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ENTREVISTA

Marta del Riego: «Mi literatura hurga en el pasado para extraer imágenes y grabarlas en nuestro imaginario»

León es tierra de grandes contadores de historias desde la literatura al periodismo y hasta en las barras de los bares, “somos un clan de contadores de historias y de ese poso nace mi forma de narrar”, asegura Marta del Riego. Hasta a aquel territorio fronterizo, a medio camino de culturas muy distintas, de la tradición castellana a la gallega, marchó el 11 de marzo, cuando se decretó el estado de alarma en España para contener la propagación del Covid-19, Marta del Riego. Con su maleta roja, su hijo, un ordenador y las botas de montaña. La retrata como nadie su hermano Ángel, lamesetauberalles, brillante fabulador y ácido comentarista: “Cuando se queda velada, Marta piensa en una puerta, y tras la puerta se está construyendo su novela, y dentro de la novela está ella hablando con sus personajes”. En La Bañeza, su pueblo natal, reescribió, borró, recortó, añadió palabras, párrafos y nuevas expresiones a este Pájaro del Noroeste hasta que dio forma definitiva a lo que han definido como un country noir y al que cada día que pasa se suman más lectores.

 

Si Lobo Antunes decía que la imaginación no es más que la memoria fermentada, Marta escribe sobre su memoria, la de su familia y sobre su padre, al que dedica el libro. De la mano de Icia, la protagonista, que regresa a casa y vuelve a recorrer los territorios del misterio, el distanciamiento y el descreimiento violento y melancólico,“la melancolía del noroeste mejor interiorizarla y no leerla en alto”-. En esos territorios hay un poco de todo: ecos de historias, pasiones, suicidios y esos relatos orales de siempre que escucha en cualquier instante, desde la cola del supermercado o mientras se cambia en el vestuario del gimnasio. Marta del Riego sabe  que la realidad, en su cotidianidad sin estridencias, muestra los sucesos más extraordinarios y trata de entender el mundo, soportar la vida, ahuyentar los malos recuerdos, y en ocasiones detener el tiempo. Si la memoria es una de las grandes fuentes de la literatura, con Marta se cumple la máxima con creces conectando con sus raíces, volviendo a la naturaleza y sintiéndose cómoda en el silencio, ahora que se impone el todo o nada y faltan los tan necesarios matices de lo que de verdad es superficial y de lo que es esencial. Ahora que son escasas las miradas profundas, reposadas, sobre las personas y las cosas.  

 

Estamos ante una periodista, escritora y poeta que vivió varios años en Londres y en Berlín y ejerció de corresponsal y periodista freelance para diversos medios españoles y extranjeros como el diario El Mundo, la emisora de radio SFB4 Multikulti y la cadena de televisión Deutsche Welle. Además, ha colaborado y trabajado para distintos medios, entre ellos, Canal Plus, El PaísViajes de National Geographic y Marie Claire, y ha sido durante una década redactora jefe de la revista Vanity Fair. Actualmente se dedica a la comunicación cultural y puede leerla en varias publicaciones como Telva y la web literaria Zenda. Hasta ahora, Marta del Riego tiene ya publicadas cuatro novelas: Sólo los tontos creen en el amor (Esencia); Sendero de frío y amor (Suma); Mi nombre es Sena (Harper Collins) y la que hoy nos trae aquí, Pájaro del Noroeste (AdN), además del libro de ensayo periodístico, junto con su hermano Ángel, La Biblia Blanca. Historia Sagrada del Real Madrid (Córner), que ya va por la sexta edición.  

 

A la ventana desde donde se  contempla el mundo sin prejuicios, etiquetas e inútiles batallas se asoma para mirar desde allí el territorio de la infancia, el presente y sus consecuencias: el futuro. Brindemos con ella con vinos, sigamos el curso de sus pasos firmes. 

 

 

 

La primera pregunta es inevitable ante esta situación que vivimos de incertidumbre: ¿inquieta,  sorprendida, descolocada…?

