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Francisco Javier Díez de Revenga: «Azorín no sólo nos enseña a mirar, sino a oír, a sentir, son todos los sentidos los que entran en juego»

Francisco Javier Díez de Revenga // Foto: Ana Martín

Recuerdo que en la inauguración del XII Seminario Internacional de Lengua y Periodismo en San Millán de la Cogolla (La Rioja), presidido por la reina Letizia, Darío Villanueva, exdirector de la RAE y catedrático de Teoría de la Literatura, destacó la prosa periodística y literaria de Azorín  como “modelo difícilmente superable de claridad, precisión y belleza […]. Azorín recurre a una sintaxis simple, de frases cortas, a un léxico preciso”.

Efectivamente,  Azorín continúa siendo un contemporáneo. Más que reivindicado, son muchas las voces que dicen que no se lee tanto como se debiera. Paradójicamente, las ediciones de sus obras siguen saliendo y las traducciones no cesan, además de en los idiomas habituales (inglés, francés, italiano…), en otros más exóticos, como el chino o  el serbio. Estamos ante una figura “poliédrica” que tocó desde la dramaturgia, el cine, la novela y los artículos con más de 6000 publicados en prensa. Azorín es un profesional infatigable, que publica 148 libros y más de 1.000 cartas localizadas, además de la política siendo diputado.

Francisco Javier Díez de Revenga catedrático emérito de la Universidad de Murcia, ha publicado en la Real Academia Alfonso X, Azorín, entre los clásicos y los modernos, una guía entre la personalidad y los escritos de Azorín. Como expone en la introducción el propio Díez de Revenga, es “el clásico moderno por excelencia y recupera la figura del innovador, del atrevido buscador de nuevas fronteras literarias, del admirador y evaluador de los poetas más jóvenes de su tiempo, y sobre todo del renovador de la novela española” del siglo XX. En el libro están presentes la Yecla del período entre siglos (XIX y XX) de la mano de dos grandes del 98, Baroja y el propio Azorín. Una Yecla en la que aseguró haber sentido por primera vez que entraba en su alma ‘una ráfaga de honda poesía’. Sin olvidar el tema de la Gran Guerra, sobre el que Azorín escribió numerosas crónicas y artículos así como la atención al trabajo de los poetas de la joven literatura y las descripciones ante el paisaje. Apunta Díez de Revenga que la lectura atenta de Azorín es una continua caja de sorpresas. Alguien que lea a Azorín y Castilla, por ejemplo, al final acabará leyendo La Celestina o acabará acudiendo a Cervantes, que era uno de sus maestros sin duda ninguna. También tuvimos tiempo para hablar de nuestra lengua, tan maltratada en los últimos tiempos. Las lenguas son instrumentos siempre para comunicar y no para aislar. Sin embargo, desafortunadamente, hay quien piensa que la lengua tiene que ser instrumentalizada para poner barreras entre unos y otros.

El catedrático Díez de Revenga continúa con su actividad infatigable y actualmente participa en la celebración del Centenario de Alfonso X que llegará hasta abril y ya prepara una edición con la editorial Torremozas sobre el libro de Carmen Conde, Los poemas de Mar Menor.

Pasa la vida, pasan los acontecimientos, pero siempre vuelve Azorín, ¿qué tiene Azorín para ese ‘vivir es volver a ver’?

Sí, como aquel  famoso eterno retorno, con el que Azorín estaba tan obsesionado, de Nietzsche. En uno de los relatos de Castilla, Las Nubes, recoge una recreación de La Celestina sobre el paso de unas nubes y allí reflexiona sobre el pensamiento de Nietzsche ‘vivir es ver volver’. Parece, sí, efectivamente, que el propio Azorín de vez en cuando vuelve. La verdad es que es un autor muy olvidado por todos los escritores de su generación, incluso de la siguiente. Al igual que, si quitamos a García Lorca o a Galdós, y vemos que se van celebrando centenarios como esta reciente recuperación, en cierto modo, con Emilia Pardo Bazán. Es el destino. El destino en España de los grandes escritores, incluso de los clásicos y de los modernos. Es su destino caer en el olvido. Pero, en efecto, tiene un volver constante como tú has dicho.

¿Qué es Azorín, entre los clásicos y con los modernos? ¿Es una reivindicación absoluta del autor de La Voluntad y tantos títulos tan trascendentes para nuestra literatura?

