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Borja Semper: «A veces uno busca respuestas, pero los buenos libros para mí son los que te provocan preguntas»

Me confiesa Borja Sémper que cuando era político tenía claro que su vida no podía ser sólo política, “me interesaban otras muchas cosas y me daban la posibilidad -al menos así lo creo- de tener otros ángulos para interpretar la realidad”. Tras el adiós se siente feliz en Madrid, fuera de la actividad política, como director de Relaciones Institucionales de EY.  Y, aunque asegura que siempre será político, “porque eso va por mis venas”, fuera de la política institucional puede decir que hay vida, una vida también maravillosa. 

 

A Borja Sémper la nostalgia no logra abatirlo quizá porque cuando se tiene claro cuál es la labor que uno ejerce voluntariamente se sabe que ese empeño también podrá no ser compartido por todos. Tiene buen sentido del humor. Defensor de la cortesía, de las buenas formas y devorador de los placeres de la vida cuando puede. Y del tiempo, conocedor de que la vida puede pasar muy rápida. En absoluto va por la vida como si fuera el único que conoce la fórmula de la Coca Cola o el paradero del Santo Grial. Habla de todo, te cuenta muchas cosas y cuando terminamos nuestra charla me doy cuenta de que ha pasado la hora en un santiamén. En ocasiones, acudiendo al humor y siempre de frente, sin esconderse. Sémper quiere seguir aprendiendo porque sabe que el conocimiento le llevará también a encajar mejor los golpes de la vida.

 

Tras un ensayo, Sin complejos, y un  primer poemario, Maldito (Des)amor, llega con Cosas que pasan, “las cosas que pasan son las importantes, mucho más que las que anhelamos o tememos que pasen”. Reivindica lo obvio, la épica de lo cotidiano. Nuevo trabajo que se anuncia como poemario, pero cree, “honestamente, que es otra cosa”. Le interesa, sobre el papel, más el ritmo, la sorpresa… jugar a que parezca una broma. Huye, conscientemente, de la escritura formalmente elaborada, se siente más cómodo ahí porque le permite llevarse bien con la sensación -dice- de intruso que arrastra al adentrarse en el mundo de la poesía. Acostumbrado como está a no ser aplaudido por la mayoría y, a veces, a la incomprensión. Aforismos, poesía o microrrelatos, “invento historias y eso me permite tener distancia porque no vuelco mi biografía, o no soy consciente de ello…”. Confiesa que tiene vértigo, “pero aquí hemos venido a jugar”. 

 

 

El mundo de los afectos y la cercanía con las personas son su mejor refugio. Ha aprendido a evitar conflictos y a comprender a las personas como desea él también ser comprendido. Si alguien se acerca y le hace bien lo escrito, se sentirá más que honrado. Cuentan los entendidos que el mejor poema está siempre por venir y estar a la espera no es mal asunto.

 

Tenemos que explicar a los lectores que desde que me puse en contacto con usted hasta que le he entrevistado ha pasado un intervalo de tiempo, por diversos compromisos personales ajenos a nuestra voluntad, donde no han podido ocurrir más acontecimientos en España… Acontecimientos que, en otras circunstancias, darían para dos o tres años… pero aquí se nos acumulan. Por la mañana te pueden convocar Elecciones tras una moción de censura y por la tarde te puede dimitir un ministro, dos cosas que pueden pasar de moda al día siguiente porque llegan los indultos a los políticos independentistas… En España no se puede tener un día tranquilito…

Es cierto, la velocidad de los acontecimientos es uno de los signos de nuestro tiempo. Lo que una semana o un día parece grave o “un antes y un después”, rápidamente queda superado por otra cosa. Parecería que lo nuevo no sólo hace olvidar lo anterior, también lo normaliza. Ahora bien, tengo la sensación de que ese olvido no es tal y las cosas relevantes sí van dejando un poso. Que, aunque la opinión publicada y el debate público amortice rápido, sí va dejando un poso en la opinión pública. No es inocuo lo que estamos viviendo y sí genera impacto más allá de la noticia del día que queda superada por la del día después. ¿En qué dirección lo hace?, esa es la clave.

