Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) es un torbellino bibliófilo feroz. Su capacidad lectora realmente impresiona. Piensa en libros, habla de libros y cómo no, también escribe. Periodista y escritora, una no vive sin la otra. Su aventura con las letras comienza en su querida Venezuela natal cuando su vocación se consagró por culpa de un esbirro–como ella indica– ¿El motivo? una crítica de todo menos constructiva sobre la madre superiora. En ese momento descubrió que escribir tenía consecuencias, que sus palabras eran peligrosas y le gustó. Con más de diez años dedicada al periodismo y cinco libros publicados, El tercer país llega a la primera línea editorial nacional e internacional. Entre Juan Rulfo y Coetzee empezó su disputa y arranque inspirador. Ambos complejos pero, en su tradición, las numerosas digestiones rulfianas influyeron deliberadamente para brindarle un homenaje al Pedro Páramo del escritor mexicano. Recientemente ha leído a Rodrigo Cortés, Sergio del Molino y también Feria de Ana Iris Simón, aunque se declare admiradora incondicional de Javier Marías. Maniática del orden a la hora de escribir, no tolera ni una ceniza de su cigarro por la zona. Sus ojos son gigantes, diferentes, pletóricos de letras y conocimiento literario– tanto por lo leído como lo vivido– «Hazme caso, busca entre los libros, te lo digo por experiencia. Los libros a veces devoran».
Entre sorbo y sorbo de café, una mujer elegante, misteriosa, cercana y brillante. Toda una experiencia.
Karina, El Tercer País, una novela dura pero llena de sensibilidad. Reconozco que cayó alguna lagrimita…
El otro día estaba en un club de lectura y una señora vio lo que estaba leyendo y dijo: «Esta niña es un poco lóbrega». En comparación con La hija de la española esta novela me parece más luminosa.
¿Más ficción en la anterior?
Naah, las dos tienen igual de ficción, pero El tercer país me parece más luminosa, un canto a la piedad. Lo otro sí era un “sálvese quien pueda”. Adelaida Falcón era un personaje completamente machacado por las circunstancias. Angustias Romero y Visitación Salazar me gustan, me gustan muchísimo, las quiero un montón… cómo no voy a decir esto si acabo de salir de ellas.
Angustias, el nombre de tu personaje principal. Un nombre que te lleva a pensar en una mujer “desesperada”, “agónica” y realmente en el libro vemos a una auténtica luchadora, una mujer ejemplar. ¿A qué se debe esta contraposición? Seguro que muchas mujeres se han sentido identificadas con ella… ¿y tú?
Uno escribe con su memoria, con sus recuerdos, su biografía… Debo admitir que por lo menos de una forma generacional, culturalmente, crecí en un entorno dado a la resiliencia, con una impronta femenina muy grande. Las mujeres de mi familia ejercían dentro de casa de un poder que no necesariamente estaba reflejado fuera. Mujeres que se sobreponían de unas muertes horrorosas de hijos. De alguna forma, estoy reproduciendo un mundo que lo busco de manera instintiva. Por eso los personajes a los que me acerqué para escribir ‘El tercer país’ eran así. Por ejemplo, Visitación era tal cual. Una mujer echada para adelante, broncas, graciosa… y Angustias, o las muchas Angustias que conocí, estaban tan rotas y tan cansadas que ya no podían llorar.
¿Es El Tercer País un territorio ficticio?
Tanto el territorio como los personajes son ficticios, pero… ¡Argh! Tengo una especie de relación con la verdad que se me impone. Tanto despotricar del periodismo para terminar reporteando las novelas. Pero sí. Me moví por varios sitios de “enterramiento de muertos” en la frontera. Y bueno, la gente tuvo la generosidad de permitirme estar detrás de ellos. No fueron viajes sencillos –anímicamente hablando—pero creo que aquí está destilada la naturaleza de estas dos mujeres.
Por otro lado, Venezuela siempre aparece en mis novelas. A lo mejor cambia el ciclo y yo misma me prohíbo hablar de ella. Yo misma me pongo bridas para que no pase, pero se ven. Aún con estas, el territorio está inventado.
