No paro de dar gracias a Dios por no ser un puritano. De serlo, estaría ahora aplastado por enormes cargos de conciencia. Las olas me traen y las olas me llevan por un mar de placeres extremos. Estoy leyendo —tendido— tres libros de una prosa adictiva, casi embriagadora, subyugante. Paso (una ola) de uno (otra) a otro (otra). No sé si escribiré sus críticas o les aplicaré sus barberos, pero hoy no quiero pensar en nada que no sea el puro regodeo de leerlos.
Son Quasi una fantasía, Inspiración para leer y Gazeta de la melancolía. [Trapiello, Montano y Colden, respectivamente.]
Según Stendhal, la duquesa de Bracciano, la bellísima Vittoria Accoramboni, lamentaba que tomar helado no fuese pecado para aumentar así el placer. Yo doy un paso más en mi despreocupada disipación: no necesito que estas tres prosas sean pecado para disfrutarlas al máximo. Les va bien la luz de una conciencia tranquila y de esta mañana clara.