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ENTREVISTA

Morales: «Me causa estupor la profunda ignorancia de nuestra historia por culpa de la desidia»

Coautor de ‘La plata y el Pacífico’ el libro que explica por qué el comercio que el Imperio español inicia con China en el siglo XVI, mediante el Galeón de Manila, debe considerarse la primera globalización mundial.

Aunque abogado de formación, el español Juan José Morales es uno de los mayores expertos mundiales en China y su relación con España, tras más de treinta años dedicado a su estudio. Residente en Hong Kong, fue presidente de la Cámara de Comercio en esta región y es coautor con Peter Gordon del libro La plata y el Pacífico, que explica por qué el comercio hispano chino iniciado en el siglo XVI gracias al Galeón de Manila debe considerarse como la primera verdadera expresión de globalización. Editado originalmente en inglés, como casi todo lo que tiene que ver con esta materia —aunque esté frecuentemente escrito por autores hispanos que trabajan en universidades norteamericanas— el enjundioso librito de Morales y Gordon acaba de ser publicado en español por Siruela, feliz noticia que da pie a conversar con su autor. Morales dice que su libro no se limita a explicar lo que fue, sino que busca exponer las conexiones entre pasado y presente para ayudarnos a entender el mundo de hoy.

Aunque la historiografía no tiene dudas al respecto, a la cultura popular todavía no le entra en la cabeza la idea de una España a la vanguardia de la ciencia y la tecnología. ¿Cuánto daño diría que han hecho los discursos sobre el secular retraso español?

Es cierto que el desconocimiento de nuestra historia da lugar a debates anodinos y a conclusiones absurdas. Urge nutrir con contenidos concretos una conversación de adultos. En este caso concreto, son abundantes los ejemplos. Pocos sabrán que el libro más importante sobre China después del de Marco Polo —y al que supera, pues en el Libro de las Maravillas es difícil distinguir la realidad de la ficción— fue escrito por un español, Juan González de Mendoza. Su Historia del Gran Reino de la China, publicado por primera vez en Roma en 1585, fue un verdadero superventas con más de cuarenta ediciones y traducido a los idiomas europeos más importantes. El público educado de la época, incluido Montaigne, comenzó a conocer China gracias a este libro, que no fue el único escrito por los españoles sobre China o Asia con una repercusión internacional. Otro ejemplo, de muchos que podrían esgrimirse, es la primera gramática china, escrita por Francisco Varo en Cantón a principios del XVIII siguiendo el modelo de Nebrija.

¿Cómo se les ocurrió la idea del libro y como surgió la posibilidad de hacerlo a cuatro manos?

El libro fue consecuencia natural de un diálogo que Peter Gordon y yo mantenemos desde hace años sobre China, de cuya extraordinaria transformación hemos sido testigos (ambos vivimos en Hong Kong y trabajamos con China desde hace décadas), y sobre muchos otros temas. Hemos colaborado en numerosos proyectos culturales sobre historia, literatura, incluso música, y somos muy conscientes de la necesidad de difundir con rigor.

Yo soy colaborador habitual de Asia Review of Books, la publicación que dirige Gordon, y fueron mis reseñas sobre libros publicados por los historiadores Hugh Thomas, Serge Gruzinski y Peter Borschberg entre otros las que llamaron la atención de Peter. Estos temas fueron un descubrimiento para él, y tocaron su fibra personal, pues él es norteamericano. Se trataba de una historia que nadie le había contado, una ausencia o un silencio que junto con otras “historias” desmontaba una narrativa prevalente en el ámbito anglófono de un mundo contemporáneo que solo ellos han contribuido a crear.

La historia demuestra que la globalización comenzó mucho antes de lo que se suele considerar.

La globalización en sí precede claramente a todo lo que el pensamiento convencional (angloamericano) considera necesario para ella: la Ilustración, la máquina de vapor, el libre comercio, el capitalismo del laissez-faire, los sistemas políticos liberales y las más recientes instituciones multinacionales surgidas en Occidente como el Banco Mundial o el FMI. La globalización ya existía siglos antes y los polos de China e Hispanoamérica fueron el eje de esa primera globalización.

