Daniel Ramírez aún no ha cumplido los 30 años y ya tiene más de 6 libros en su haber. Este periodista y poeta aspira a seguir escribiendo como un niño de provincias: inocente, reivindicativo e idealista, como los versos de su poemario: «Es sólo vivir», surgidos de las notas de su libreta. Con él hablamos de poesía y periodismo y de qué verso le escribiría a una mujer que estuviera a punto de abandonarle.
En tus versos encontramos muchas imágenes de la calle, del día a día. ¿Qué o quién te inspira?
Nada en concreto y todo a la vez. ¡Sé que esta es la peor respuesta que se puede dar a una periodista! Pero es cierta. Las notas de mi libreta que acaban convirtiéndose en poemas están tomadas en las calles, los bares, las plazas, los trenes…
Intento convertir en poesía instantes terriblemente cotidianos, aparentemente anodinos. Unos lo llaman “poesía de la experiencia”; otros, “realismo sucio”. Esa es la poesía que a mí me gusta; la que conecta esa escena de la que todos hemos sido protagonistas alguna vez con una emoción, un sentimiento… Busco el efecto espejo. ¡Zas! “Pero si esto también habla de mí…”.
Responder que me inspira el amor, el deseo, la nostalgia, la envidia, la traición, el odio, la generosidad, el miedo o la ira habría sido verdad… pero habría significado muy poco. Eso está en toda la poesía.
Aún no has cumplido los 30 y tienes ya varios libros en tu haber y tu primer poemario: “ Es sólo vivir”…. ¿Hay que ser joven para escribir poesía o por el contrario crees que con los años se escriben mejores versos?
Existen excepciones que confirman la regla, pero creo que todos escribimos mejor conforme cumplimos años. No sólo por el baile con la sintaxis, que a fuerza de practicar acabas pisándole menos los pies; sino por la experiencia de lo vivido. Decía Hemingway que para escribir “hay que mezclarse estrechamente con la vida”. Y en eso estamos. “Es sólo vivir”, ¿no?
Dicho esto: la juventud tiene sus ventajas. Y son muy importantes. Principalmente, la osadía. “Ahora que tengo veinte años, ahora que todavía me hierve la sangre, ahora que aún puedo creer en los dioses”… Eso cantaba Serrat cuando tenía mi edad. Y el secreto de Serrat, creo, es que le sigue hirviendo la sangre y aún puede creer en los dioses. Ojalá dentro de veinte o treinta años pueda seguir escribiendo como un niño de provincias: inocente, reivindicativo e idealista. Todo al mismo tiempo, por contradictorio que parezca.
“Es sólo vivir”, título que da nombre al libro es también el de uno de tus poemas. ¿Por qué elegiste precisamente ése?
El título del poema llegó antes que el título del libro. Esos versos, y quizá el libro en general, intentan describir una sensación que a veces nos asalta y que es maravillosa: esos instantes, ¡muy pocos!, en los que conectamos con el presente y estamos “sólo viviendo”. Son momentos buenos y malos, que tienen tanta fuerza como para atarnos al mundo de verdad.
Como lector, ¿qué género prefieres: novela, ensayo, poesía, biografía? Recomiéndanos un libro de cada género.
En mi mesilla siempre hay un libro de cada uno de esos géneros que mencionas. Lo bueno de la lectura es que uno no tiene por qué renunciar a nada, al contrario de lo que sucede en casi todos los ámbitos de la vida.
Así, a bote pronto: “Crimen y castigo”, de Dostoievski; “A sangre fría”, de Truman Capote, si es que se puede considerar un ensayo; la antología de Gabriel Celaya que hizo él mismo y está publicada por Cátedra; “El gran depredador”, una biografía de D’Annunzio escrita por Lucy Hughes-Hallet, es un libro colosal.
Copenhague, Normandía, yogures, pantalones cortos, trenes, cementerios, amores, despedidas… en tus poemas hay hueco para todo… ¿Sobre qué tema jamás escribirías un poema?
En determinados sectores de la izquierda y la derecha, ambos con representación en el Congreso de los Diputados, se está produciendo una inquietante resurrección del puritanismo. La poesía, por fortuna, está a salvo de la censura y de la autocensura. Por eso creo que escribiré sobre todo aquello donde vea un poema.
Como periodista, ¿a qué articulistas sigues con fruición?
El periodista, cuando se levanta, está condenado a leer su periódico y los de la competencia. Para comprobar que no se le ha escapado nada. Todos los días comienzan con cierto desasosiego. En esa condena, existe un respiro: el articulismo. En concreto, el articulismo literario, que sobrevive con cada vez más dificultad.
