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un blog de enrique garcía-maiquez

El volcán que enfrió la tierra

Desde el máximo respeto y afecto a las familias que lo están perdiendo todo desde que el domingo 19 de septiembre, a las tres y cuarto de la tarde, entró en erupción la Cumbre Vieja de la isla de La Palma, ese volcán -de momento y ojalá en todo caso- quedará solo como un suceso modesto para la capacidad de destrucción de estos fenómenos sísmicos.

No hace falta mirar hasta Pompeya. Hace solo 200 años (206, por ser precisos) hubo un volcán que enfrió la tierra. Sí. 1816 fue “el año sin verano” porque un año antes, en abril de 1815, en la isla indonesia de Sumbawa, explotó el volcán Tambora. Aquella enorme explosión volcánica no solo devastó la isla y sus habitantes. Lo más grave vino después y afectó a todo el Planeta.

Los volcanes, y ahora nos lo cuentan cada día con el de La Palma, expulsan gases sulfurosos. La mega explosión de Tambora expulsó una cantidad tan impresionante de estos gases de azufre que se extendieron por toda la estratosfera en forma de aerosoles de sulfato. Y el problema es que esos aerosoles actúan como una suerte de paraguas que impide el paso de la radiación solar, lo que provocó un enfriamiento de la Tierra.

¿Fue inmediato? No. Lo realmente grave llegó al año siguiente y, con menos intensidad, siguió notándose unos pocos años más al otro lado de Indonesia: en Europa y América. Por eso 1816 fue “el año sin verano”. Nevó en junio, y hubo heladas en julio y agosto. Se perdieron cosechas, escaseó el trigo, el maíz, el arroz, la avena… Hubo hambrunas y enfermedad… Y también ocurrió un venturoso acontecimiento: nació el monstruo de Frankenstein.

Aunque es bien conocida, la historia merece ser recordada. Un eximio grupo de refinados ingleses, convocados por Lord Byron, habían decidido pasar el verano en los Alpes. El mal tiempo les confinó en villa Diodati, una agradable mansión a la orilla del lago Leman, el mayor de Europa occidental. La lluvia y el frío frustró paseos y excursiones, con lo que los muy cultivados veraneantes decidieron entretener su tenebroso veraneo ideando relatos de terror que se contaban al calor de la chimenea. Un buen plan.

Allí Lord Byron escribió su poema Oscuridad, John Polidori escribió El vampiro, y la joven Mary Godwin -que entonces mantenía una relación con su futuro marido, el también escritor Percy Shelley – dio a luz a su moderno Prometeo.

Posiblemente lo ocurrido en villa Diodati fue lo más positivo de aquel verano frío y tenebroso. También se dice que la escasez de avena con la que alimentar a los caballos impulsó el éxito del velocípedo, precursor de la bicicleta. Lo que nadie pensó entonces fue que el origen de aquellos fríos, o de la escasez y tremenda carestía de cualquier cosa con la que alimentarse, proviniera de un volcán que había explosionado con furia un año antes en las antípodas: el Tambora en Sumbawa. Si hubiera sido ahora, quizá algún listo habría culpado, por ejemplo, a los consumidores de hamburguesas.

 

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