En cierto modo, sí, también es una reivindicación. Tengo un compañero, también azorinista, Jorge Urrutia, que fue catedrático en la Universidad Carlos III de Madrid y director académico del Instituto Cervantes, que cuando le envié este libro me dijo “anda, estoy yo escribiendo un Azorín reivindicado, ya le estas cambiando el título…” (risas) Es un libro que en algo más de 300 páginas recoge una compilación corregida y aumentada de todos mis trabajos. Fíjate que la línea más antigua de este libro es del año 1970, aproximadamente, cuando fui a inaugurar un monumento a Azorín en el instituto Azorín de Elda donde yo había sido profesor. 12249

Sobre todo destaca y profundiza en la figura del innovador, el renovador ante la novela de principios del siglo XX. Azorín rompe con la novela del siglo XIX.

Así es. La gran novela del siglo XIX, a la altura de 1898-1890, estaba relativamente agotada. Galdós publica sus dos grandes novelas, Miau y Misericordia, pero el invento ya estaba agotado. La Regenta también se publica en aquellos años y en toda Europa, en las literaturas  inglesa y alemana y sobre todo francesa, se está produciendo una gran renovación de la novela adquiriendo un carácter eminentemente subjetivo, en contra de lo que había sido el gran movimiento del realismo y del naturalismo en Europa, y sobre todo en Francia y, por supuesto, en España. Se produce la sustitución del sujeto en la novela. Se convierte en una novela muy subjetiva y Azorín es uno de los primeros que se apunta a ese invento. Siempre se dice que las cuatro novelas que se publicaron en ese año, 1902, suponen el nacimiento de la nueva novela. Distinta. Reformadora: La Voluntad, de Azorín; Camino a la perfección, de Unamuno; Sonata de otoño, de Valle-Inclán y Camino de perfección, de Pío Baroja. Y Azorín, como te digo, ya estaba atento. De hecho cuando surge la vanguardia en España, la Generación del 27, está apuntado ya a todas las renovaciones vanguardistas. Incluso hace teatro de vanguardia. Sus tres novelas, La Voluntad, Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo, son las que marcan la salida de la novela subjetivista, novela lírica, poética… podemos darle todos los adjetivos que queramos porque es una ruptura con la novela tradicional. El protagonista se convierte en un reflejo del propio autor. En Azorín, además, está clarísimo porque el personaje de La voluntad se llama Antonio Azorín. A partir de 1905 acogería ese seudónimo para sí mismo. Posteriormente, en España, siguieron otros como Gabriel Miró con el personaje de Sigüenza y Pérez de Ayala

Y tan maltratado hoy como antes…

Yo no lo llamaría tanto como maltratado, no. Es un escritor muy editado, al menos en ediciones clásicas. Castilla tiene multitud de ediciones en Clásicas. La Voluntad, Las confesiones…  están en todas las colecciones de Clásicas Castalia, Letras Hispánicas…Eso sí, otra cosa es si buscas obras menos leídas como una edición de El enfermo. Parece que de nada sirven los muchos seguidores de categoría que tiene, otro de los rasgos que lo caracteriza. Sin ir más lejos, Mario Vargas Llosa, cuando es elegido académico, dedica su discurso de ingreso, Las discretas ficciones de Azorín, al de Monóvar, discurso que investigó y redactó en la Casa Museo de Azorín.

También nos avisa de que se necesitan ‘azorinistas’ ya que han muerto casi todos…

Efectivamente. Hay un capítulo muy emotivo en este libro que dedico a los azorinistas ya desaparecidos y con los que he compartido jornadas de estudio e investigación. Don Manuel Alvar; Mariano Baquero Goyanes; María José Diez de Revenga; Francisco Flores Arroyuelo; Inman Fox; Antonio de Hoyos; José María Martínez Cachero; María Martínez del Portal; Manuel Muñoz Cortés; Manuel Ortuño Palao; José Payá Bernabé que fue director de la Casa Museo Azorín. Asimismo, tan leales Miguel Ángel Lozano en la Universidad de Alicante y la Universidad de Pau, en Francia, donde han celebrado numerosos simposios. La figura de Azorín perdura gracias al trabajo infatigable de todos estos catedráticos y estudiosos, pero animo a los jóvenes investigadores que en los congresos ya van apareciendo.

