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Antes de tener canarios, me hacían una gracia loca aquellos versos de Paco Vighi:
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Cuando se murió el canario
puse en la jaula un limón.
Soy un caso extraordinario
de imaginación.
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Cuando se nos murió Poniente, el canario color puesta de sol, pude haber puesto en la jaula una mandarina, pero no estábamos de humor. Ahora acabo de llegar de dejar a Levante, el canario amarillo, a Urgencias. Resulta que la dichosa anilla identificativa le estaba cortando la circulación de la patita. Qué manía con tenernos perfectamente identificados a todos tiene el Poder. Que ni a los canarios deja a su aire.
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Yo ya le tenía un cariño hecho de empatía. Me había inspirado un aforismo autobiográfico: «Sin su canto el canario estaría preso en la jaula». Con la muerte de su compañero, le admiraba también la resistencia, que es virtud muy reaccionaria y que yo valoro mucho. Ahora, con la angustia de su herida, lo aprecio más, si cabe, porque la incertidumbre nos ensancha el corazón.
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El veterinario me ha llamado para avisarme que tal vez se quede cojo. Lo que aumentaría su leyenda. Le llamaría «Blas de Lezo». Y nuestro odio eterno al mundo moderno, con sus anillas traicionares, aumentaría de grado. Pero mejor que salve la patita, y siga siendo «Levante».