La lista es muy larga y seguro que me dejo muchos: Irene Vallejo, Manuel Jabois, Ana Iris Simón, Jorge Bustos, Cristian Campos, Lorena G. Maldonado, los monólogos de Alsina, Juan Soto Ivars, Enrique García Máiquez, Andrés Trapiello, Soledad Gallego, Félix de Azúa, Javier Cercas, Emilia Landaluce, Ferrer Molina, Alberto Olmos, Karina Sáinz Borgo, Rosa Belmonte, Del Molino, Arcadi…
En muchos de tus poemas evocas imágenes que casi parecen cuadros, escenas quasi cinematográficas… una mezcla millenial de reporterismo seriéfilo. ¿Cómo definirías tu estilo?
Me va a costar mucho responder. No lo sé. Las mejores definiciones son las que hace el lector. Eso de “escenas cinematográficas” me gusta… Todas son escenas verdaderas, vividas. Me cuesta muchísimo imaginar una de esas escenas, inventarla.
Fíjate: un día, tomando un café con Luis Alberto de Cuenca, uno de mis poetas favoritos, me dice: “Bueno, imagino que jugarás con la ficción y con la realidad”. Estuve tentado de decir que sí, pero me confesé. Reconocí ser un impostor: todos mis poemas han ocurrido.
Tu anterior libro, Salvoconducto-19, versaba sobre la pandemia. ¿Cómo crees que influirá la pandemia en la sociedad? ¿Y en la literatura?
Se me da muy mal mirar al futuro. No tengo ni puñetera idea. Eso sí, estoy seguro de que no hemos salido mejores. Los aplausos pronto se tornaron gritos e insultos. Ha habido momentos muy luminosos, pero también hemos conocido un egoísmo que estaba camuflado bajo la hipocresía. Lo mejor de esta pandemia es que, saliendo peores, hemos comprobado, gracias a esos momentos luminosos, que existe una posibilidad cierta de ser mejores.
Sobre la literatura: hay muchos libros publicados al respecto. Creo que tendrán mejor público dentro de diez o veinte años. Porque, en realidad, son libros escritos para quienes no vivieron esto; o para quienes ya han empezado a olvidarlo. Lo leeremos como si fuera una ficción.
En “Unos cuantos porqués” te diriges a tu ahijado para darle una serie de recomendaciones. El amor, los libros y los amigos “fundarán la patria que te hará feliz”, así se lo explicas a Jorge. ¿Consideras que la literatura debe servir como vehículo para luchar por las causas que merecen la pena?
Me gusta creer, como Celaya, que la poesía es un arma cargada de futuro. ¿Debería servir? Sí, debería. Aunque no soy demasiado partidario de la poesía política. Ya en libertad, me gusta la poesía que no pretende aleccionar, sino mostrar. Porque la línea que separa entre mostrar y aleccionar es cada vez más fina.
La literatura nunca volverá a ser lo que fue desde hace siglos y hasta hace ochenta años, cuando los escritores eran auténticas estrellas. La literatura no volverá a movilizar a las masas, pero seguirá removiendo, individualmente, el corazón de los hombres. Por eso siempre será un arma cargada de futuro.
Citas a Luis Alberto de Cuenca, a Karmelo C. Iribarren, a Luis Alberto de Villena, a Brines, a Celaya, a Manuel Machado, a Leopoldo Panero, a Idea Vilariño… como tus principales referentes, ¿qué te gusta de cada uno de ellos y qué crees que ha quedado de ellos en tu manera de escribir?
Es muy complicado responder a la pregunta. Por un lado, el poeta, cuando empieza, recorre un camino muy difícil: el sendero en busca de la voz propia. Por otro, al poeta le gusta que las maneras de quienes admira dejen una huella en él. De Luis Alberto me encanta la facilidad que tiene para contagiar el amor a la literatura, la capacidad para ser siempre culto y nunca pedante; su verso directo al corazón… De Karmelo, qué decirte: es el mejor poeta de la experiencia. Logra como nadie ese efecto espejo del que antes te hablaba: es como si Karmelo estuviera escondido en nuestras casas e hiciera su poesía con lo más importante de cada uno de nosotros. Le estaré siempre agradecido por sus consejos y esos cafés de verano a orillas de El Buen Pastor, en San Sebastián. Luis Antonio de Villena es el hedonismo, la vida siempre en verano, el dandismo, lo refinado… Leyéndole me acuerdo de una película de Sorrentino que me encanta, “La gran belleza”. A Manuel Machado y a Leopoldo Panero los menciono siempre como mis antihéroes preferidos. ¡Hay que leerlos más! Son maravillosos. Pero tuvieron la suerte -¡o la desgracia!- de ser hermano y padre, respectivamente, de dos fueras de serie. No merecen la sombra que los cubre.