Un caso este Azorín… No aparece entre los homenajeados, pero es de los más estudiados y sus obras son traducidas a idiomas impensables hace años como el serbio, el chino mandarín y el noruego…

Así es. En idiomas muy extraños donde indiscutiblemente ha tenido mucha difusión y, por supuesto, en los centros de hispanismo en EEUU, Francia, Italia, Alemania… Es un tema en Azorín muy interesante éste, ser de gran interés de los hispanistas. Tiene una gran predicación en el hispanismo norteamericano con editores y estudiosos muy fieles y en Francia donde su relación con el país vecino fue tan fructífera desde que estuvo de corresponsal del diario ABC.

Un clásico indiscutible, pero también un moderno; leerle es hablar con un contemporáneo.

El título de mi libro juega con esa historia. Ese es su sino, su sello esa es su marca, estar entre los clásicos y con los modernos. Escribió mucho sobre los clásicos del Siglo de Oro, castellanos, medievales… y entendía el concepto de clásico como modelo. Y él, finalmente, se convierte en clásico porque también es modelo. Al mismo tiempo, es el moderno, el que le gusta todo lo avanzado, todo lo vanguardista, el que se apunta a todo. Hay historias muy curiosas como cuando empiezan a aparecer los poetas de la Generación del 27 como Alberti, García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas… Azorín les dedica unas reseñas muy elogiosas y eso a Juan Ramón Jiménez lo descomponía porque Juan Ramón, a la altura del ’29, ya estaba muy distanciado y no podía soportar que Azorín, que era mayor que él, se apuntara a la pura vanguardia y fuese uno de los promotores de estos jóvenes poetas. Azorín siempre ha sido un rupturista, con unas ideas muy claras sobre su propia personalidad y que muchas veces ha ido contracorriente. Vamos, sólo hay que ver el caso de su corresponsalía en el diario ABC definiéndose abiertamente francófilo y el diario ABC abiertamente germanófilo.

Su libro es también una llamada a recuperar el valor de las palabras hoy que continuamente estamos malversando las palabras, cuando no sustituyéndolas directamente por emoticonos.

Sobre todo era muy inquieto siempre buscando lo nuevo, sorprendente, llamativo y un gran escritor. Tenía un vocabulario espléndido, un estilo absolutamente inigualable y de una calidad en su prosa como no se ha conocido en todo el siglo XX. Y luego, sobre todo, una capacidad expresiva, semántica,  léxico, como no se ha conocido en España. Es un maestro de la palabra.  -Términos ya en desuso como chicarrero, alfolijado, merchaniego, bernegal, alojería…salen de su pluma-. Como novelista fue muy imaginativo, con una gran trascendencia argumental como aquel capítulo sobre don Juan y doña Inés del alma mía que no son los habituales, es un don Juan rupturista totalmente visto desde la perspectiva de Azorín novelista

Hay que volver a nombrar las cosas con delicadeza y con rigor… No puedo evitar comentarle que estamos ante un problema serio con la lengua…

El problema actual del lenguaje se produce, sobre todo, por la velocidad de la comunicación. Que yo no digo que lo perjudique, lo que pasa es que cada época tiene su estilo y su historia como actualmente, por ejemplo, la prensa, que es distinta. Ya no es papel y todo se lee en pantalla inmediatamente. Y el lenguaje evoluciona a marchas forzadas, sin asimilar por muchos. El lenguaje está sometido a tensiones sociales y políticas como vemos, por ejemplo, en una lucha por la visibilidad del género femenino que el castellano no había conocido.  Todo esto la lengua lo tiene que digerir y es el hablante el que al final, y no la Real Academia como tantas veces se dice, establece las condiciones de una lengua. Azorín era un hablante fabuloso y lo fue toda su vida, pero era otra época.

Pero este deterioro…

Yo no lo considero deterioro, eso es catastrofista. Y me niego a ser catastrofista (risas). Se habla distinto, eso sí. Mira, peor estaba el lenguaje en las postrimerías del culteranismo y al final el lenguaje sobrevive. La lengua es energeia, siempre se está renovando. Hay que someterla, eso sí es verdad, a unas reglas porque la lengua es para que nos comprendamos unos con otros. Luego el hablante es el que al final decide.