 

¿No cree que se está generando un hastío, un descrédito de la clase política?

Vivimos la primera gran resaca de la globalización. Con los cambios que ello conlleva. Cambios económicos, sociales, en políticas de identidad, en gobernanza global, en comunicación… que traen, además, incertidumbre no sólo con respecto al presente, sino con respecto al futuro. Y eso genera miedo. Y el miedo es quizá el sentimiento más poderoso que existe. Por eso, sociedades complejas como la nuestra (todas las sociedades modernas son complejas) necesitan respuestas a la altura de los acontecimientos: respuestas sensatas, talento, sentido de estado, mirada a largo plazo, defensa de la institucionalidad… A mí lo que me preocupa de este diagnóstico es que quien viene a ocupar ese espacio de desconfianza o de descrédito es quien no sólo tiene respuestas simples a problemas complejos, sino que no busca templar, aplacar, corregir esos miedos o ese descrédito, sino echar más gasolina al fuego. Y ese es el gran riesgo que afrontamos. 

 

¿Cómo vive ese desánimo ciudadano y que se levante alguna voz, incluso, atacando a la solidez de la democracia?

Creo que el sistema de libertades del que disfrutamos no es un don que nos haya sido otorgado por alguna gracia divina. Es obra de quienes nos precedieron, de una historia de superación, concordia y razón cívica, básicamente. Y debe ser protegida, prestigiada y reformada cuando haga falta. Por eso el descrédito de la política es una amenaza, porque lo que se impone es la antipolítica, que no busca mejorar sino romper. Y conviene no llegar hasta allí.

 

Pero para eso hace falta voluntad…

Conozco a mucha gente que hace política, en todos los partidos y en todos los ámbitos de la administración, y mi experiencia es que no falta voluntad. El problema al que nos enfrentamos es que la polarización política creciente, las trincheras cada vez más profundas y los muros cada vez más altos impiden un debate racional. El discurso populista va colonizando poco a poco, como lluvia fina…

 

Y, para colmo llega el tema de los indultos. La sensación del ciudadano es que no ha valido para nada todo lo que se ha hecho durante este tiempo, que las leyes no se cumplen y parece que no pasa nada nunca…

La actitud de los políticos independentistas catalanes ha dejado una huella en la sociedad española porque, -para mí es lo más relevante-, retransmitieron en tiempo real su desprecio a la legalidad, como si ser independentista te eximiera de las mismas obligaciones que a todos los demás; y todo esto, mostrando desprecio al resto de los españoles. La sociedad española no es especialmente identitaria, pero si a la gente le tocas durante mucho tiempo las narices y le haces de menos, la gente reacciona también defendiendo lo que, hasta ahora, consideraba que no era necesario y ahora sí cree necesario defender. Creo que los indultos concedidos no solucionarán nada, y tampoco creo que sean el final de nada. Lo que sí creo es que no se entienden y que la clave, desde el punto de vista político, será comprobar hasta qué punto los españoles lo aceptan u olvidan. 

 

De cuanto observa, ¿qué le suscita más incomodidad y qué más esperanza?

Me incomoda mucho el sectarismo. La esperanza me la da saber que los sectarios son minoría y mucho más tontos. 

 

Pero un tonto fuera de control es letal. Ya decía Pérez Reverte, “juntas a un malvado con mil tontos y tienes en el acto mil y un malvado”

¿Sabes qué me pasa? que estoy inmunizado frente al sectarismo porque lo he padecido en mis propias carnes. He padecido un sectarismo identitario en el País Vasco que me decía cómo ser un vasco de bien. Había que reunir una serie de requisitos entre los que estaba renunciar a una parte de identidad que es la española y si no pasabas por ese aro te podían matar y en el mejor de los casos te hacían la vida imposible. Con lo cual, creo que he desarrollado un radar para los sectarios y me da igual que bandera ondeen porque creo que, al final, todos son iguales. Y es verdad que de un tiempo a esta parte las redes sociales se han convertido también en un espacio en el que, a través del anonimato o la comodidad que proporciona lo digital, parece que hay mucho más cafre y mucho más idiota de lo que había antes. Quiero creer que la gente que es tan idiota o tan sectaria en las redes sociales en su vida real no lo es tanto porque vivir con esa amargura no creo que sea muy llevadero, incluso para el más tonto. 

