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ENTREVISTA

Juan Claudio de Ramón: «Roma es garantía de felicidad»

Roma desordenada es una barbaridad. Cien por cien placer. Y Juan Claudio de Ramón (Madrid, 1982), su autor, un descubrimiento que nos regaló 2022 a los que aún no habíamos leído Canadiana. De Ramón explica en el programa de Libro sobre libro para Movistar+ que se inició en la literatura de viajes con los «tintines», así que nada podía salir mal. En él, la vocación de escritor precede a la de diplomático, pero lo cierto es que ambas facetas se complementan en un baile perfecto. Su erudición y propósito de contar lo visto y vivido hace el resto.  Como en el poema de Lamartine, escribe, en un esfuerzo desesperado, para suspender el vuelo del tiempo. Para que no se le olvide la vida.

Algo del desgarro -también del idilio- que Juan Cla y su familia sintieron cuando dejaron Roma para volver a España le es conferido al lector, que quiere ir y no volver, pero también quedarse y leer. O solo leer más.

Decía Silvio Negro, cronista de Corriere della sera, que para decir que se había estado en Roma hacían falta tres días en la ciudad; para conocerla, un mes, pero, para cierto tipo de viajero, no bastaba una vida. Así se titula el libro que recoge las crónicas del italiano. Juan Cla confirma la famosa sentencia en esa rendición a la belleza y a la inmensidad de la ciudad eterna que es Roma desordenada. Aún así, no es solo literatura de viajes. Es, ante todo, puro deleite literario.

Mi consideración por la prosa de Juan Claudio de Ramón es tan alta, que me permito recomendarles cualquier charla o conferencia en la que intervenga y a la que tengan acceso. Ya me lo agradecerán.


Culturilla General

Ensayo, novela y poesía. ¿Sí a todo? Recomiéndenos tres.

Leo de todo. Cuando era joven, más poesía y novela. Más ensayo ahora. En poesía, sugiero cualquier antología del Siglo de Oro: Lope, Góngora o Quevedo te hacen compañía siempre. Novelas, se me ocurren dos cortas y perfectas: El Gran Gatsby o Stoner. El ensayo que creo más cosas aclara de nuestra época es Forjar nuestro país, de Richard Rorty, y eso que ya tiene unos cuantos años. Si quieres todo la vez –poesía, novela y ensayo– lo mejor es leer a Proust.

¿Qué tipo de lector es? ¿De pijama y mesita de noche? ¿De biblioteca y chimenea? ¿De metro o parque público?

Necesito poder leer en cualquier sitio. Si salgo de casa sin un libro en el bolsillo o en la mochila estoy inquieto. Para mí, la tesitura ideal para leer es sentado en una terraza bajo un sol que no caliente mucho.

¿Tiene «manías» a la hora de leer (ediciones, doblar páginas, subrayar o hacer anotaciones)?

Subrayo mucho a lápiz y tomo notas en las hojas de respeto. Muchas veces me limito a copiar palabras o modismos que me han gustado. De un libro lo que más aprecio es el lenguaje. Más que literatura, consumo escritura.

¿Cómo es su ex libris?

No tengo, pero no me importaría heredar el de mi padre, que usa el lema de París: Fluctuat nec mergitur. Que viene a ser: zozobra, pero no se hunde.

¿Cómo elige usted sus lecturas?

Motivado por mis intereses de cada momento. Lo vivo como una tara. Si hacemos caso a Kant lo que está en el centro del placer estético es el desinterés. Pero yo me permito pocas veces el placer de una lectura desinteresada, seleccionada al desgaire. Así que puede decirse que más que leer, investigo. Eso me parece, insisto, un desatino, pero no logro enmendarme.

Relato, artículo, entrada de blog… pieza no contenida en un libro que retenga en la memoria.

Fuera de los libros la literatura vive en las canciones. Me canturreo cosas de Leonard Cohen, casi como salmos consoladores. Ya que hablamos de Roma, diré que el mármol es una superficie donde se encuentra prosa la mar que interesante. 

Pierre Bayard nos explicaba cómo hablar de los libros que no se han leído. ¿Con cuál lo ha hecho alguna vez?

No hago trampas de ese estilo. Hombre, sí que he hablado muchas veces de libros leídos en diagonal o a paso de carga, sin asimilar bien el contenido. Por seguir con Roma, Decadencia y caída, de Gibbon. También cosas de teoría política, como La democracia en América, de Tocqueville. En filosofía es un hábito perdonable hablar con aplomo de autores de los que no se ha leído más que pedacitos.

¿Sigue alguna norma concreta a la hora de ordenar su biblioteca?    