Las patadas al lenguaje que vemos a diario desde nuestros políticos hasta cualquiera que se planta ante un micrófono hoy…

Eso es otra cuestión, es un problema de ignorancia. Y es falta de formación. Le estamos dando vueltas siempre al problema de la Educación y no se dan cuenta de que es fundamental la comprensión lectora y el estudio de la lengua. Y no me refiero sólo al estudio del sujeto, del predicado, del verbo o de la sintaxis; no, no, me refiero al estudio de la lengua normalizada, la lengua que nos sirve para comunicarnos con los demás. Tú no puedes irte a Argentina y decirles que el voseo está mal, tienes que asumirlo y entenderlo. Entonces vuelve la lengua a recuperar su canal de comunicación. La lengua, afortunadamente, se defiende sola y se regenera sola y sobrevive. ¡Hombre que si sobrevive! La lengua hay que mantenerla como vehículo de comunicación. La lengua está muy por encima de todos nosotros. Y esas dobleces que hace el presidente del Gobierno, por ejemplo, con “nosotros, nosotras; todos, todas…” eso llegará un momento en que desaparezca cuando se vea su inutilidad porque el propio hablante lo va a rechazar. El hablante ‘no político’, el hablante que está desayunando en su casa por la mañana con sus hijos no lo va a utilizar nunca. Quien marca el destino de la lengua es el propio hablante. El objetivo del hablante es que le entiendan, no hacer propaganda política ni social, sino que su discurso sea entendido. La línea roja es que no te entienda nadie. En el momento en que alguien no te está entendiendo nada, caramba, algo no estás haciendo bien. La corrección y la precisión son fundamentales. Sin corrección y sin precisión se pierde la capacidad de entendimiento.

El periodismo fue clave en la literatura de Azorín. Me refiero a que escribió miles de crónicas parlamentarias y artículos de prensa donde agudizar el lenguaje y encontrar la palabra exacta es fundamental…

El periodismo fue clave. Es la base. El periodismo de entonces. Ten en cuenta que él vivía de eso. Cuando inicia el ejercicio de su profesión lo que hace para sobrevivir es trabajar para los periódicos. La ruta de Don Quijote, sin ir más lejos, son unas crónicas que le encarga José Ortega Munilla, padre de José Ortega y Gasset, que era el director de su periódico. –Sabemos que Azorín le preguntó: “Pero, ¿cómo me ficha usted a mí si yo soy un republicano? Ortega Munilla le dice que no le ha fichado por su adscripción política sino porque piensa que es un buen periodista y un buen escritor”, recordaba Payá en una reciente visita a Murcia-. Ortega Munilla lo envía por los pueblos de La Mancha hacia la zona de Argamasilla, Ruidera… para que mande sus crónicas teniendo en cuenta que son el escenario donde Cervantes se imagina El Quijote. Resultan una serie de artículos como crónicas que reúne posteriormente en un libro. Él es periodista desde el principio. Según Mario Vargas Llosa -lo destacó en su discurso de ingreso en la Academia-, sólo con que hubiera escrito ese libro, Azorín merecería estar en el canon de la literatura universal-. Para todo aquel que quiera saber más hay un libro, Guía de la obra completa, de Inman Fox, catedrático de la Universidad de Chicago, en el que recoge todos los artículos.

Y otro rasgo que destaca es el estilo en la descripción. La  descripción del paisaje que es algo interior, un estado de ánimo. “Paisajes del alma”, como define Unamuno.

Cuando lo envían de corresponsal de guerra a París y se hospeda en el famoso Hotel Majestic, junto a la Torre Eiffel, residencia que fue de la reina Isabel II, allí estuvo durante la primera Guerra Mundial y reflejó sobre el papel cómo escuchaba los bombardeos del famoso cañón Big Bertha describiendo todo a la perfección refugiado en los sótanos del hotel. La descripción en sus novelas es fundamental. No sólo nos enseña a mirar, sino a oír y a sentir. Son todos los sentidos los que entran en juego. En La Voluntad  leemos unas pisadas por una tela de esparto y esas pisadas las escuchamos. –O aquella sobre Yecla: “El cielo se extiende en tersa bóveda de joyante seda azul. Radiante, limpio, preciso aparece el pueblo en la falda del monte. Aquí y allá, en el mar gris de los tejados uniformes, emergen las notas rojas, amarillas, azules, verdes, de pintorescas fachadas…”- ¿Y quién se fija en esas pisadas hoy en día? O en un determinado aroma o los sonidos de campanas de las torres de las iglesias de Yecla que se escuchan al fondo en La Voluntad… 

 

Hay que hablar de Yecla, tierra natal de su padre. Pío Baroja llegó invitado por Azorín. Gracias a ese viaje, en 1901 Azorín escribe La Voluntad y Baroja escribe Camino de perfección, cuya acción transcurre en Yécora, que es Yecla. Si no se hubiera producido ese viaje, esas dos obras no hubieran existido en las condiciones en las que las conocemos o exagero…