 

Es que cada declaración o entrevista que hace provoca tanta controversia… La derecha parece no sentir mucho apego hacia usted, ¡sobre todo en las redes sociales! y la izquierda le dice cómo le apena que no sea usted del PSOE. Algo se le está escapando al personal para tener este cacao de ideologías…

Pero es que yo no soy de derechas ni de izquierdas, soy liberal. Los conceptos tradicionales y cerrados tanto de izquierda como de derecha se nos quedan cortos para describir la realidad. Las ideas de izquierdas y derechas, tal y como las hemos conocido en el siglo XX, ya no dan respuesta al siglo XXI. Vivimos en un mundo que no se puede explicar sólo de dos maneras. Creo en una serie de cosas que son inamovibles y a partir de ahí estoy dispuesto a dejarme convencer o a defender otras ideas que, en principio, no parecían adscritas a mi ideología. Por ejemplo, creo mucho en la libertad del individuo por encima de cualquier imposición , creo en la libertad de mercado, creo en la solidaridad, creo en que no hemos venido a este mundo sólo para pasar de una manera desapercibida y para no dejar impacto o huella positiva ante lo que nos rodea. Me considero un patriota constitucional, defenderé siempre un espacio político que se llama España porque nos proporciona libertad, derechos, obligaciones y un futuro mejor…y  a partir de ahí, creo que casi todo se puede discutir. Por otra parte, me he sentido siempre muy querido dentro del PP y muy respetado. Esa crítica es parte del juego y parte de la intencionalidad que algunos tienen para reducirnos, para ponernos una matrícula. Cuando pasas a militar a un partido político o  ser un cargo electo lo que haces es militar en un partido político, no en una secta. Ahora bien, también creo que la libertad individual hay que ejercerla, no te la otorgan y si tú tienes una opinión sobre algo ¿por qué no la vas a decir? 

 

Si no, no se podría vivir…

Es que perdona la referencia continua, me gustaría tratar de explicar el poco impacto que generan determinadas críticas o insultos cuando yo los he tenido cara a cara en mi época en Euskadi. Me suena a chiste cuando alguien me dice, “oye, vaya cosa que han dicho de ti en twitter” y les digo “ojalá toda mi vida hubiera sido eso”. No me resbala la crítica, la leo cuando es fundamentada. Me resbala el trazo grueso, la falta de respeto, pero mi sensación es que es abrumadoramente mayoritaria la gente que es amable y correcta.

 

Algo así pasó con el caso Ana Iris Simón para la derecha y usted para la izquierda… Esa reivindicación que le ha entrado a todo el mundo por encontrar afín al adversario y decir que alguien es valiente por decir cosas tan de sentido común… Aquí parece que sólo leen a alguien por su ideología

Yo creo que, efectivamente, la gente no ha entendido nada de lo que Ana Iris defiende pero, en cualquier caso, me parece maravilloso que defienda lo que le venga en gana. Pero hay una cosa de este fenómeno que me tiene muy sorprendido. Llevamos oyendo durante un tiempo, fundamentalmente en sectores de la izquierda, que vivimos peor que nuestros padres. Resulta que cuando alguien viene, confesado por ella, de un mundo que se puede adscribir a la izquierda y dice que “vivían mejor nuestros padres” o “yo quiero esa vida de nuestros padres”, quienes decían que era peor se revuelven contra Ana Iris. Me parece muy bien que cada cual tenga su ideología, lo que les pido a esas personas es que no nos quieran imponer su forma y su cosmovisión del mundo. 