Brines, sin él saberlo, me enseñó una cosa muy importante. Tuve la fortuna de entrevistarlo muy poco antes de morir. Me dijo que, para él, la vida había sido una luz muy pequeñita, pero con fuerza suficiente para derretir la vela de su cuerpo. Siempre que las cartas vienen mal dadas, me acuerdo de él: ojalá la vida nos queme durante mucho tiempo.
Idea Vilariño fue uno de mis últimos descubrimientos. “Me faltan tantas cosas que me duelen las manos”. ¡Qué verso! ¿Es posible definir mejor el sentido de la poesía? Siempre hay que volver a Vilariño, igual que Azorín volvía a Baroja: “Es un lugar seguro”.
¿Qué libro le regalarías a…?
Vargas Llosa: ¡vaya compromiso! Contaré algo que habla muy mal de mí. La última vez que lo entrevisté, aproveché para que me firmara sus dos libros que más me gustan: “La ciudad y los perros” y “Conversación en la catedral”. Pero le regalé un libro… y era mío. “La otra vuelta del camino”, con prólogo de Trapiello, un recorrido muy divertido en busca de Baroja. ¡Vaya ejercicio de osadía! Juventud, divino tesoro. Pero me hacía ilusión llevárselo porque sé que a él le gusta mucho Baroja. No sé si lo habrá ojeado. Cuando lo vea, no me atreveré a preguntárselo.
Manuel Chaves Nogales: acaba de morir su hija Pilar, a la que pude conocer. Ya no queda nadie a través del que mirar a los ojos de Chaves. Fíjate: le regalaría sus obras completas. ¡Pero si ya las ha leído! Sí, pero él, en el exilio, consciente de que la España de Franco había secuestrado su obra, probablemente nunca imaginó que sería hoy uno de los autores más leídos. Sería emocionante que se enterara. Por eso le regalaría sus obras completas, recientemente editadas por Asteroide.
Fernando Simón: una colección entera de literatura clásica. Si no da noticias, es que las noticias son buenas. “No news, good news”. Después de la que le cayó encima, seamos humanos, dejémosle leer en paz.
Joan Tardà: “Identidades asesinas”, de Amin Maalouf.
Álvaro Morata: “Breve tratado sobre la estupidez humana”, de Ricardo Moreno Castillo. Encontará allí la respuesta a la estupidez de todos los que le han pitado.
¿Qué libros tienes ahora mismo en tu mesilla?
Estoy terminando “Amapolas en octubre”, de Laura Riñón Sirera, que es delicioso. Hay un poemario sin empezar, de mi paisana Beatriz Chivite, que se titula “Las ciudades”. También “Dora Bruder”, de Modiano. “Biografía del silencio”, de Pablo d’Ors. Y una antología de Kavafis.
Escritor que más te ha influido o del que te lo hayas leído prácticamente todo.
Manuel Chaves Nogales y César González Ruano: lo he devorado casi todo de ellos. Ahí está el arte de la crónica y de la columna. También he leído casi todo de Karmelo C. Iribarren.
¿Si sólo pudieras volver a leer un poema cuál sería?
“No volveré a ser joven”, de Jaime Gil de Biedma.
¿Si pudieras conocer a 3 personalidades de la historia (vivas o muertas) quiénes serían y qué libros les regalarías?
Me encantaría entrevistar a los dictadores del siglo XX: Hitler, Stalin y Mussolini. También Lenin. Franco, no, me parece aburridísimo, poco literario. Les regalaría la Biblia, tratados religiosos, de meditación… Libros de Mindfulness…
¿Algún poeta al que hayas descubierto recientemente?
Jaime Sabines. Lo leí por primera vez cuando estaba a punto de terminar mi libro. Me impactó. Me encantó. No saldrá de mi biblioteca, salvo que me lo roben.
Sólo tienes 3 minutos para convencer a la mujer de tu vida de que no te abandone. ¿Le escribes un verso o le recitas el de otro (en este segundo caso: cuál)?
Pudiendo elegir a uno de los grandes, elegiría el de otro. Pero, claro, si se entera de que es de otro, igual no le gusta. Teresa querría que me rompiera la cabeza hasta sacar de mis adentros un verso a su altura. Tendría razón. ¡Y en eso estamos! Sería poco caballeroso que te contara a ti ese verso antes de recitárselo a ella. ¡Espero que lo comprendas!