El instinto maternal nunca se rompe…
A mí lo que más me llamó la atención con algunas historias que llegaron a mi cabeza es que hay personas que para dar dignidad a la sepultura desobedecen una ley y a mí eso me recordó a Antígona—literalmente—. Antígona quiere enterrar a sus hermanos, no puede y tiene que violar una ley para hacerlo. Sofocles es actualidad y sus tragedias también. Sus ideas están en la reflexión de Steiner, en la traducción de María Zambrano, también en Bergamín, bellísima, Hölderlin… la de Bertolt Brecht es la que más me gusta. Esa heroicidad no estaba reñida con la naturaleza femenina de estos seres.
Dices que has reporteado la novela, ¿la realidad es tu forma de encontrar la inspiración?
No, eso es trabajo [y bebe café]. Creo que esto pasa cuando estás suelto por el mundo, miras y hay cosas que te imantan. Es cierto que tengo una especie de debilidad por las historias errantes, de destierro, de viajes, de trotamundos, de quien no es de su lugar. Por este motivo, creo que me gusta tanto la literatura del siglo XX europeo. Desde el comienzo es gente moviéndose. Uno lee a Joseph Roth, al mismo Stefan Zweig… todos tienen problemas con lo propio, con el lugar donde nacieron, –aparte porque les persiguen durante el mundo de entre guerras—y ya en la Segunda Guerra Mundial, el exilio a América fue tremendo.
Hay un libro muy bueno recién publicado por Mercedes Monmany que se llama ‘Sin tiempo para el adiós’ que cuenta toda la historia de los exiliados e intelectuales del Siglo XX. Hay momentos donde el corazón se encoge como una ciruela pasa… Y escribir sobre dichos temas es algo que de veras no puedo controlar. Mi editora me decía: “¿Pero nunca vas a escribir sobre una historia de amor?” y yo le dije: “Bueno, lo siento, pero a mí solo me salen historias de pérdidas”. Entonces, no sé. Ya puedo ir alegrando al personal… porque son historias demasiado duras.
¿Te has visto alguna vez en la frontera?
No, a ver. Afortunadamente soy tan frívola y vivo tan bien que me puedo permitir ver esto como una historia para contar. Creo que cuando estás hundido en una tragedia así no puedes pensar. La gente actúa de esta manera porque no tiene otra opción. Realmente había filas de mujeres para cortarse el pelo y venderlo al peso. Lo cual era lo menos grave ya que podían terminar prostituyéndose a la fuerza. Esa imagen me parecía tremenda, casi de barracón. Entonces, nunca me he visto en esas circunstancias, pero sí es verdad que crecí en un entorno donde esto es más normal de lo que parece.
¿A qué tienes miedo?
Al mar. Le tengo muchísimo miedo. También me encanta. Me atrae con la misma intensidad con la que lo rechazo. No puedo nadar en el mar porque siento que algo me va a…
Por otro lado, las ganas que tengo de montarme en un barco e ir a pescar atunes es tremenda. A la enfermedad y a la muerte también. Además, creo que la muerte está muy presente en la novela, ambas. La enfermedad es una parte, pero la muerte es otra. Me parecía muy curioso que, durante la pandemia, hemos visto a una sociedad que no comprendía la muerte, que no veía la enfermedad y de pronto se topa con una peste que se desata y asuntos que se dieron por sentados—como que siempre se iba a poder enterrar a los muertos—no ocurrió. Nadie tuvo la verdadera certeza sobre el luto en la pandemia y terminé de elaborar el miedo tan grande que tenía a la muerte – no a la mía—sino a las personas que quiero.
La peste en El Tercer País, ¿una metáfora que se puede relacionar con la Covid-19?
Bueno no te creas, la peste estaba en mi cabeza desde antes que Wuhan. La peste es una explicación para cualquier asunto que esté por encima de los individuos: una catástrofe natural, una persecución política… Se me ocurre por ejemplo el genocidio armenio.
¿Y el chavismo?
