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Iñaki Domínguez: «Antes los pobres imitaban a los ricos, hoy es al revés»

Iñaki Domínguez (Barcelona, 1981) es un sociólogo peculiar. Para empezar, no es sociólogo, sino, en el plano académico, filósofo y antropólogo cultural. Pero cultiva un interés sociológico por fenómenos urbanos de cuño reciente: desde el macarrismo al moderneo. Le gustan las asociaciones osadas: unir, por ejemplo, en un mismo libro a Alcibíades y los niños bien (bien malos) de Chamartín de los 80/90. Tras obras como Macarras interseculares y Macarras ibéricos, publica La verdadera historia de la Panda del Moco (Ariel) y arroja luz sobre una peculiar banda de pijos terribles que calzaban New Balance y dominaban las artes marciales al más puro estilo Cobra Kai.   

Para muchos, la Panda del Moco era pura leyenda urbana. ¿Cuándo empieza a interesarse por esta banda difusa?

En mi primer libro sobre esta temática, Macarras interseculares, sacaba distintos grupos y pandillas de Madrid, y estuve investigando sobre los pijos malotes, que era un arquetipo que había oído hablar en las calles. Busqué personaje de ese estilo, hablé con personas del parque de Berlín mayores que yo. Algunos me hablaron de la Panda del Moco: me dijeron que era una pandilla de pijos chungos. Quedé fascinado y empecé a buscar información.

Pijos chungos, pijos malotes… Sin embargo, existe un estereotipo que hace al pijo incapaz de pelear, que lo convierte en carne de cañón para los macarras. ¿De modo que los pijos también pegan?

Eso es sólo una presuposición sobre el mundo pijo. Si se estudia la historia siempre han existido personajes de este estilo. En este caso eran particularmente peligrosos, en el de la Panda del Moco, estos chicos eran realmente atletas, muy bien preparados físicamente y con conocimientos de lucha, artes marciales, boxeo; algunos de ellos eran muy valientes.

¿Cómo surge la Panda del Moco?

Funcionaban como cualquier otra pandilla compuesta por personas que se reconocen entre sí, como las que ha habido en otras clases sociales. En este caso, el Francés conoce al Judío porque el Judío le roba la bici en el parque; le sigue a su casa y le exige que se le devuelva. El Judío y el Francés son bravos y se reconocen entre ellos como valientes, como iguales. Y luego se suman personas similares a ellos y empiezan a hacerse famosos a través de peleas, llaman la atención, se empieza a crear una imagen en el público de la Panda del Moco. La identidad de este grupo se crea en las hazañas callejeras.

¿Cometieron delitos importantes?

La cosa iba de gamberradas, peleas, robos. Tampoco era una cosa de grandes vuelos. El Francés y el Judío salen robaron una vez varios millones de pesetas en una casa.

Un fenómeno interesante de las bandas es la admiración que suscita el malote, incluso entre sus víctimas.

Así es. Además, tenían carisma y atrevimiento, eso hace que los demás los miren con miedo y respeto, pero también admiración, y es la razón por la que se crea un mito callejero, que es lo que me interesa estudiar.

Tampoco es raro que las clases altas, o medioaltas, «se apropien» de la estética o los movimientos de las clases bajas. Es lo que se conocía en el XIX como casticismo. ¿Son la Panda del Moco pijos castizos?

Aquí hay algo de eso: la actitud madrileña de los chulitos, del rey campechano, de la maja desnuda, esa gente de alta alcurnia que se identifica con el pueblo llano. Por otra parte, hoy esa estética quinqui o de los pobres se imita desde las clases medias. Ahí están C. Tangana o Rosalía con su estética choni. En los 80 y 90, los pijos no querían parecerse a los pobres sino al revés: las clases obreras imitaban a pijos para adquirir estatus. Es un «apropiacionismo», palabra absurda, de pobres que quieren imitar a ricos; hoy es al revés.

¿Había drogas en la Panda del Moco?

En principio, no, pero luego por supuesto que sí. Algunos se metieron en el mundo de la droga y algunos acabaron mal, vendiendo incluso. Otros no fumaron en su vida. Principalmente, los que se metieron, comerciaban o consumían cocaína, también heroína y base de coca.

¿Los 80 son la época dorada del macarrismo y las tribus urbanas?