Por géneros, y dentro de un género, por temática si es ensayo, por país si es novela, por autor si es poesía. Con no pocas excepciones para que algún libro bonito o predilecto quede más a la vista. Ordenar una biblioteca es algo al mismo tiempo enloquecedor y relajante.

Maquiavelo se acercaba a los libros con ropas curiales, ¿qué obra/autor le merece tal reverencia?

¡Ninguno! Soy bastante confianzudo con todos los autores, ya se llamen Virgilio o Ken Follet. Todos son amigos.

¿Qué lugar nos recomienda para leer en Roma? ¿Solía hacerlo usted al aire libre? ¿Biblioteca romana que sea imprescindible visitar?

Debe ser un lugar donde la belleza no distraiga demasiado. El bar del Fico, a dos pasos de Piazza Navona, es un sitio donde cualquier día yo podría pedir un spritz, sacar un libro y echar la tarde. Villa Borghese también ofrece rincones codiciaderos para un lector.

En cuanto a bibliotecas, muchos dirán la Angelica -famosa por aparece en El Codigo Da Vinci– pero yo prefiero la Vallicelliana, por razón de peso: los techos de Borromini. La Vaticana no llegué a visitarla.


He venido a hablar de mis libros

¿Cómo centramos o acotamos el gran género de «literatura de viajes»? ¿Lo es literaturizar una ciudad?

Lo singular del género de viajes –la literatura de ciudades es un subapartado– es que lo practican forasteros. Y la razón es que nuestra ciudad o nuestro país nos cuesta mucho verlos. Desaparecen bajo el peso de su propia notoriedad. Y por eso tiene que venir alguien de fuera a contarlos. Lo que un local escribe no es literatura de viajes, sino memorias. Hay algunas excepciones gloriosas a esa regla, como la Estambul de Pamuk, la Palma de Llop o el Madrid de Trapiello, que tampoco son libros de ciudades puros, porque tienen mucho, en efecto, de memorias.

Acabo de caer en que sus tres obras publicadas hacen referencia a lugares. Me tienta incluir el Diccionario de lugares comunes sobre Cataluña en literatura de viajes. ¿Entraría en el canon?

Es una observación interesante y sería tentador responder afirmativamente… Pero no, el Diccionario de Lugares Comunes es un manual para uso de políticos y periodistas, escrito con la intención de que dejemos de decir tantas tonterías sobre el problema catalán, que está dominado por una fraseología absurda y caduca. No sirvió para mucho. Lo que sí que tengo son muchas cuartillas de un libro de viajes por España que inicié hace muchos años y tengo abandonado. Mi propósito era intentar ver el país con ojos de extranjero. El borrador tiene un título que me gusta: De los nombres de España. Me gustaría retomarlo pronto.

La diferencia entre Canadiana y Roma desordenada no es solo la que existe entre un libro-país y un libro-ciudad. La idiosincrasia -se dice que Canadá tiene más geografía que historia- de cada lugar marca la diferencia, ¿también su intención o disposición al abordar la escritura de cada uno?

Son dos libros parecidos en que el deseo de comunicar lo que veo y aprendo se mezcla con mis vivencias familiares. Se parecen también en el tono. Creo que al escribir Canadiana mi estilo ya estaba maduro (eso quiere decir que, al releerlo, no he sentido vergüenza de la escritura).

La principal diferencia es que así como hubo un momento en que pensé que dominaba relativamente bien los temas principales de Canadá, con Roma siempre me sentí sobrepasado. Es una ciudad imposible de circunnavegar. Al final escribí setenta capítulos cortos, pero podría haber seguido porque la ciudad no deja nunca de suministrar historias y asombros. Es una ciudad que no se termina nunca, una exageración.

Con Roma desordenada pone una pica en el clásico y noble subgénero del viaje a Italia y dentro de éste, en el de impresiones romanas.  Este hito –por ser un tema tratado por los autores más importantes de la cultura occidental- en su caso se produce de manera «coyuntural», ya que Roma fue su destino profesional durante 5 años.

Sí, pero debo aclarar que mi mujer y yo escogimos ir a Roma. Había otras opciones que hubieran dado otro tipo de rentabilidades. Pero vivir en Roma nos parecía un regalo de los dioses.

Creo que ninguno hemos logrado superar el desgarro de abandonar la ciudad. Para mí escribir el libro fue una manera de no irme del todo. Y me gustaba mucho la idea de estar insertándome en una tradición literaria específica y venerable, que es, en efecto, la del libro de impresiones romanas. 

