intentado hacer lo que me gustaría leer a mí, dentro de mis posibilidades. De todas formas, si vendo 100.000 de Los Juegos Florales seguro que para el tercero notaré esa presión de la que hablas.
Se mantiene fiel a su voz y su mundo literario. El humor y la ironía hacen cómplice al lector con historia y personajes. ¿Los utiliza como una especie de defensa, como quitando importancia a su labor por su timidez?
No creo que sea por timidez. El humor me gusta, especialmente el utilizado contra uno mismo o contra el contexto o el mundo que uno vive. La mezcla de tonos es importante en cualquier género. El drama parece que tiene más prestigio (no hay más que ver, por ejemplo, las nominaciones de los Oscar) pero la pura lágrima a mí se me hace indigesta.
En Los Juegos Florales nos encontramos, de nuevo, con el flâneur del siglo XXI y el recuerdo de un amor. Al final, ¿todas las buenas historias se basan en un hombre conoce a una mujer?
Por suerte no. Sería un aburrimiento y nos perderíamos infinidad de narrativas que no siguen ese esquema. Creo además que en este caso el desencadenante de la trama sería más hombre conoce a hombre…
A usted le gusta viajar y pasear por las calles de Madrid y otros lugares, ¿es de los que suele escribir en cafeterías, le inspira mirar a la gente pasar? ¿O prefiere aislarse?
Yo escribo prácticamente siempre en mi casa, en silencio. Sin el silencio me cuesta concentrarme. He echado de menos la gente y las cafeterías, pero por otros motivos.
Se lo decía porque con esto del confinamiento, leí en una ocasión que James Ellroy hace como unos 20 años que vive y escribe ignorando totalmente el presente y el mundo exterior…
Me parece bien si a él le funciona. Yo no puedo aislarme del mundo porque me quedaría sin cosas que contar. Y porque no quiero, claro. No soy nada misántropo.
Los Juegos Florales es una novela con muchos sentimientos que, verdaderamente, van impulsando la narración, como ocurre en la vida real. ¿qué sería la vida sin sentimientos?
Pues nada. Quiero decir, la vida sin sentimientos no es nada. Seríamos autómatas, robots.
¿Quién es o quién podría ser Ignacio Benavides?
Ignacio Benavides es cualquiera. Por concretar, cualquiera que sea impulsivo, con remordimientos, tendencia a la frustración… Cualquiera que esté un poco atrapado en su propia cabeza.
Usted aparece en Los Juegos Florales en plan cameo a lo Hitchcock. Conocemos a otros autores que así lo han hecho como Paul Auster en The music of Chance con una aparición final en el filme y otros con un alter ego, por ejemplo Philip Roth utilizando a Nathan Zuckerman. ¿Por qué le gustó la idea de incorporarse como personaje en la novela?
Escribir es una tarea solitaria. Fue una broma para entretenerme. También para buscar la complicidad del lector. Pero en su concepción inicial realmente era yo riéndome de mi propio chiste.
Numerosas referencias a la literatura, algunas deliciosas como esa “Puerta de Toledo en la que los buscones de Baroja hacían perrerías cien años atrás”, ¿toda literatura es metaliteratura?
Sí, aunque procuro racionar las referencias. Los autores que necesitan referenciar continuamente a otros autores me dan la sensación de no bastarse por sí mismos.
Cita a autores para usted imprescindibles desde pintores como Egon Schiele, que ilustra la magnífica portada, Baudelaire y Gainsbourg, y decía en Sonajero “por devolverme las ganas de ser malo, desafiante, excéntrico: por ampliarme las perspectivas del yo, que tan reducido estaba…” ¿cuánto le debe a los autores que tanto le han inspirado?
Les debo mucho. Me acompañan siempre, me recuerdan quién soy y sobre todo me hacen muy feliz.
En la novela hace hincapié en quitar pomposidad e importancia a la tarea de ser escritor, con humor e ironía habla de lo absurdo de la vida incluso en la cita de apertura, todo un signo de inteligencia, ¿tal vez hay mucho escritor últimamente creyéndose un Cervantes?