En nuestro ensayo ponemos de relieve que todos los elementos característicos de la globalización —redes comerciales globales, líneas de transporte marítimo, mercados financieros integrados, intercambios culturales y movimientos de población— pueden hallarse ya a finales del siglo XVI y comienzos del XVII. Una moneda global basada en el peso español prefiguró dos siglos antes el papel similar que estaría llamado a tener el dólar estadounidense, heredero de la moneda española. Y los atributos de las ciudades globales de hoy ya estuvieron representados en México hace cuatrocientos años, una ciudad con imprenta desde 1535 y universidad desde 1553, la Real y Pontificia Universidad de México.

¿Hemos dado excesivamente por sentado que el capitalismo y la democracia liberal van de la mano?

En nuestro libro intentamos explicar que durante los siglos XVI-XVIII, en el momento álgido del comercio del galeón de Manila, ya se producen los efectos de la globalización a pesar de que ese mundo no es liberal, no hay amparo institucional ni acuerdos marco entre las autoridades chinas y españolas. Existe un comercio intenso a nivel privado entre las partes, pero no es exactamente libre comercio. Esta experiencia histórica demuestra que el capitalismo y el modelo liberal no van de la mano, y esto es lo que ocurre ahora a nivel mundial, no solo en el caso de China, que vemos una globalización cada vez menos cohesionada. A medida que pasan los días (nuestro libro fue publicado en 2017 en inglés) no es una conjetura, es una confirmación.

El comercio internacional no surge con el Galeón de Manila y el comercio hispano-chino. Anteriormente hubo otras rutas de comercio internacional, como la ruta de la Seda, ¿dónde estaría la diferencia?

La idea de denominar “Ruta de la Plata” al comercio entre China y el Mundo Hispánico con polos en Manila y Acapulco es una idea original de Peter que surgió en una de nuestras conversaciones. Los españoles siempre nos hemos referido a aquella ruta comercial como el Galeón de Manila o la Nao de China. La lógica de semejante denominación, Ruta de la Plata, es poderosa, y nuestra intención de ofrecerla como contraste a la Ruta de la Seda es deliberada.

En primer lugar, la idea de una Ruta de la Seda es artificial y relativamente moderna. Esas caravanas que atravesaron estepas y desiertos entre China y Europa estuvieron justificadas por muchas otras mercancías: los caballos, por ejemplo, de vital importancia para China, o artículos todavía más revolucionarios, como el papel inventado en China. Las rutas marítimas que cursaron el Índico y el mar del sur de la China traficaron con muchas otras mercancías, no solo sedas sino algodón, entre otras, pero la principal mercancía fueron las especias.

Pero en el caso del Galeón de Manila fue la plata, y no la seda, la mercancía más importante en este comercio, y fue determinante. China ya había comenzado a basar su economía en el patrón plata antes de la llegada de los españoles, pero la plata que llegó en cantidades masivas proveniente de las minas en Hispanoamérica contribuyó a dinamizar y a expandir la economía china. Pero, lo que es más importante, este flujo masivo y continuo del preciado metal al país más populoso de la tierra y ya entonces la primera economía del mundo produciría efectos globales. No solo hizo subir el precio de la plata, sino que provocó la integración de todas las economías entorno al patrón plata.

Es precisamente la plata lo que da origen a la globalización en el aspecto financiero, este es el primer capítulo de la historia monetaria global, si bien en aquel momento la economía era mucho más pequeña que la actual y la población mucho menor.

Al principio, la plata se intercambiaba al peso, ya fueran las primeras rústicas monedas o en lingotes. Pero a partir de 1732, con la acuñación más moderna de la moneda española, el ‘real de a ocho’ o peso español se convertiría en la primera divisa mundial, origen del dólar americano, y en realidad de todas las monedas modernas, el yuan chino, el yen japonés, el ringgit malayo…

Hasta Adam Smith se hizo eco de la importancia de esta conexión económica…

Adam Smith en La riqueza de las naciones, publicado en 1776, reconoció con elocuencia la importancia de la plata y de aquel comercio chino-hispano para la economía mundial: «[La plata] es el artículo más valioso de los barcos de Acapulco que llegan a Manila. La plata del nuevo continente parece ser así una de las principales mercancías que permiten el comercio entre los dos extremos del viejo y hacen en gran medida que esas regiones distantes del mundo queden conectadas entre sí». Dan ganas de repetir estas palabras: «y hacen en gran medida que esas regiones distantes del mundo queden conectadas entre sí», porque es un preciso y precioso resumen de lo que estamos hablando.