Hablaba Enrique García Máiquez de la complejidad de la obra de Saavedra Fajardo. Del «antimaquiavelo» – como le llamó-  a Foxá, usted también forma parte de la estirpe de diplomáticos escritores.

¡Toda la tradición intelectual española es antimaquiavélica! (Y así nos ha ido, podrá pensar alguno). En cuanto a los diplomáticos escritores en el caso de Foxá es más propio hablar de unos escritores que son diplomáticos. Hay más casos así. Pienso por ejemplo en Juan Valera. El tiempo dirá cuál es la secuencia en mi caso. Por ahora, aún me sigue costando un poco considerarme escritor. Aún no he salido del estadio, creo, de diplomático que escribe cosas.

Roma desordenada, descerrajada, desencajada. ¿Hay que leer su libro antes, durante o después de ir?

Es un libro concebido para el antes, el durante y el después del viaje. Pero supongo que lo mejor es leerlo antes. Doy cuenta de todo lo importante que debe ver el turista primerizo, pero abordo esplendores secundarios que ayudan a intensificar la experiencia. E intento explicar la ciudad con calas sociológicas que desbordan el aspecto puramente monumental.

La Roma antigua; la Papal; la fascista que sepulta a la medieval; la de la periferia.  Y luego, la judía, la nacionalista, la de La dolce vita… ¿Cómo distinguir la Roma urgente de la importante? ¿Cuál es la Roma de la segunda visita?

La segunda vez en Roma es la más importante. Y por segunda vez, entiendo la que engloba la tercera, la cuarta, la quinta… Puedes ignorar el Coliseo o el Vaticano y ver prodigios que suelen quedarse fuera de la primera visita, como la estatua de Santa Cecilia en el Trastevere, los frescos de la domus de Livia o la cúpula de Santo Ivo alla Sapienza, de Borromini; también puedes darte un garbeo por barrios como la Garbatella o acercarte al E.U.R, donde reina la gélida arquitectura racionalista del periodo fascista. En fin, lo que realmente merece la preparación en Roma es la segunda visita, porque la primera es sota, caballo y rey.

«En Roma se hace claro que España existe ». Si no me equivoco, la Iglesia Nacional Española de Santiago y Monserrat (Santa María de Monserrat) está en suelo español, y rige el derecho español. ¿Dónde, en Roma, ha sentido estar en España?

No es tanto que haya lugares en Roma que me recuerden a España, como que en Roma hay una España de piedra que no se puede cancelar de la historia. En España, por esas neurosis nuestras, a veces se estila decir que España en realidad no existe. Bueno, pues hay lugares en el extranjero donde esa creencia es una extravagancia estricta. Roma es uno de esos lugares. No hay peligro de que un día uno se despierte y la Piazza de Spagna haya pasado a llamarse Piazza dello Stato Spagnolo.

Entre el Renacimiento y el Barroco España fue la potencia política dominante en la ciudad. Eso se nota. Aunque el lugar más español de la ciudad es la Academia, fundada por Emilio Castelar y que este año cumple 150 años. Un lugar mágico en la cima del monte Gianicolo. Por cierto, la doctrina de la extraterritorialidad hace ya tiempo que no rige en las relaciones diplomáticas, al menos entre países europeos. Todas las propiedades inmobiliarias españolas en Italia están en suelo italiano; lo que sí existen son ciertas inmunidades legales.

Usted dice que en esta obra por cada palabra escrita hay, al menos, 10.000 leídas. ¿Qué lectura ha tenido una influencia más directa en un texto tan ecléctico como el suyo?

No sabría decir. Me he nutrido de muchísimas fuentes, en distintos idiomas. Quizá el libro que me proporcionó el modelo fue el de Silvio Negro, Roma non basta una vita. Es una compilación de sus crónicas romanas para Il Corriere della Sera. Pero no está traducido.

¿Y cuántos pasos? Ha paseado mucho la ciudad. ¿Cómo se ha de pasear Roma, con la actitud del flâneur de Baudelaire?

Caminar por Roma es garantía de felicidad. Alguna maravilla te a va a salir al paso. Pero el caminante por Roma no es exactamente el flâneur de Baudelaire, que era un caminante despreocupado, alegre, libre, ocioso, que hace de la calle el salón de su casa.

En Roma la belleza o la historia reclaman y monopolizan tu atención. El paseo acaba estando motivado por el deseo de conocer. Prima la ciudad en sí, y no tanto la experiencia urbana.

Roma desordenada  se publica el mismo año en que usted gana el premio Gistau de Periodismo con el artículo ¿Soy feminista?  De hecho, la estructura del libro me sugirió, precisamente, la de una recopilación de artículos unidos por una temática común. Tomados aisladamente son pequeñas obras de arte. ¿Lo concibió así? ¿sufrió, como se sufre en la columna, por todo lo que se deja fuera al limitar la extensión de cada pieza?