Exactamente. También está ahí y es un concepto que siempre explico así: Yo tengo derecho a contar mi propio éxodo judío y no tengo que pedir perdón por eso. ¿Por qué cuando leía las novelas de Gunter Grass las encontraba tremendamente universales? Porque algunas de mis tribulaciones no lo pueden ser. Con La hija de la española me di cuenta de que terminaba encerrada en el pasillo del chavismo y dando titulares de Maduro. Entonces, te conviertes como “en un mono de feria” cuando en realidad no estoy hablando de eso. Pero no sé… creo que, en buena medida, Venezuela va a estar presente en todo lo que escribo, aunque no le dé nombre.
¿Tu idea política ideal?
Mi idea de compromiso político defiende el no partidismo. Creo en una política que se asoma a la realidad, en tomar posiciones, pero no creo en estigmatizar o encasillar a alguien por eso. Y me cuesta, me cuesta hasta como lector. Me acuerdo con Saramago que este me fascinaba. Me di cuenta de que tenía algunas veleidades con determinados sistemas autoritarios, tuve que reponerme de esto y olvidarlo.
Por aquí una idea, ¿a la vista un libro sobre las despedidas que nunca llegaron por culpa del Coronavirus?
La pandemia es una fuente inagotable de historias. El apunte es desde qué punto de vista las vas a abordar. Por ejemplo, ¿sería de mal gusto hacer una historia de humor? No, siempre y cuando lo hagas con respeto. El registro de la pandemia tiene que darnos para algo más que la pláñide. Los ojos de un médico durante 24 horas pueden ser no, son interesantes. Sin embargo, creo que para escribir un libro de este tipo tenemos que esperar porque está muy reciente como proceso. Lo tenemos muy cerca todavía. Está visto que hace falta un poco de perspectiva para empezar a escribir un libro de estas características.
Salimos de El Tercer País para conocernos un poco mejor. Vamos a hacer un recorrido por tu vida a través de los libros que más te han gustado o influido: Infancia, juventud, y tiempo presente. ¿Por qué esos títulos?
‘Daniel. Campeón del mundo’ de Roald Dahl. Es un libro hermosísimo. De hecho, todavía conservo la edición original que me regalaron en mi primera comunión. Es que Dahl trata a sus lectores como adultos, con el que crecí, me hizo lectora y me empujó de lleno en la literatura. Con el paso del tiempo descubrí a otros lectores. Luego tuve mil fases.
En mi adolescencia, con Oscar Wilde me dio una fiebre… ¡no podía parar de leerlo! Le citaba, le imitaba y… era muy ridículo, una impostura tremenda. Me temo que Oscar Wilde no aguanta las relecturas. Con el paso de los años, lo seguiré amando, pero… ¡es que me lo sabía! Poemas, sonetos, ‘La Balada de la cárcel del Reading’… ¡la recitaba entera! Tal cual… toda una hortera literaria, eso con catorce o quince años. [Risas]
¿Y en tu madurez?
Dostoyevski. Pero creo que realmente lo que cambió la percepción de la escritura fue conocer a Coetzee. Me cambió la percepción. Me gustaban sus mundos tétricos, deprimentes, las desgracias, lo bárbaro…, Philip Roth, su Mancha humana y un estilo más caótico… Otro puede ser Cormac McCarthy. Fue un tiempo donde tuve mucha impronta anglosajona hasta que desembarqué en Europa. Así me acerqué a autores que no tenía tan cerca, empezando por autores españoles – que desde mi punto de vista se leen poco, muy poco–. Desconocía a un monstruo como Delibes, había leído mal a Cervantes y el Siglo de Oro. La poesía del siglo XX también la había leído mal. Esto no es que sea correcto o incorrecto pero, la literatura española y americana son muy potentes y hasta ese momento, las desconocía.
¿Y desde cuándo la vocación por las letras?
¡Uy! Desde niña, redicha… Mi madre es una mujer culta, las mujeres de mi familia era muy leídas—mucho más que los hombres—entonces con once años, la adolescencia llegó, se adelantó, cortocircuité. Hay un hecho decisivo que hizo que cogiera una pluma y me pusiera a escribir. Fue en el colegio de monjas con una circular, un comunicado oficial. Ahí descubrí que era anticlerical. Y tenía dos objetivos: ser anticlerical y ensayar mi firma. En ese papel me puse a escribir cantidad de imprecaciones… ¡hasta le dije que se pintaba el pelo! – creo que fue lo que más le molestó–. Y pongo la firma. Estábamos en clase cuando se cayó el papel. Algún esbirro lo cogió, lo entregó a la directora y me expulsaron. Después de esto, mi madre agarró un cuaderno de Beverly Hills 90210 y me dijo: “Desde este momento, todo lo que quieras escribir que sea aquí”. Y ahora nos reímos porque lo único que he hecho es ganarme problemas escribiendo en libretas o no libretas. Otro comentario de mi madre: “¡Por qué todo lo tienes que dejar por escrito!” Desde esa anécdota mi capacidad de “expresar cosas” era peligrosa…
¿Periodista o escritora?