 

Llevamos ya un año en esta situación, así que más que sorprendida o descolocada, que eso ya pasó, estoy inquieta. Aunque es cierto que si hay algo que he aprendido de la pandemia y sus consecuencias es a ser flexible. Sea lo que sea que venga, lo superaremos. 

 

¿Por qué el título Pájaro del Noroeste?

 

Icia, la protagonista, es un ave nómada y solitaria. Además, un ave que retorna a su lugar de origen como los pájaros que emigran y regresan a su nido.

 

Comentaba el otro día el psiquiatra Juanjo Martínez Jambrina, paisano suyo: “Los pájaros del noroeste tenemos tres costumbres: emigrar, volar en bandada y, en cuanto se puede, volver a casa”, ¿se identifica con esta afirmación?

 

(Risas) Juanjo es un poeta. Lo de volar en bandada no lo tengo tan claro porque somos poco gregarios en el Noroeste y muy individualistas. Lo de emigrar y volver a casa lo llevamos en la sangre.

 

En sus novelas suele reivindicar la importancia de la memoria; es cierto que la única memoria posible es la personal. Pero, actualmente, ¿no es una aventura imposible en este país tan desmemoriado?

 

Para eso estamos las escritoras y escritores, para rescatar memorias, que a su vez se mezclan con la ficción. 

 

Ahora que parece que hay un empeño desde los medios de comunicación o la política en describirnos lo pasado como algo muerto, inservible…

 

La literatura o, al menos, mi literatura, hurga en ese pasado para extraer imágenes y grabarlas en nuestro imaginario.

 

¿Le provoca vértigo mirar hacia atrás?

 

No, la verdad. Estoy muy a gusto en mi altura actual, puedo mirar hacia atrás y hacia adelante desde el alero de mi ventana.

 

Su escritura parte de la infancia o de la memoria de la infancia. ¿Qué aporta su niñez, su memoria: consuelo, nostalgia, enseñanza…?

 

Aporta el humus, la tierra fértil en la que plantar mis semillas. En mi familia, en mi entorno, siempre escuché muchas historias, somos un clan de contadores de historias y de ese poso nace mi forma de narrar. 

 

Antonio Colinas, su mentor, en Obra poética completa subraya: “Seguramente no hay poesía sin infancia en plenitud”, ¿se identifica con esta afirmación?

 

Totalmente. Colinas siempre reivindica el papel de la infancia en su devenir poético. Sus añoranzas del Órbigo, las enseñanzas de sus abuelos, las leyendas que escuchaba en torno al fuego del hogar. Exactamente igual me sucede a mí. 

 

En realidad, uno no elige los temas, sino que los temas le van eligiendo a uno en función de su propia vida, de su trayectoria personal…

 

Eso se dice… No lo sé. En realidad, yo podría escribir casi de cualquier cosa. Además de mis novelas, he escrito una guía literaria de Berlín o un libro sobre la historia del Real Madrid… Y este último no podría estar más alejado de mi yo poético y sin embargo disfruté muchísimo con su escritura. Me gusta escribir, a veces pienso que si tuviera más tiempo trabajaría en varios libros a la vez: una novela, un libro de niños, un ensayo periodístico… 

 

Por otra parte, no se puede volver al lugar del que te fuiste si mentalmente nunca se ha ido uno de allí. Solemos hablar mucho de la vuelta a casa, del lenguaje, de nuestras raíces, ¿pero no cree que esa melancolía, ese amor por la tierra, es más por los recuerdos que por el lugar en sí?

 

Los recuerdos siempre están teñidos de ficción. La memoria es muy engañosa, ¿cómo sabemos que lo que recordamos de la infancia es verdad? Por otro lado, ¿qué es la verdad? La tierra que olemos y tocamos es verdad. Está ahí. El paisaje que vemos ahora mismo es verdad. Supongo que la nostalgia por la tierra nace de una mezcla de las dos cosas: memoria y fascinación por un paisaje.