¿En qué medida nuestro mundo es como es gracias al Galeón de Manila?

Hemos aludido a la integración de los mercados financieros y el nacimiento de la primera economía global, si bien incipiente, pero es definitivamente el origen de nuestra integración económica actual, por lo que no cabe trascendencia mayor.

Es por otro lado revelador observar fenómenos económicos o comerciales con dimensión social que hoy nos parecen normales pero que se dan por primera vez en aquel comercio. Por ejemplo, los españoles en Manila se admiran de que los chinos puedan producir rápidamente, que se adapten a sus gustos y puedan fabricar a la orden, que puedan cambiar los diseños de un día para otro. Artículos que antaño habían sido de lujo y de uso exclusivo de unos pocos se generalizan. Es como si hubiera nacido la primera economía de consumo.

Hay, por el contrario, fenómenos negativos que se dan entonces, y que parece que no hemos sabido corregir todavía. Por ejemplo, la economía de Filipinas giró en torno al comercio del Galeón, que no benefició a todo el mundo y que propició la desintegración de otras economías locales. Igual que hoy, pero es mitigable.

Siendo un hecho tan relevante, y que además se mantuvo vivo 250 años, sorprende lo desconocido que es. ¿A qué lo atribuye?

Seguramente hay muchas razones, pero sospecho que las más poderosas quizás sean las más prosaicas: la desidia, la falta de interés. En esto, necesitamos hacer un esfuerzo de autocrítica. Me entristece que varios de nuestros mejores especialistas en las relaciones históricas entre España a China no encuentren sitio para ellos en la universidad española. Es paradójico que un buen número de excelentes trabajos en la materia se han venido publicando recientemente por profesores de origen hispano en universidades norteamericanas, por supuesto en inglés. De hecho, sí que existe una sesuda literatura en inglés sobre los aspectos económicos de la globalización que surge del Galeón de Manila, pero no conozco ningún trabajo en español, salvo el nuestro, gracias a la traducción de Siruela de nuestro original en inglés, que ha visto la luz gracias al interés personal de Elvira Roca Barea.

¿Cree que ha habido voluntad por parte de la historiografía angloamericana en desdibujarlo, o ignorarlo, para realzar el papel de sus países a partir de la Revolución Industrial?

La distorsión y el silencio de la historia de España en algunas narrativas, por ejemplo, la angloamericana, conlleva la distorsión de su propia historia, seguramente por las razones que usted indica, pero esto no me preocupa. Me produce estupor la profunda ignorancia de nuestra historia por nuestra propia desidia.

Un dato muy desconocido que ustedes revelan es que llegó a haber una importante población china asentada en Manila, en Acapulco y su entorno, lo que explicaría algunas herencias culturales curiosas.

En efecto, Manila, con su amplia bahía de aguas profundas que permitía la entrada de numerosas embarcaciones de cualquier tonelaje, fue el emporio o plataforma del comercio de los españoles con China. A Manila acudían los comerciantes chinos en sus juncos en apenas quince días navegando desde los puertos de la provincia sureña de Fujian, llevando consigo mercancías de los principales centros manufactureros de China, las estimadas sedas de Nanjing, Jiangshu, o de Shunde en Canton o Guangdong (aquí se producían los famosos mantones “de Manila”); porcelanas de Jingdezhen, Jiangxi, o de Fujian… Pero, los chinos también vinieron para quedarse, pues satisfacían las necesidades de los españoles: sabían construir casas de piedra y ladrillo, hacer el pan, encuadernar libros. Su monopolio del comercio y su protagonismo en la vida económica de la capital desplazó a la población local, creando un resentimiento que sólo se atenuó con el tiempo y con el mestizaje.

