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Para explicar a mis alumnos lo difícil que es aplicar la justicia y lo terrible que es juzgar, les expongo el caso de la cena de anoche. La mitad de la clase vota a favor de mi solución, la otra, no. Les digo que para eso están los recursos de casación y toda la pesca. Crecido por el éxito del caso práctico, lo expongo a otra clase. Error. Nunca se debe repetir actividad exitosa con otro grupo. Hay una maldición que protege la idiosincracia de cada grupo. Estos votan unanimemente por la solución que no fue la mía y con bastante irritación con mi propuesta.
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¿Cuál era el problema? Quique, que venía de excursión, no tenía gana de cenar. Carmen, sí. Hicimos una pizza, mientras su madre y yo tratábamos de adelgazar. Carmen se tomo media. Hasta ahí bien. Y dijo: «Qué bien, podré desayunar pizza mañana». Quique repuso que no. La media que quedaba era para él, para su desayuno. Carmen repuso que podrían repartirse la mitad. Cada cual alegaba un derecho. ¿Qué habríais decidido vosotros de ser el pater familias? Y digo pater familias, porque en este caso, como en el de la petra picta, lamenté no haber estudiado mucho más Derecho Romano. No sé si la pizza era romana, pero el problemón, sí.
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Mi fallo o sentencia fue que nada de media pizza por la mañana para uno. Eso a muchos alumnos les parecía fatal. Expliqué mis fundamentos de Derecho. No existe una propiedad sobre la pizza. Hay una cena. Mañana, gracias a Dios, un desayuno. Y en familia se reparte lo que hay. Recordé la prohibición bíblica de guardar el maná de un día para otro. Quizá anduviese al fondo de mi argumentación.