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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

El corazón en un puño

Ayer me acompañó mi padre a Sevilla para que no condujese solo. Genial. Quería hacer la oración y me propuso leer él en alto. Genial. Sacó un cuaderno. Son los apuntes de mi madre para cuando daba charlas de formación. Nudo en la garganta. Porque haga la oración con la letra de mi madre. Y otro nudo, por lo que leía, que me lo decía mi madre. Presente de una forma nada fantasmal, en el cuerpo (una sola carne) de mi padre. Menos mal que iba conduciendo, que es muy bueno para disimular la emoción. Y también fue gracioso cuando tocó leer sobre la paciencia que había que tener con los maridos. Tal vez mi padre me vio la sonrisa implícta, porque acotó: «Esto se lo tiene que aplicar uno a sí mismo. También vale para ti».

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El ánteayer puse un tuit escolar: «Mis alumnos llevan un diario de mis clases, en el que apuntan sus impresiones personales, sus dudas, sus descubrimientos. Estoy corrigiendo el de uno que acaba todas sus entradas con este bellísimo estribillo: «y estas son cosas que nunca había oído»». En cambio, hoy otro alumno me ha protestado. Ha dicho que en el ejercicio del diario hay una trampa, porque exijo que se escriba todos los días, y los diarios sólo se escriben cuando pasa algo digno de ser recogido. Paso por alto —le digo— que presuma que puede haber una clase mía de una hora en la que no haya nada digno de ser recogido en su diario, siquiera sea de modo tangencial. Lo importante de su pregunta es que me permite explicar bien a él, al resto de la clase y a mí mismo para qué se hace el diario. No se trata de recoger lo importante, sino utilizarlo para darnos cuenta de lo importante. Es una herramienta de trabajo y de atención. El hecho de escribirlo transfigura lo que hemos vivido, mostrando la trascendencia que tenía y no le hemos visto y ahora, además, recordaremos. Dice que le he convencido, aunque, como uno es la autoridad y pone las notas, nunca se sabe del todo. Pero él escribe. Y es bastante.

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Viene de visita al IES mi amigo Manolo Morales, felizmente jubilado. Le cuento: «Soy un fantasma». Resulta que cuando yo llegué al IES, no entró nuevo ningún otro profesor. Me hice amigo de los que ya llevaban muchos años. Ahora, ellos se han jubilado y llegan jovencitos con los que no termino de intimar, no porque no lo merezcan, sino porque voy corriendo entre clase y clase y el tiempo libre para mí no existe. También tengo un horario muy raro, entre mañanas y tardes. El caso, le resumo, es que es bien bonita la idea de que un hombre sin amigos es un fantasma.

No os preocupéis por mí, que en las clases con mis alumnos y cuando salgo del IES me materializo y ya está.

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