 

Antonio Colinas también volvió a casa, a sus orígenes, a recuperar la casa de sus abuelos  abandonada y la restauró y reconoce que supuso, en buena medida, rehabilitarse también a sí mismo tras la pérdida de sus seres queridos… ¿coincide con él?

 

Sí. Me veo muy reflejada en la trayectoria vital de Colinas. Pasó más de 20 años en Ibiza y después regresó. Y su poesía se mueve por sus muchos viajes, por sus muchas estancias en el extranjero y por su isla y siempre regresa a su tierra del Noroeste. Y siempre va y viene con absoluta fluidez. 

 

Muy sabio también apuntaba la frase de un ministro griego que, hace años, afirmó que volveríamos a cultivar nuestros campos, a recuperar nuestra mirada interior, ¿se veía venir todo esto?

 

Sí. La ciudad ya no da más de sí. La fascinación que hemos sentido y sentimos en España por las dos grandes urbes, Madrid y Barcelona, es muy reduccionista. Todo sucedía ahí y lo que sucedía fuera, parecía no existir. Pues resulta que ahora nos hemos dado cuenta de que no, de que hay todo un mundo por descubrir ahí fuera.

 

Esta novela es como una pequeña Odisea, una Ulises que regresa a una Ítaca que, afortunadamente, sigue existiendo. Reconocía que se ha sentido como “ese árbol trasplantado se lleva en sus raíces algo de tierra pero nunca es suficiente”. Esa nostalgia está en todas sus novelas, ¿de ahí parte su escritura, de cerrar algo que quedó a medias?

 

Me gusta esa comparación con la Odisea. En cuanto a la pregunta sobre la nostalgia… supongo que sí. Aunque no sé qué es exactamente lo que se quedó a medias. Nunca me he psicoanalizado y conjeturo que habría mucho que hurgar ahí. Por otro lado, creo que hacerlo acabaría con mi afán por escribir. Así que mejor volcar en mis novelas esa obsesión mía por la vuelta a las raíces.  

 

 

Me recuerda a Walt Whitman cuando decía en Hojas de hierba: “Camarada esto no es un libro /el que lo toca toca a un hombre”, ¿es algo así Pájaro del Noroeste?

 

Definición bellísima de Whitman. Sería un sueño que mi novela alcanzara esa categoría.

 

En Pájaro del Noroeste la propia geografía es el alma de los personajes. Lo explica muy bien: “Esa esquina del noroeste (León, La Bañeza…) me parece muy literaria. Por el paisaje, esas montañas como la promesa de algo mágico, esos bosques umbríos. Los ríos, por ejemplo, son una metáfora del misterio y de cómo la naturaleza es inmutable a pesar de los cambios y catástrofes que le sucedan a los hombres”. Usted ve un paisaje y se le ocurre una historia en torno a él, como decía Joyce Carol Oates.

 

El paisaje es una de mis mayores inspiraciones. He nacido a la orilla de tres ríos: remontarlos, explorar sus fuentes, viajar hasta donde surgen, me parecía algo mágico. He nacido con dos cordilleras al final del horizonte, los Montes de León y Picos de Europa: alcanzarlas, subirlas, descubrirlas, era una meta, un sueño. He crecido viendo las ovejas pastar en las tierras de la majada de mi padre. He crecido con niebla, cencellada, mi primer recuerdo es el frío. Todo eso es el magma del que parte mi literatura.