El macarrismo diría que en los 60,70, y 80; las tribus urbanas, en los 80 y 90. Tiene que ver con la Transición por supuesto. En los 70, España se globaliza y se importan formatos políticos, sociales y estéticos, hábitos de consumo. Las tribus son identidades globales de consumo: para formar parte consumes un tipo de música, de ropa, de marca… Con la integración de España en el marco global, esas tribus de fuera llegan, aunque también se suman elementos autóctonos, como los bakala.

¿Se ha diluido la vida de barrio de los 80 y 90?

Los barrios ya no son barrio. Hay chicos a los que sus padres pagan mil euros para vivir en un barrio concreto y así dicen que es su barrio. Vivir en Malasaña o Lavapiés es su gran aspiración, quieren quedar de guays; vivir en zonas así les da un sentido masturbatorio de lo guay que se sienten: «esta mañana he ido a comprar con el moro del barrio». Es sólo una forma de darse placer a sí mismo por el narcisismo que existe en la sociedad de consumo.

Los barrios son parques temáticos y se crean este tipo de falsos barrios en los que ves a gente arrastrando maletas todo el día. Antes los barrios eran más cerrados, se generaban vínculos y había líos con otros barrios. Hoy todo se ha mezclado y los gustos se han homogeneizado. Antes, en San Blas, todo el vecindario iba a los mismos sitios; hoy, si tu vecino te felicita la Navidad, piensas que está loco.

¿Se han homogeneizado también las tribus urbanas?

A partir de los 2000 entra internet en nuestras vidas y tiende curiosamente a homogeneizar las identidades. A día de hoy, todos somos más homogéneos en la forma de vestir, ya no se distinguen las discotecas, todos tienen el mismo corte de pelo. Yo he estudiado también el moderno y hoy entras en un bar de modernos en Grecia, en París o en Nueva York y son todos iguales. Ya no hace falta viajar para conocer sitios así. Internet te da, además, acceso a otros lugares sin tener que moverte de tu casa. Ha habido una estandarización, la gente ya no es original de verdad.

¿Qué leería, si leyera, un integrante de la Panda del Moco?

Los macarras y pandilleros, pijos o no pijos, no son lectores. Pero sí leerían La verdadera historia de la panda del moco evidentemente (risas). Y de hecho algunos lo han leído. Son chulitos y les gusta verse reflejados.

Diría que en nuestra literatura hay una fuerte tradición «macarrista», desde la picaresca al Kronen.

Eso es verdad. No soy un especialista en picaresca, pero El Lazarillome encanta. Sin embargo, no es tan macarra el pícaro como un superviviente. El macarra tiende a imponerse a través de violencia. En cuanto a los pijos, me acuerdo de Viaje entretenido (1611), la autobiografía de Agustín de Roja, un aristócrata que es un psicópata y tiene una vida azarosa, mata a un amigo y a su novia. Luego hay personajes como el propio Don Juan Tenorio, que está inspirado en Miguel de Mañara y el caballero de Gracia, que eran conquistadores, inmorales, psicopáticos a veces, sádicos, narcisista.

¿Cree que Don Juan era un psicópata?

Depende como se interprete su figura es un psicópata o un valiente que paga el precio por realizarse. Este tipo de figuras se mueven en un plano difuso, entre lo heroico y lo narcisista, lo parasitario, lo sádico. Entre los delincuentes o bravos los hay valientes y que ayudan a sus amigos; luego hay verdaderos psicópatas. Los delincuentes profesionales generalmente son psicópatas y no tienen por qué venir de un estrato social oprimido.

¿A qué macarra intersecular, de todo tiempo y lugar, le gustaría entrevistar?

Si hablamos en macarras puros, a Stanley «Tooky» Williams, que fundó los Crips en Los Ángeles en los 70. Aunque lo negaba, mató a varias personas, al menos a un trabajador de un 7Eleven. Fue condenado a la cámara de gas y se hizo escritor. Me interesa esa estética y ese mundo afroamericano de Los Ángeles, de esos guetos que eran barrios de clase media americana de los 50 con sus jardincitos y sus bungalows y que los blancos abandonaron al llegaron los afroamericanos que querían una vida mejor.

Otro al que entrevistaría sería a Jacques Mesrine, el super dios de los delincuentes. Una figura fascinante, que escribió su autobiografía Instinto asesino en la cárcel. Luego se fugó y la policía se lo cargó como a Bonnie y Clyde y a Dillinger.

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