 

 

En otra entrevista le preguntaban si Carlos Alsina no estará buscando que junto a Madina funden un partido de centro y usted contestó que en España no hay espacio… añadió que se define como de extremo centro. A ver, explíqueme todo esto…

Jajajaja, no, no, no, ni él busca eso ni nosotros -por lo que sé de Edu- haríamos nunca algo parecido. “El centro” no es un espacio geográfico ni, si me apura, una posición ideológica. Es una actitud. No tengo miedo ni complejos a escuchar y reflexionar sobre ideas que, en principio, son ajenas a mí, como tampoco tengo problema alguno a dejarme convencer por las buenas ideas… de hecho, cada vez me importan menos las ideologías y me interesan más las ideas buenas. Si tuviera que definirlo, ser de extremo centro es la ausencia de dogma, lo que no es lo mismo que no tener ideas sólidas o principios, claro. 

 

Yo le veo muy bien, cada vez más suelto, disfrutando con esta nueva vida madrileña…

Le confieso que soy muy feliz en Madrid. Para mí siempre ha significado libertad porque en los años más duros del terrorismo escaparme a Madrid, los fines de semana, era venir a un lugar de libertad y anonimato. Ahora que vivo en Madrid me reafirmo en todo lo bueno que ya pensaba de esta ciudad. 

 

Observo que elogia y hace hincapié en que José Luis Martínez-Almeida es el perfil político en que deberíamos fijarnos a la hora de hacer política. Ahora que está en Madrid, ¿se dejaría tentar por la política madrileña si el alcalde le propusiera una responsabilidad?

Ni él hará eso ni yo lo aceptaría, aunque también es verdad que nunca puedes decir “de este agua no beberé ni este cura no es mi padre”. Ya probé la política municipal, que es la más edificante y la más dura, y es una etapa de mi vida ya superada. Estoy muy feliz desarrollando una carrera profesional en el sector privado. 

 

Eloy Sánchez Rosillo, en uno de sus poemas refiriéndose a su infancia,  dice “el sueño aquel primero de la niñez no se ha desvanecido”. No me quiero referir tanto a su infancia sino trasladarnos a su inicio en la política, entendido como un aprendizaje, una primera vida ¿Qué aporta su recuerdo: consuelo, nostalgia, enseñanza?

Reconozco que la nostalgia me resulta muy seductora, casi hasta balsámica; supongo que es un sentimiento cómodo porque el paso del tiempo mejora el recuerdo del pasado. Pero, honestamente, y a pesar de los momentos más difíciles y duros vividos, hoy miro al pasado y concluyo que he aprendido, aprovechado el tiempo y hecho alguna cosa que ha servido para algo positivo. Aunque de un tiempo a esta parte sólo miro al futuro ya…

 

Cuando decidió dejarlo, ¿estaba cansado de batallar? ¿No se correspondía ese trabajo arduo con las esperanzas que muchos teníamos?

Tenía ganas de probar otra vida. Alguien dijo que la política es una trituradora humana, yo no soy tan dramático. Lo que sí creo es que ejercida con la intensidad que requiere, por no hablar del País Vasco y aquellos años, con el paso del tiempo uno queda exhausto. Siempre me preocupó no ser consciente de cuándo debería dejarlo. Y ese momento llegó por varios motivos, también porque identifiqué que en la política actual yo no puedo aportar mucho, no tengo el perfil que estos tiempos requieren. 

 

¿Qué perfil se requiere?

Vivimos tiempos de certezas absolutas y yo no tengo muchas, tan sólo tres o cuatro, en el resto soy un mar de dudas; estos son tiempos de remarcar lo que diferencia a individuos, colectivos, partidos… y siendo importantes las diferencias y su contraste -es consustancial a la democracia en sociedades libres y plurales como la nuestra- me interesa más buscar lo que une. Son tiempos de hipérboles y titular de trazo grueso y me cuesta sentirme interpelado por la conversación de la “plaza pública”. Son tiempos de mentira, medias verdades o verdades de parte, y eso me da mucha pereza. El problema lo tengo yo, no los tiempos…

 

Que esto de vivir no era nada fácil, ¿cuándo lo descubrió? Imagino que cuando ETA intentó acabar con su vida y cuando recibía insultos y amenazas. Una cosa no se le puede negar: se apuntó al PP en una época en la que no era fácil ser de derechas en el País Vasco, cosa que sigue ocurriendo, desgraciadamente, hoy. Sólo hay que ver el ataque que sufrió,  hace poco, el exconcejal del PP, Iñaki García Calvo, en Vitoria.