 

La vuelta a casa ha llevado a Marta del Riego a recopilar sobre el papel las tradiciones rurales, lo cíclico del campo, con la modernidad que traía en su mochila de vida profesional, pero también a recuperarlos en la práctica con hábitos que no llevaba a cabo desde hacía mucho tiempo, como bañarse en un río de montaña de aguas heladas, convivir rodeada de mastines leoneses, truchas, osos pardos, pájaros, ver la lluvia de estrellas en verano… y en época de pandemia… Y, tras seis meses en el campo, el imaginario de su hijo está plagado de lobos, osos y mastines. “Se fija en los escarabajos, en los hormigueros, en los huevos de renacuajos”. Ahora en Madrid se ha dado cuenta de que su mundo no le interesa a los otros niños, “cuando vamos por la mañana hasta Atocha, donde coge el autobús que lo lleva al colegio, se para en los árboles y recoge las hojas secas. Así que llega a la ruta con su botín: bayas, hojas, un clavel que le dio una gitana, un escarabajo seco, piedras de colores. Los niños que esperan allí con sus padres remolonean, juegan con el móvil…”

 

Sí, me aterra pensar en el día que mi hijo descubra las tabletas, los juegos electrónicos, la playstation… Ahora lo que más le gusta es darle patadas a un balón, salir con su pequeña bici y explorar el campo. Descubrir huevos de renacuajos en un charco en el monte y rescatarlos con una cajita y meterlos en la fuente e ir todos los días a mirar cómo les crece la cola. Seguir el rastro de la nutria y hurgar en sus excrementos con una ramina para encontrar las patas de cangrejo. Vigilar arañas, saltamontes o escarabajos. Esperemos que sea una pasión de por vida… 

 

Con esto de la España deshabitada y el desarraigo ocurre que hay un patrimonio importante que no se debe perder. Hay que conservarlo, pero utilizándolo. El problema es que se convierta en un parque temático. Habría que atajar el tema y ver exactamente el grado medio entre la musealización y la preservación, ¿qué opina?

 

Que la única manera de que eso funcione es incentivando a los jóvenes o a los no tan jóvenes a que se instalen en el campo y creen allí pequeños negocios. Ir a vivir al campo, pero no sólo para poder pasear al aire libre, sino para formar parte del tejido socioeconómico rural. 

 

Me gusta cómo utiliza la forma de hablar de León, La Bañeza, con esa musicalidad especial (esos vídeos suyos en Instagram son un tesoro). Me gusta cómo recoge la tradición del idioma lionés para designar objetos relacionados con el campo y  expresiones. Con la abuela Rafaela conocemos el argot con el que se comunican en la zona donde se desarrolla la novela. O leyendas como “la grulla, si volaba sobre un tejado…”

 

¿En serio en mis videos hablo así? Qué curioso. Supongo que cuando estoy en León me sale ese acento sin darme cuenta… En cuanto al lenguaje, me parece un empobrecimiento que desaparezca. Me gusta rescatar palabras antiguas. Que escuchaba de niña o que escucho ahora a la gente mayor. Enriquecen un texto, y también enriquecen una conversación. ¿Por qué no voy a llamar ‘fréjoles’ a las judías verdes o soltar un ‘me presta’ en vez de un me mola

 

Asimismo, es una gran labor de conservación cómo trabaja manipulando el lenguaje. ¿La labor del escritor, en cierto modo, también conlleva eso, como el río que va puliendo las piedras hasta que producen una música determinada en el agua…?

 

Es cierto que mis textos son muy musicales. Es producto de mis muchas lecturas de poesía. La poesía tiene algo… que va más allá del disfrute intelectual… algo intuitivo. Sanador, incluso. Fíjate, cuando falleció mi padre, durante meses lo único que pude leer fue poesía. Así que toda esa musicalidad, ese ritmo interno de las palabras, lo vuelco en mi prosa.

 

La literatura puede servir de consuelo o de todo lo contrario. Para usted es fundamental. Confiesa que el día que no escribe siente que lo ha perdido. ¿No cree que escribir es la forma de estar solo y de ser uno mismo sin tener que dar explicaciones?

 

Probablemente sí. En el fondo tengo un alma muy solitaria.

