–
Cierta melancolía de mandar a Enrique a Madrid con sus primos a pasar una semana en El Escorial. En el coche, yendo a la estación de Cádiz, íbamos callados. Enrique se ha puesto a arrancar la pestaña de su lata de Coca-Cola recitando el abecedario para ver con qué inicial empezaba el nombre de su futura mujer. «¿Qué nombres empiezan por «D»?» «Dolores», nos ha salido el primero; pero luego, más animados: «Desirée, Danae, Dafne, Davinia…».
–
La cosa ha mejorado en la estación, donde el personal ha estado muy simpático. Como Enrique viajaba como menor solo, nos han preguntado si llevaba «el escapulario». Estupor. Nos ha explicado que es el cuadrado que los niños se ponen al cuello para estar perfectamente identificados, tengan buen viaje y lleguen sanos y salvos. Ni que decir tiene cuánto nos ha entusiasmado la metáfora ferroviaria-carmelita.
–
–
Ya puestos, dijimos: «Si escapulario, escapulario»:
–
-Pro
El amparo le va a venir bien porque anoche le dije que se llevase algún libro para el viaje. En la estación pregunté cuál llevaba. Y eran éstos:
–
No parecen los más ideales para hacer amigos. De todos los tintines, ha ido a coger el más políticamente incorrecto. De lo mío, ni hablamos.
–
O sí, hablemos. Porque en Gracia de Cristo sostengo que, cuando Jesús dijo que san Juan era «el más grande de los nacidos de mujer», no estaba poniéndolo por encima de Abrahán o de la Virgen María, sino perpetrando un andalucismo, usando el superlativo para desactivar toda posible comparación. Me lo recordó este inmenso cartel sobre el Cádiz C. F. ¿Es que no?
–
–
Nos dejaron subir al tren para dejar al niño. Lo sentaban al lado de una niña muy mona que también iba con su escapulario ferroviario. Le preguntamos el nombre. «Daniela». dijo. «Daniela», dije, casi grité, arrastrando la «D» y arqueando las cejas. Enrique la cogió al vuelo y se puso colorado. Ha sido increíble. El destino. Espero que le haya pedido el teléfono. Yo no he visto una cosa igual.
–
Sólo sabemos que ha llegado bien y que la primera parada ha sido visitar el Museo del Prado con sus primos. El viaje le ha compensado ya de sobra:
–