Bueno, el totalitarismo impuesto por ETA en Euskadi durante 40 años ha dejado un poso, una cultura de odio que hay que continuar combatiendo. La magnífica noticia de la derrota de ETA, la victoria del Estado de Derecho sobre el totalitarismo, no puede hacernos olvidar que quienes durante tantos años hicieron apología de la violencia, quienes la justificaron con tanto énfasis, hoy deberían utilizar la misma energía para hacer apología de la convivencia, del respeto a la pluralidad… cuando se habla de exigir al mundo de Batasuna que “condene” la violencia, yo creo que eso no es lo fundamental. Las palabras son importantes y esa lleva una carga y contenido político y ético innegable, pero para mí es mucho más importante que reconozcan el estado de derecho, la pluralidad de la sociedad vasca y que asesinar no tuvo justificación alguna. Si no, no conseguiremos acabar con hechos violentos como la agresión en Vitoria a Iñaki. 

 

Retomo a Eloy Sánchez Rosillo: “El amor no transcurre: ocurre”, ¿sabemos amar?

Claro, lo que pasa es que cada amor es diferente; no hay manual. Pero saber, sabemos…

 

¿De qué va esto del amor?

Básicamente, de intentarlo.

 

¿Y qué me cuenta del desamor? ¿Da para tanto como para dedicarle un libro?

No se puede entender el amor sin el desamor… ahí está la historia de la literatura y de la poesía para demostrarlo.

 

Tiene fama de ser un gran seductor, ¿es cierto?

No soy consciente de eso, sinceramente. 

 

Tampoco me refería a una seducción en plan pregunta maléfica, me refería a ser amable, que es fundamental. Nélida Piñón decía que le gustaba seducir, “no porque intente sacar un beneficio del otro, es que el otro soy yo. Y tratar bien al otro es una forma de tratarme bien a mí misma”, ¿coincide en esta apreciación?

Es indudable que la capacidad de seducción, además de suponer una ventaja en muchos órdenes de la vida, demuestra cierto respeto e interés por el otro; como si no importara pasar por la vida de cualquier manera.

 

Seguimos con su labor literaria. Acaba de publicar Cosas que pasan. Se encuentra en plena ebullición creativa…

Efectivamente, en plena promoción de Cosas que pasan y en pleno proceso de elaboración de otro libro que viene de camino. Cosas que pasan se anuncia como poemario, pero que yo creo, honestamente, que es otra cosa. Confieso que tengo vértigo, pero aquí hemos venido a jugar. Y, como te digo, después de verano, publicaré otro libro muy especial para mí. 

 

 

¿Por qué es tan especial?

Publicar en junio tiene algo de hacerlo en un fin de ciclo… para mí el año acaba y empieza con el verano. Me gusta esa idea. 

 

En el primer libro que publicó avisaba que nadie esperara poesía muy elaborada, era algo natural, muy directa, sin métrica, ¿ha notado este proceso más maduro, una poesía más elaborada, no tan a golpe de corazón-razón?

Huyo, conscientemente, de la escritura formalmente elaborada y acepto que el resultado puede parecer algo naïf; pero me siento cómodo ahí porque me permite llevarme bien con la sensación de intruso que arrastro al adentrarme en el mundo de la poesía. 

 

¿No cree que siempre se escribe el mismo libro pero desde épocas distintas y eso hace que este mundo sea variado y no repetitivo? “No somos un solo hombre, hay muchos hombres en una misma vida…”

Absolutamente, y menos mal. Debe de ser muy aburrido ser la misma persona que hace veinte, diez o cinco años. Como si no hubieras vivido experiencias, conocido personas, leído libros o visto películas que te han hecho dudar, cambiar, empeorar o mejorar, a ser posible. La gente que no cambia no me interesa, porque en esa gente no hay lugar a la duda. 

