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Ayer, en la estupenda controversia de Libro sobre libro, concluimos que hay demasiados libros: el arte es largo y la vida breve, etc. Yo menté que la espléndida biblioteca del gran poeta Gómez Manrique, admiración de su tiempo y venero de su sobrino Jorge, constaba de 40 ejemplares. Más europeo, Soto Ivars recordó también la menguada biblioteca de Montaigne. De pronto se me ocurrió un programa complementario de lo de los grandes libros. El proyecto Gómez Manrique. Que cada alumno universitario saliese de las aulas con 40 libros suyos. Serían 10 por año, uno por mes lectivo, pudiendo recuperar en verano. No es demasiado ambicioso. Los libros cada cual podría escogerlos, con ambición intelectual, claro. Tendrían un poder configurador, como otra carrera, un doble grado en Gómez Manrique.
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Ya lanzados hablamos de la lectura en diagonal y por emanación (como decía JRJ que leía Rubén Darío). Y resulta que a la salida me encuentro con que mi hijo Enrique lee por emanación. Me llama Leonor para contarme que hay un problema. Le han puesto un castigo al niño en el colegio y éste se niega a hacerlo porque el castigo es injusto. Así que —ha dicho— por nobleza de espíritu (sic) él se niega en redondo a colaborar con la injusticia. Prefiere apechugar con el castigo que le redoblen. Por supuesto, no ha leído mi libro, pero bien que lo ha emanado. Me pongo incuestionablemente de su parte, como es natural; pero tengo que hablar con él, desde el taxi, y explicarle que Saavedra Fajardo habría recomendado acometer esta empresa con prudencia, esperando que la injusticia se desvele más claramente, para asestarle el golpe definitivo. Lo convenzo y hará el castigo sin menoscabo de su nobleza, sino acendrándola.
Había notado que el taxista apagó la radio. Al terminar de hablar con mi hijo, me confesó que a él también lo había convencido, y que qué bien, y que ojalá todo terminase de lujo.
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Se me olvida contar una caricia del destino. En la mesa redonda cité a Natalia Ginzburg. A la salida me saludó Mercedes Corral. Es la traductora de Natalia Ginzburg. Me entró miedo, nadie conoce mejor una obra que quien la ha traducido. Podría decirme que mi comentario había pecado de frivolidad. Pero qué va. Me agradece la mención, y además no me la matiza. Es guapa y delicada. Muestra un cansacio elegantísimo de traducir, como de quien lo ha dado todo en su labor, gastándose. Pero también gustándose. Le agradezco la maravilla de habernos puesto a la Ginzburg a nuestro alcance. Por la noche escribo al organizador para decirle que tiene que organizar una mesa redonda sobre la traducción, ese arte dificilísimo y poco aplaudido, al que todos debemos, ni más ni menos, la literatura universal.
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Me cuenta uno que evolucionó del poliamor a la monogamia por amor, pasando por la relación abierta. El minimalismo más hermoso: menos es más. A mí, monógamo de fábrica, me encanta la confesión y pienso que yo habría hecho el mismo camino, creo —me examino— que sin envidiarle el ameno camino de perfección, pero admirándoselo.
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Hoy presento Ejecutoria con Javier Aranguren, que presenta Figurantes. Yo iría. Primero por Figurantes, y segundo porque, quod erat demostrandum, se puede captar la hidalguía de espíritu con un breve contacto con el volumen, y después dedicarse a leer a Gómez Manrique.