La presencia de población asiática en México, sin embargo, fue mucho menor y estuvo muy lejos de aquel protagonismo de los chinos en Manila; se trató, principalmente, de filipinos, los marineros del Galeón que la oficialidad española reconoció como “los mejores navegantes del mundo” y que decidían quedarse en América y no volver. Aún así, aquellos emigrantes asiáticos han dejado su rastro en la gastronomía americana. Y un reciente estudio de la Universidad de Stanford confirma la huella genética asiática en la población mexicana, y que los habitantes de Acapulco en particular son los que tienen mayor presencia de ancestros asiáticos y transpacíficos en su ADN.

Sorprende mucho ver los paralelismos entre aquel mundo de los siglos XVI a XVIII y el actual en lo que se refiere a la posición de China. ¿Cree que hay alguna continuidad entre aquella China y la de hoy?

Esta es una pregunta que requiere prudencia y matizaciones. Sin extrapolar, y teniendo en consideración que las circunstancias son distintas, sí que hay paralelismos entre la China de finales de la dinastía Ming y principios de la dinastía Qing con la China actual, pero no necesariamente continuidad. Desde el gobierno central chino hoy como ayer se mira con recelo al resto del mundo, las relaciones con el exterior son muy medidas y calculadas, y siempre en sus propios términos, sin apenas compromisos. La relación comercial con el exterior tiene un volumen considerable, pero podría ser mucho más intensa si los chinos abrieran más su economía. Todos sus sectores estratégicos continúan cerrados a la inversión extranjera, sin reciprocidad, pues los países occidentales han permitido inversiones chinas en todos los sectores, y solo ahora se empieza a cuestionar esa imprudencia.

Pero pongo énfasis en que no hay continuidad. Por ejemplo, durante el periodo republicano, en la China de los años 1920-1930, a pesar del caos e inseguridad en el país se produjo un intercambio económico con el exterior intenso y fecundo, muy beneficioso para China, y nació una vibrante sociedad civil, de ámbitos de libertad nunca vistos, y el florecimiento de instituciones de enseñanza, principalmente universidades, muy sólidas, que preservan su excelencia académica y su prestigio todavía hoy. La historia no dicta nada, sino que muestra un mundo de posibilidades.

Los impactos positivos de las globalizaciones ¿compensan los costes en términos de fragilidad que se derivan de la interdependencia? ¿Hay forma de protegerse de estos riesgos?

Yo me hago constantemente esa pregunta y la respuesta que encuentro —y que nos da la historia que nos ocupa— es que la globalización, la interrelación, es un impulso inexorable, irreprimible; no se puede vivir aislado durante un tiempo prolongado. Aprovechemos sus ventajas y protejámonos frente a sus efectos adversos. Nada exime del deber de buen gobierno a nivel local, nacional. Pero la mayor parte de nuestros problemas, y los más graves, son globales. La respuesta solo puede ser global: mayor integración y mejor coordinación. Siempre es posible proteger economías locales, vulnerables a los poderes de la macroeconomía.

¿Es posible aprender algo de aquella experiencia que nos sirva para el presente?

A nivel personal, aquel período fue protagonizado por personajes a quienes me gustaría parecerme: el navegante Andrés de Urdaneta, que descubrió una ruta segura de tornaviaje entre Asia y América a través del Pacífico y trazó cartas marinas que permitieron la navegación del Galeón de Manila durante 250 años. Martín de Rada, con sus observaciones agudas sobre China, fruto de su gran formación intelectual pero también de su voluntad de entendimiento y de encuentro con el otro. Juan González de Mendoza, que difundió información sobre el país con notas positivas y constructivas que nos permitieran seguir conociéndolo. Juan Cobo con sus traducciones. Francisco Varo con su gramática china, y un largo número de figuras señeras que ofrecen un modelo hoy a nuestros jóvenes.

La lección más viva de aquella experiencia es que es una experiencia compartida, que la voluntad de estrechar lazos con otros pueblos, de muchas formas y entre ellas mediante el comercio, es innata e imparable. La globalización es imparable. Esos galeones tenían el viento en las velas. Hace falta una mejor voluntad, voluntad política por hacer el resto de lo que hay que hacer para entendernos un poco mejor.

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