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Como he confesado alguna vez, tengo un truco para mantener viva en la memoria mi conversación con los maestros (y así poder citarlos). Cuando una frase me toca muy de cerca por su lucidez o porque dice lo mío muy bien, me voy a la agenda y la programo como cita anual periódica. Así me aseguro de reencontrármela como mínimo una vez al año, aunque en realidad algo más porque si apunto algo en ese día, lo miro. Me funciona muy bien. Como cada día tengo tres o cuatro citas, tengo vivas unas mil ideas de bastantes escritores afines.
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Bien, pues hoy me he encontrado con una que ya no me sirve. Es de Cesáreo Verde: «E a mim, nâo há quastâo que mais me contrarie / do que escrever em prosa». Pero me sirvió de consuelo y me ha servido para recordarme hace unos veinte años, cuando empezaba a escribir reseñas y artículos, y la prosa me parecía una cosa de lo más contrariante. Lloraba en el hombro –por teléfono– de José Mateos cuando tuvo que hacer una notita de lectura de un libro de Javier Salvago, de verme sin fuerzas. Qué cosas. La poesía te la escribían a medias la inspiración y la música, pero la prosa eran tinta, sangre sudor y lágrimas.
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Luego le fui cogiendo el truco y he caído ahora, al leer mi vieja cita de autoayuda, también el gusto. La prosa me ha ganado. Y es bonito, me he dicho, mientras borraba la cita periódica de Verde, haberme dado cuenta.
