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Menos mal que alguien en el libro-fórum comentó que los buenos libros, como las buenas ideas, se nos quedan dentro y sólo más tarde le sacamos todo el fruto que tienen. Eso mismo me pasó con otra intervención de anoche, que sólo esta mañana he visto lo bellísima que fue.
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Hablábamos de leer con lápiz. En la novela Una lectora nada común, una de las fases de la reina en su desarrollo como lectora es llevarse un lápiz a sus libros. Alan Bennett lo subraya mucho. Yo, como barbero del rey de Suecia, estoy muy a favor, y además concuerdo con los que dicen que la mejor definición de intelectual es la de una persona que lee con lápiz. Steiner dudaba de la condición de judío de quien no se acompañase de un lápiz para la lectura. Entonces una chica dijo que ella iba a leer con un lápiz, pero que luego, embebida por la historia, no subrayaba nunca nada. Yo contesté vaguedades amparado en el burladero del relativismo. Que también estaba bien no subrayar y tal y cual…
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Sin embargo, el lápiz ahí estaba, en su mano, como el arpa de Bécquer, de su dueña tal vez olvidado, pero presente. Nadie puede discutirle el título de intelectual. Si luego no subraya, por la emoción de la lectura y porque subrayar es destacar una frase sobre otra y eso no le gustará al escritor, pues miel sobre hojuelas.
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El intelectual es el que lleva un lápiz a su lectura y lector es el que no lo usa.