Es usted muy amable. No sufro demasiado por lo que no me cabe en la columna o en el ensayo, porque soy bastante bueno sintetizando y casi siempre consigo meter todo lo que quiero en la columna o el ensayo. Sufro por lo mucho que ignoro y en consecuencia me dejo fuera. Pero eso solo lo descubro a posteriori.

Ha contado que escribe para que no se le olvide la vida. Para suspender el vuelo del tiempo, como en un poema de Lamartine. Pero habla del desgarro que sufren usted y los suyos al dejar Roma. ¿Encontró, al menos, un bálsamo para las heridas en Roma desordenada?

Escribir, en efecto, es la manera que he encontrado de que no se me olvide la vida. Un modo de represar la corriente de las impresiones, o de construir esclusas para el recuerdo. Debo decir, no obstante, que el paso del tiempo no me ha parecido un grave problema hasta haber cumplido los cuarenta años. Es a esta edad cuando notas que una parte de tu vida se desancla para siempre y se empieza a sumergir en brumas de donde ya no es fácil conjurarla. Es un proceso doloroso. Escribir me ayuda a traer de vuelta aquello que viví y con quien lo viví. 

Le he oído decir que la Roma de La dolce vita  es la católica. Opino lo mismo de la de La gran belleza. Gambardella no llega a las respuestas, pero se hace todas las preguntas que acaban en «Jesucristo». La escena de su charla en la terraza es memorable. Usted sabe de terrazas romanas. ¿Encontró respuestas en Roma?

Que La Dolce Vita es un triunfo de la moral católica es algo que vio perfectamente Pasolini, en medio de toda la escandalera que causó la película. El mensaje al final es que la depravación, la disipación, conduce al vacío y no trae cuenta. Es posible que se pueda hacer una lectura similar de La grande bellezza. En Roma no me nació de nuevo la fe, pero sí puedo decir que el respeto que siempre he tenido por la vivencia religiosa me ayudó a disfrutar de la ciudad. Una actitud antirreligiosa, no digamos ya anticlerical, es lastre en Roma.

Advierte que Roma desordenada no es una guía. Apuesto a que no soy la única en la que ha despertado la urgencia de aterrizar en Fiumicino con su libro en la mano.

Insisto: es usted muy amable. Roma desordenada no es una guía turística al uso, no. De esas hay centenares. Es un libro que intenta, modestamente, trasladar algo de amor y algo de conocimiento. Como todos los libros.


QUIZ SHOW

Libro que más veces ha leído.

Un libro que abro muchas veces cuando me aburro es el Oráculo manual y arte de prudencia, de Gracián. Siempre encuentro algo.

Primera lectura que recuerda en la infancia.

La Biblia. Ahora estoy volviendo, con placer centuplicado.

Autor del que haya leído toda su obra.

Ninguno. Pero de Agatha Christie debí de dejarme pocos. 

Recomendación que nunca falle.

El Gatopardo.

Libro/s que tiene ahora entre manos.

Una antología de los moralistas franceses.

Libro que le hubiera gustado protagonizar.

El Gatopardo.

Película que haga justicia al libro en el que se basa.

El Gatopardo.

Libro que supuso un antes y un después.

He sido siempre persona de creencias templadas. Pertenezco al partido de los escépticos. Muchos libros me han educado, pero no recuerdo uno que me emancipase de un dogma previo, por la sencilla razón de que en mi temperamento no está el creer fanáticamente en nada. Si tuviera que señalar un libro que me hizo ver algunas cosas con más claridad, quizá sería Forjar nuestro país, de Richard Rorty.

Libro que haya regalado para ligar.

Sin éxito, Seda. Con éxito, una novelita de Bufalino que me gusta mucho: Argos el ciego.

Necesita papel para hacer una barbacoa. Elija un libro de su biblioteca.

El principito. Un libro venenoso. El veneno en cuestión es la melancolía.

¿Qué libro le gustaría encontrar en la mesilla de noche de la persona amada?

Uno que le tengo prometido y aún no he escrito.

Si se cumpliera la pesadilla de Gógol de ser enterrado vivo, ¿qué tres libros desearía que le introdujesen en el ataúd?

La imagen es espantosa. Mejor me traslado a la consabida isla desierta: La Biblia. Es la manera de llevarte 76 libros diferentes.

Primer libro que compró con su propio dinero.

Si la memoria no me falla, La peste, de Camus.

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