En cualquier profesión hay una parte de pose, y las artes no se libran de eso. El problema es cuando el personaje se come a la persona. De eso conviene reírse. Y luego ser escritor es como ser cualquier otra cosa. No hay que mitificarlo. Creo mucho más en la artesanía que en el arte, así que no me fio del genio inalcanzable, sino del talentoso que trabaja.
Narra con la trama y sus personajes bien definidos, sin grietas, ¿cómo va trabajando su evolución? ¿Cuando comienza a escribir una novela lo hace ya con todo cerrado o los personajes, como dicen algunos escritores, de repente cobran vida propia y le van sorprendiendo llevándole a usted?
Esta vez he partido de unos personajes concretos, un conflicto y un par de escenarios. A partir de ahí, la trama ha ido fluyendo. Hasta ahora, sé cómo empiezan mis novelas pero no cómo van a acabar. Sólo he publicado dos, así que esto puede cambiar en cualquier momento… Aunque la incertidumbre es motivadora.
Se mueve bastante bien entre la música y la literatura, unos mundos, y no estoy descubriendo nada nuevo, llenos de vanidades. ¿Un escritor siempre necesita conocer aquello de lo que escribe? Y, por cierto, ¿qué sensaciones le dejan estos ambientes tan fatuos pero a la vez tan auténticos?
Creo que es mejor escribir desde el conocimiento, y luego a partir de ahí dejar volar la imaginación. Yo procuro seguir esa norma. Y esos ambientes tienen cosas buenas y malas, como todos, pero lo que desde luego no son es aburridos.
Habla en Los Juegos Florales de la dificultad y, a la vez, de la belleza de esta profesión de escritor. Benavides se agarra como tabla de salvación a la literatura…
Vivir exclusivamente de la literatura es casi imposible, pero leer y escribir son dos cosas bellísimas. Supongo que así se explicaría.
En Los Juegos Florales la decepción, la frustración de la juventud, es una constante. Usted escribe en Sonajero: “El consuelo para todo es proyectar el fracaso hacia el futuro: cada cambio de circunstancias es una excusa para un porvenir mejor, aunque sea el hijo tonto del optimismo y la inconsciencia”. ¿Qué piensa de todo este panorama?
Me resulta muy difícil hacer un diagnóstico generacional. Perdidos estamos todos casi siempre. Hay características propias de la mía (el desencanto, la frustración…) y algunas las he intentado retratar en mi novela, porque cada tiempo tiene sus males. De todas formas, me parece que el optimismo es importante. Un optimismo moderado y racional, claro. En dos vidas exactas, un optimista disfruta mucho más de la suya que un pesimista.
¿Cómo consigue uno retratar la decepción, la desesperanza, la frustración? ¿De qué se nutre?
De experiencias propias y de imaginación, que a veces se denosta. La imaginación para un autor es fundamental, los hechos por ser autobiográficos no son más válidos.
¿Hay muchos más Ignacios Benavides de lo que pensamos?
Sí. Pero creo que es más fácil verlos de lo que parece.
Nadie está libre de tocar fondo…
Nadie, nunca. Pero en el fondo hay una belleza rara… También hay que saber abrazarla, aunque sólo tenga sentido a posteriori. Y siempre habiendo procurado salir de ella.
Ignacio, con la intención de conseguir sus sueños, empieza a frecuentar a “conseguidores” del pijerío cultural madrileño. Personas que viven de las rentas, de las fiestas, las marcas… Recuerdo leer en Sonajero esta cita teóricamente atribuida a Sócrates que no deja de ser oportuna:
“La juventud de hoy ama el lujo. Es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”.
¿Cómo ve a la juventud? ¿Pelín desorientados?
A la juventud la veo igual que siempre. Cambiante. No se le puede hacer foto fija.
Su libro abunda en la frivolidad, egocentrismo y algo de tristeza, de melancolía… Caballero Bonald decía que veía una generalizada actitud acomodaticia ¿Qué hacer para no perderse en la decepción, en las promesas no cumplidas?
