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No me explico cómo he estado 55 años sin conocer Cuenca. Llevo toda la mañana mandando mensajes a las personas de Cuenca que conozco (pocas) para reñirles por su inexplicable silencio. Tendrían que haberme contado tanta belleza.
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Uno empatiza ensegida con Alfonso VIII y su afán de conquistar la ciudad. ¡Bien hecho!
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Los amigos que me la enseñan, encima, se quitan importancia. Aseguran que me gusta tanto porque hace un día azul y primaveral, casi insólito, y que la vegetación está esplendorosa por la primavera —aunque el otoño, reconocen— tampoco es manco. Lo de las amapolas acercándote en el tren a la ciudad, ya pagaría el viaje. Ellos insisten en que tenga en cuenta que, en definitiva, he tenido mucha suerte. «Y tanta», pienso, incluyendo a los anfitriones. Pero aunque llueva, corred a Cuenca.
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La catedral está a la altura de su ciudad y su paisaje. Me encantó saber que su planta se debe a Leonor Plantagenet, y, por eso, está también plantada. No voy a hacer aquí una guía, porque 1) no la haría bien, y 2) porque tenéis que ir a Cuenca.
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En cambio, si recogeré una de las varias hierofanías. Ahora, tras Ejecutoria, me toca «retirarme» a la poesía, venía pensando. Y me encontré este consejo en la puerta que lleva al coro que podría ser (que es) el lema perfecto para un poeta:
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Pero si no vas a contar nada, ¿a qué vienes aquí, buen hombre? Me podrías preguntar. En realidad, quiero empujar a las mejores revistas culturales que conozco (Antorcha, Misión, Nuestro Tiempo, Nueva Revista o Centinela) a contactar rápidamente con Marta Guillén, directora del COF San Julián, para pedirle un artículo. Tiene la teoría de que el rellano de las casas es un espacio sagrado de convivencia y salida. Estoy seguro de que le saldrá un artículo hondo, hermoso, divertido y necesario.
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Tiene el don de la visión iluminadora. Ejemplos. Yo iba a Cuenca a hablar de San José. Por desgracia, no había podido ser en marzo. Reflexión de Marta Guillén: «Siendo mayo el mes de la Virgen, es la fecha perfecta para San José, él no preferiría otra». Otro ejemplo. Propongo que hay que mirar con asombro. Apostilla como quien no quiere la cosa: «Siempre. Todo. Naturalmente. A fin de cuentas, Cristo hace nuevas todas las cosas». Cuenta que cuando rezaban con su abuela y después salían a la calle, ésta les decía: «Ahora, en la calle, empieza vuestra oración». Eso explica la mirada —asombrada— profundamente laical. Y naturalmente avisa de lo interesenta que será su ensayo sobre el rellano, primer paso fuera de casa, momento inaugural de la vida comunitaria, apoteosis del contacto con el prójimo.
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Otra cosa de Cuenca. Lo bien que ha fusionado el arte contemporáneo con el clásico y ambos con el paisaje y los tres con la luz y la luz con el espíritu de la ciudad. Lo de las vidrieras abstractas de la catedral es modélico. ¿Por qué los de Cuenca se lo tendrán tan callado? Zóbel, al menos, hizo lo que pudo por avisarnos.