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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Corpus en Zahara

De niño había ido al Corpus Christi de Zahara de la Sierra porque unos amigos de mis padres tenían casa en el pueblo y nos invitaban cada año. Cuando me propusieron volver, me hizo ilusión y me dio pereza, porque recordaba muchedumbres inmensas y cuestas verticales. Venció la ilusión y allí subimos.

El escudo hace honor a lo escarpado de la torre a cuyos pies —pero de puntillas— está el pueblo. En la iglesia había una representación de la conquista de vértigo que se hizo de la villa.

La torre todavía corona el pueblo.

Para el Corpus lo adornan con flores, juncos y retamas. Pablo Pomar, que nos acompañaba, sugirió que la memoria ancestral quizá enlazaba la festividad del Corpus con el exuberante edén terrenal. Que haya una conexión íntima.

Más prosaico yo pensaba en que estábamos haciendo senderismo por mitad de un pueblo, disfrutando de lo mejor de ambos mundos.

El Santísimo procesionaba entre la selva. El sacerdote cuidaba la sacralidad de la procesión, como la civilización abriéndose paso entre la naturaleza. Delante de cada altar se hacía una adoración. De muchedumbre, nada, así que pudimos vivir la procesión en primera fila.

En cambio, las cuestas seguían tan verticales como entonces o, mejor dicho, mucho peor. Todo era más pequeño, la plaza, la iglesia, el pueblo; pero no las cuestas, ni la torre del homenaje, que, en estos cuarenta y tantos años, han restaurado muy bien.

Han alicatado el pueblo con refranes. Dos de ellos, de haberlos leído antes, los hubiese incluido en Ejecutoria, tan afinados venían:

También recordaba de mi niñez las vueltas apresuradas de mi padre, que no quería por nada del mundo perderse el Corpus Christi del Puerto. Una cosa era la devoción y otra la devoción (obligatoria) de acompañar al Señor por las calles de nuestro propio pueblo. Ser arraigado y localista tiene sus obligaciones. No corrí demasiado, pero llegué al Puerto. Quizá dos procesiones del Corpus en un mismo día sean demasiado para el cuerpo y pueda uno aplicarse la sabia advertencia de san Agustín: «Assiduitate vilescunt». Pero no son demasiado para el Cuerpo.

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