Claro. Si Azorín no hubiera ido de niño a estudiar a los Escolapios de Yecla interno o de Monóvar a Yecla en tartana, que se tardaba una infinidad según cuenta él mismo, Yecla no sería nada en su historia. Yecla surge en Azorín como lugar educativo. Yecla se convierte en un espíritu que permanece. Cuando inventa el personaje de Azorín para escribir La Voluntad el escenario es Yecla porque es un escenario que él tiene asumido en su propia personalidad literaria y como ser humano. Luego está la visita de Baroja porque ambos eran muy amigos y de ahí surge el peregrinaje de Fernando Ossorio en Camino de perfección por distintos lugares de España, entre ellos Yecla.

Y allí aseguró haber sentido por primera vez que entraba en su alma ‘una ráfaga de honda poesía’; de hecho, uno de sus grandes amigos en Murcia, Castillo Puche, lo llamó “maestro Azorín, yeclano eterno”

Desde Las confesiones de un pequeño filósofo ya lo sentía. Marca su espíritu, eso está claro. Marca su forma de ser, incluso las condiciones que forman parte de su personaje, Azorín, y que finalmente asume como alter ego, como heterónimo. Esa es la marca máxima de la subjetividad de todos sus escritos

Hay un capítulo, ‘Azorín y la joven literatura’, dedicado a los poetas jóvenes que estaban surgiendo que no eran ni más ni menos que Federico García Lorca, Rafael Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre y Juan Ramón Jiménez…

Azorín tenía un olfato literario espléndido y sabía muy bien lo que hacía cuando empiezan a surgir estos grandes innovadores de la Generación del 27. Él, inmediatamente, se apunta a promocionarlos porque le gusta lo que están haciendo, lo que están consiguiendo. Hay cosas interesantes como el caso de Gerardo Diego al que dedica la novela La isla sin aurora, un ejemplo del concepto de poesía por parte de los poetas del 27 pero también está Alberti, Altolaguirre, García Lorca y sobre todo Salinas y Guillén.

Afortunadamente, Azorín sigue siendo objeto de investigación. Se siguen celebrando congresos sobre su obra,  tan vigente, y que sigue sorprendiendo, por ejemplo, por su amor al cine…

Eso es otro punto muy interesante en Azorín. Es muy curioso. Ahí está la semblanza que hizo de Gary Cooper y la fascinación que sentía por Sara Montiel y Greta Garbo. Hay una anécdota de su época en la RAE. Quiere que nombren académico a su amigo y paisano Gabriel Miró y los académicos no lo eligen. Azorín se enfada y no vuelve por allí. Decide que no vuelve y no volvió. Nunca. Ya no dio tiempo de elegir a Miró porque muere en el año ’30, entonces esa ruptura es definitiva. Cuando regresa Azorín a España, años 40-50, vivía cerca de las Cortes. Allí  había un cine cerca, un cine de barrio que se decía entonces, y que dedicaba los jueves al día del productor siendo más barato. Un día le pregunta a Azorín un periodista, ¡un insensato periodista! (risas), “don José, ¿por qué no va usted a la Academia, por qué no ha vuelto? Y en su respuesta Azorín no se anduvo con rodeos: “Porque se reúnen los jueves y el cine de mi barrio da el día del productor los jueves y quiero aprovechar el descuento y ver la película”. Vamos, hizo un Woody Allen en los Oscars…

 

Además del disfrute literario, ¿qué puede aportar Azorín al lector actual?

En primer lugar la lengua, el estilo y la prosa, eso es fundamental. Y, sobre todo, para un lector joven es importante para aprender a escribir bien. ¿Para uno que le guste la literatura? Por los manejos con el lenguaje, los juegos que hace para renovar el género narrativo. Y en tercer lugar su propia historia, que es muy interesante: la Guerra Mundial, el cine en la posguerra, el ser maestro siempre respetado, el acudir con su artículo todos los días al diario ABC así como La Tercera en el mismo, imprescindible. Por otra parte, para el investigador, la Casa-Museo de Azorín en Monóvar (Alicante) en la que existe numerosa documentación, una biblioteca con los libros de Azorín anotados en los márgenes por él mismo, etc Hay un mundo para investigar absolutamente impresionante. Sin olvidarnos de su propia historia política cuando llega a ser  diputado.

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