 

También anida la melancolía, ese “sentimiento que te van dejando las pérdidas, ya sean personales o colectivas”. Recuerdo que en Instagram contemplaba sus fotos de periodista en Cisjordania, para un reportaje sobre Médicos sin fronteras, y le costaba reconocerse pasados estos años, “¿esa soy yo, eso me ocurrió a mí?” ¿Esos reportajes fueron la mecha para comenzar a escribir?

 

El periodismo, o al menos, el periodismo narrativo, es una excelente escuela de escritura. Te enseña a sintetizar, a pulir la frase, a buscar la palabra exacta. 

 

Usted fue redactora jefa de la revista Vanity Fair donde escuchaba todos los días, “historias de políticos, de infidelidades, de realeza, de traiciones, de estafadores, de éxito y de caída…”. Los periodistas estamos viviendo otro desarraigo: “Las revistas se están hundiendo. La publicidad, más o menos, se mantiene, pero las ventas están cayendo en picado. Los lectores cada vez son menos y su fidelidad a los medios comienza a ser preocupante”, diagnóstica con precisión quirúrgica. ¿Todo está pidiendo, actualmente, a gritos una vuelta de tuerca?

 

Buena pregunta, pero, ¿cuál es esa vuelta de tuerca? ¿Cuál es el cambio radical que necesita el periodismo? Nadie lo sabe. Y mientras tanto, los medios van tirando hacia adelante y perdiendo lectores. La misma palabra “lector” de prensa ya está demodé. Me preocupa y me interesa lo que está sucediendo en los medios. Pero el futuro está por escribir.

 

Escribía hace unos días, “no sé qué sucederá ahora, dónde me conducirá mi escritura, sólo sé que lo que dejo atrás es una historia escrita con toda la intensidad de la que soy capaz”. Y agradecía el futuro que se le presenta alentador, “con lo que me anuncian que viene”, ¿nos puede anticipar qué se encuentra preparando? Creo que la poesía está entre sus planes…

 

La poesía siempre está entre mis planes… De ahí arranqué, de un libro de poemas que jamás publiqué. Aunque ahora creo que estoy más cerca de hacerlo, no sé si de publicarlo, pero sí de terminarlo.

 

De todas formas, usted lo tiene claro, antes que quedarse quieta se pone a sembrar remolacha en las tierras que heredó de su padre, “campos por labrar y libros por escribir”. La realidad no ha logrado que pierda la esperanza y, lo mejor, se la ve optimista con el futuro… Su padre, inspirador de esta novela, ya se lo decía, “sobre todo hay que ser feliz”…

 

Sí, mi padre me lo dijo en un momento en que había sufrido un revés, que hay que vivir y, sobre todo, hay que ser feliz. No basta con vivir y tirar para adelante, la vida hay que disfrutarla. Creo que es el mejor consejo que me dio jamás. Se me quedó grabado a fuego. 

 

No puedo terminar sin mencionar el vino, tan importante en la novela. Vivir sin vino es un grande desatino, decían los clásicos. La historia del vino es también la historia del hombre…

El vino y las viñas están en mi imaginario desde la infancia. Recuerdo a mi abuela hablando de LA VIÑA, así, con mayúsculas. Y a mi padre hablando del prieto picudo, esa variedad que solo se da en León, y que solo podría vendimiar mi abuelo. Me interesa el vino y también las viñas, la tierra de la que nacen, los sarmientos, el ciclo de la uva. Y todos esos personajes pintorescos que hay a su alrededor. Es un mundo muy literario. 

 

¿Con qué vino recomienda disfrutar de la lectura de Pájaro del Noroeste?

Con un vino de León, claro, de prieto picudo. Con Las Jaras de la bodega Fuentes del Silencio, de Herreros de Jamúz, un vino muy interesante que nace cerca de mi tierra. O con Trasto, de la bodega La Osa de Noelia Paz, una mujer que también se lió la manta a la cabeza, como Icia, y montó su propia bodega al sur de León.

 

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