Una no es sin la otra porque no me siento completamente periodista y tampoco me siento del todo escritora. Me siento como un ser contrahecho. Decir que soy escritora son palabras mayores y el periodismo es un problema que no te puedes quitar de encima. Forma parte de tu indumentaria, de tu armadura y esto tiene demasiadas subordinadas.
¿No te consideras escritora con 5 libros publicados?
No. Ser escritor es un tema serio, muy serio. Puede considerarse escritor Javier Marías que tiene una docena de libros publicados o Pérez Reverte.
Está claro que aquí el tiempo y la experiencia son dos grados
Una bailarina en cuanto envejece pierde, un patinador, un músico, un cantante pierde la voz… el escritor es el único oficio artístico donde cuantos más años cumples, más eficaz y capaz eres.
¿Con qué personaje de ficción te hubiera gustado salir en tu adolescencia?
¡Con Julián Sorel! Me moría por él. Estaba completamente enamorada de él. Me parecía un cretino, me encantaba… [risas].
Qué libro le regalarías a:
Salvador Dalí:
Espérate… las obras completas de Bretón.
Maduro:
¿Aquí existe “el silabario”?
Mmm…
Es un libro que te enseña a leer.
¡Ah! En España puede ser del estilo de un cuadernillo Rubio
Algo así. Preferiblemente con muchos dibujos.
George Soros:
¡Wow! La divina comedia de Dante.
Tu madre:
A mi madre El cartero del rey de Tagore. Es su poeta favorito, le fascina.
Un viejo amor:
Depende. Eso siempre es complicado… Hay un libro muy hermoso de Kureishi que, si no lo conoces tienes que leerlo. Un gran alegato sobre el derecho a abandonar a los demás. Intimidad, un libro muy breve pero fulminante. Segurísimo que se lo regalaría. Aun así, regalo libros a mis ex por afecto, no por una oscura intención de masacrar su estado de ánimo. No puedo renegar de la gente con la que estuve porque eso significa renegar de mí. Sí que es verdad que hay circunstancias y circunstancias. Quizás no somos lo suficientemente maduros para saber que aquello no formaba parte de nosotros y te das cuenta después. Cuando te das cuenta ya vas vestida de novia [risas].
Jajaja… ¿Ah sí?, ¿y qué pasó?
¡Sí…! Sin duda alguna. Estaba muy enamorada, pero estaba más enamorada del periodismo y la literatura y parecía que había una cierta incompatibilidad entre lo uno y lo otro.
Si se acabara el mundo, ¿qué libro salvarías?
El Quijote. Es una clase de novela moderna. No concibo el mundo sin él. Me costaría desprenderme de Los Entremeses… ¡El juez de los divorcios es buenísimo! pero sí, diría El Quijote y… podríamos hacer una edición de Shakespeare y Cervantes.
¿A la vista escribir otro libro?
Sí. Ahora estoy picando la piedra.
¿De amor? jajaja
¡Nooo! Bueno, quién sabe… hay mucho amor y mucha locura. Esta vez es una saga familiar.
De Voz Populi al ABC, también en Zenda, otro libro en camino y… ¿Qué más? ¿Dónde te imaginas en el futuro?
Si te dijera la respuesta que me viene a la cabeza…
Jajaja. Sin miedo
En una caja de pino.
Vale… ¿Y antes de eso?
Sí, ya sé que soy muy tétrica, pero… de verdad que no soy gótica ni nada de eso. Antes de la caja, ¿dónde me veo? me gustaría estar donde sea feliz—y no es una frase hecha—donde me sienta libre y feliz.
¿Un lema de vida?
Vive y deja vivir.