 

Por cierto, hablando de poesía, ¿le envió finalmente, -leí en una entrevista en Vanity Fair-,  a Teodoro García Egea aquellos poemas de Gil de Biedma que le iban a interesar?

Pues no recuerdo a qué poemas me referí, créame. Lo que sí le puedo asegurar es que no le envié nada. Me debe una comida, así que le regalaré algo de Gil de Biedma cuando le vea, seguro que le gusta. Teodoro es un tipo con mucho sentido del humor. 

 

Vamos con las preguntas sobre libros. ¿Qué busca usted en los libros que lee?

Depende de la semana. A veces uno busca respuestas, pero los buenos libros para mí son los que te provocan preguntas. En todo caso, tampoco vivo con tanto peso, a los libros también les pido que me lleven a otro sitio y me diviertan, sin más. 

 

¿Qué libros hay en su mesilla de noche? 

En estos momentos hay un atasco ingobernable en forma de torre de libros. Pero en la parte más accesible están Tomás Nevinson, de Marías, lo último de Anne Applebaum y un libro interesantísmo de un amigo que se titula Sobre la nostalgia.

 

Y la primera edición de Las personas del verbo, de Jaime Gil de Biedma…Qué maravilla

Tengo un amigo que es un bibliófilo de los de verdad, se llama Goyo y es como un Indiana Jones de los libros especiales. Me lo regaló y aún no sé cómo agradecérselo. Jaime Gil de Biedma es uno de mis poetas ineludibles. 

 

 

¿Cuándo suele leer?

En cualquier esquina del día, y por la noche. 

 

¿Qué géneros le divierten más leer / cuáles evita?

Pues depende del día, del mes o del año. He rechazado las biografías y luego me he pasado meses leyendo biografías. He estado enganchado a novela negra, histórica o lo que sea, y luego me he empachado. No sé, depende… no evito nada, todo me interesa.

 

¿Qué libros sorprendería a la gente encontrar en su estantería?

Nada debería de sorprender, porque una librería debería tener de todo, desde Ayn Rand hasta el Manifiesto comunista; desde clásicos como Homero hasta contemporáneos como Cormac McCarthy…  

 

 

Tiene la oportunidad de organizar una cena con literatos, artistas… ¿Qué tres escritores, artistas, creadores etc, vivos o muertos, invitaría su cena?

Qué pregunta tan difícil de responder… me quedo en España por no complicarme mucho: Andrés Trapiello, Antonio López y Cristina Iglesias. Pero porque me obliga a sólo tres, porque invitaría a C.Tangana, a Antonio Muñoz Molina, a Karmelo Iribarren, a Pérez Reverte, Marías… y muchos otros a los que no menciono porque son amigos y ya lo hago. 

 

¿En quién confía la opinión a la hora de que le recomienden un libro: un crítico, un librero, un amigo…?

Soy bastante confiado, más bien agradecido cuando alguien me recomienda un libro. Lo que pasa es que no es determinante para mí porque recomendar un libro es una de las cosas más delicadas que se pueden hacer. Yo me abstengo mucho de recomendar, en todo caso y si me preguntan, cuento qué me ha gustado.

 

Decepcionante, sobrevalorado, simplemente no es bueno… ¿Qué libro pensaba que le iba a encantar y no fue así? ¿Recuerda qué libro dejó abandonado porque no lo pudo terminar?

Sí, claro… durante mucho tiempo me daba cierta vergüenza decir que no pude terminar Cien años de soledad, fíjese qué sacrilegio. Me cuesta mucho, y lo intento con cierta insistencia, que me guste Don De Lillo, pero no hay manera… no entiendo qué le ven. Otro sacrilegio.

 

 

¿A qué escritores -novelistas, guionistas, críticos, filósofos, periodistas, poetas- de los que están en activo admira más?

La lista sería muy larga…

 

Para terminar, ¿alguna respuesta a la pregunta de en qué consiste esto de vivir?

Ya me gustaría tener esa respuesta…

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