Lo que dice Caballero Bonald lo piensan todas las generaciones de los jóvenes que los suceden. Si te fijas, las características que enumeras podrían usarse para describir a un joven romántico de principios del XIX. Todo es mucho más cíclico de lo que parece. La Historia se repite una vez, y otra vez, y otra vez… Hay matices que la alteran, gente extraordinaria que también, pero casi siempre es lo de siempre.
Para no caer en la decepción, frustración y promesas no cumplidas… Lo mejor es el sentido del humor. ¿Le determina, pues, la actualidad en su forma de escribir?
Me determina más el presente que la actualidad, o eso intento. La actualidad es muy efímera.
Se le ve con la cabeza bien amueblada y las ideas claras. Además, de lleno con el lanzamiento de su segundo disco con su grupo Chelsea Boots, ganadores del Mad Cool Talent en 2017. Y le auguran un futuro prometedor en esto de la literatura, ¿le abruma?
Te agradezco mucho lo que dices. No me abruma un futuro que describes como halagüeño, en todo caso lo abrumador sería lo contrario. Pero, con total honestidad, creo que para bien o para mal esto acaba de empezar y me queda un larguísimo camino que recorrer, y muchas cosas que demostrar.
Las ciudades, los paisajes, no son meros telones decorativos. Tan distintos y tan parecidos. Son claves, Madrid, Marbella, Inglaterra, Galicia y de repente Mazarrón en Murcia… Como le decía, ¿los considera claves?
Los lugares importan mucho. Por lo menos para mí: mis recuerdos siempre tienen ubicación, soy bastante mitómano con las ciudades, lo que me haya sucedido en ellas… La verdad es que en Mazarrón no he estado nunca. He tirado de experiencias ajenas y de Google Maps.
¿Qué es para usted la lectura? ¿Qué es leer?
Un placer y una manera de entender el mundo y de verse por dentro.
Y la literatura, ¿para qué?
Siempre surge esa pregunta cuando uno escribe. Sobre todo si te comparas con los grandes. Entra la sensación de que todo está hecho… Por eso la literatura, como casi todo, primero para uno mismo. Para la satisfacción personal. Y luego ya vamos con el resto.
¿Qué busca usted en los libros que lee?
Que me entretengan y tengan cierto nivel formal.
¿Qué libros hay en su mesilla de noche?
Ahora mismo: El Antiguo Régimen y la Revolución, de Alexis de Tocqueville, una biografía de Ian Gibson sobre Lorca y un recopilatorio de poemas de Paul Éluard.
¿Tiene algún fragmento de una obra ya sea libro, obra de teatro, guion cinematográfico, etc… grabado a fuego en su memoria?
Algún poema de Pedro Salinas, en tiempos monólogos de Segismundo en La vida es sueño, también supe el mítico capítulo 7 de Rayuela… Pero la mayoría de cosas las aprendo con entusiasmo y las olvido rápido.
¿Cuándo suele leer?
Por la noche y en los medios de transporte.
¿Qué libros sorprendería a la gente encontrar en su estantería?
Creo que, para quien no me conozca, la cantidad de libros de Historia. Me apasiona.
Tiene la oportunidad de organizar una cena con literatos, artistas… ¿Qué tres escritores, artistas, creadores etc, vivos o muertos, invitaría a su cena? ¿Por qué?
Me iría a cenar con mis amigos y dejaría a los artistas al margen. La relación con los artistas es siempre mejor a través de su obra: ahí es donde suelen poner lo mejor de su vida.
Imagino que tendrá una gran biblioteca, ¿suele recurrir a los clásicos para encontrar respuestas?
Sí. Los libros siempre ayudan. Y los clásicos lo son por algo.
¿Cuáles son sus autores literarios preferidos, esos a los que siempre se acerca en busca de estímulos? ¿Por qué?
Al que siempre recurro para escribir es a Baroja. Siempre está vivo. Sí.